Tuesday, August 30, 2022

CADA MOMENTO EN LA VIDA ... (tercera nota)

¿Qué importancia puede tener mi vida para otros? me pregunté hoy. 

Pero no se trata de mi vida sino de lo que a través de mi relato no sólo puedan conocerme mejor, sino a la vez  dar con ex-compañeros de estudio o de trabajo,que de pronto pueden comentar y agregar sus propias vivencias o experiencias.

 Cuando abordé el segundo año de Preparatorios en el IAVA, mi situación personal había cambiado.

Por un lado, tenía un empleo como administrativo en la Dirección de Expendios Municipales, ubicada entonces en Joaquín Requena casi Brandzen, y por la vuelta en Carapé. Era una oficina con una noble tarea social, que lamentablemente desapareció. Hoy esos bienes inmuebles están ocupados por familias que --tal vez-- tengan vinculación con personas desaparecidas durante el gobierno de facto.

Allí comencé trabajando en Contaduría, donde encontré al Cr. Julio Burgazzi, y al oficial Eduardo Agripa. Recuerdo a un señor mayor que se caracterizaba por usar moñita en lugar de corbata, Walter Forni era su nombre. Una persona muy agradable. Y allí estaban quienes más adelante contraerían matrimonio, dos estudiantes de Notariado, Blanca Lleonar y Walter D´Auría.

Tiempo después, litaralmente ascendí, porque fui a trabajar al primer piso. Allí estaba en la secretaría de dirección. Y esa fue la experiencia más feliz de este mi primer empleo.

Desde don Washington Nevicati, y "el negro Preve", de quien nunca pude saber su verdadero nombre, en la Caja, y alrededor mío un grupo femenino integado por la oficial Sonia Alcoba, y las empleadas Olinda Iglesias San Martín, y Nora Raquel Oldoine (hija de "Old", famoso comentarista deportivo). El jefe de Secretaría era Arturo Basanta. 

Ahí aprendí a usar un mimeógrafo, a grabar matrices con instrumentos especiales para hacer carteleras de precios,etc. Y por suerte, teníamos unas máquinas de escribir nuevas.

En un salón contiguo estaba Susana Tabérez, responsable del archivo de todas las operaciones de la oficina. 

El Secretario era don Guillermo Almada, ahí tenía su escritorio Jaime Yaffe, y Héctor Fabregat Escalera. 

El Director era don Eugenio Marabotto, un hombre corpulento, alto, de ojos celestes, típico italiano del Norte, bueno a carta cabal. Primero tuvo una secretaria personal, de cuyo nombre no me acuerdo.  Luego, fue sustituida por Rosalía Santos Ibarra,a la que llamábamos Rosina. 

En la Oficina de Personal, el jefe era Sander, con quien daba gusto conversar porque siempre tenía una ocurrencia o un chiste. Con él trabajaba la señora Gilda Badaracco de Iraizoz (esposa de un famoso pelotaris uruguayo), y más tarde también se unió a la sección Susana Bernadá, una hermosa rubia, que se iba a tostar a Punta del Este.

Por la calle Carapé se atendía al público que iba a buscar tarjetas para adquirir leche a precio reducido. Ahí estaba Guillermo Noya, que quedó de Jefe de la Sección, cuando Perna pasó a sustituir a Marabotto que había fallecido. Un tiempo fui a reforzar la sección allí hasta que regresé a secretaría.

También en la calle Carapé estaba la sección Depósito, donde se guardaba todo el material de oficina necesario para cumplir nuestras funciones. Había un solo responsable, Emilio Peduto.

Durante el tiempo de mis estudios el señor Marabotto dispuso que se me diera un horario especial para poder estudiar para los exámenes, y cada vez que daba uno le informaba a él de cómo me había ido. Asimismo, y por reglamento podía disponer de 48 horas antes para faltar a mi trabajo y ultimar los preparativos de cada examen. 

Lo que puedo decir en resumen, es que era un grupo de gente formidable, todos nos tratábamos con respeto, y con algunas personas era posible desarrollar un cariño verdaderamente hermoso. 

Solíamos celebrar cumpleaños, y despedidas de solteros. 

Por ese tiempo, me había enamorado seriamente de una chica vecina, que cada vez que llegaba a mi casa desde la oficina, me esperaba en la terraza-balcón de su apartamento. 

Nos entendíamos muy bien, y verdaderamente fue en ese momento el gran amor de mi vida. La ayudé todo lo que pude, hasta le conseguí un empleo en la Cooperativa Municipal. Llegamos a comprometernos con una pequeña celebración en mi hogar, y estábamos haciendo aprontes para casarnos. 

María Raquel era todo para mi, y de pronto, la infausta noticia de parte de personas amigas, de que al parecer andaba dándose besos con un individuo que llegué a saber era su jefe en su empleo. La situación me revolvió el estómago, tuvimos una seria conversación, y partir de ahí se terminó nuestra relación. Anímicamente quedé muy maltrecho, me costó mucho tiempo recuperarme.

En mis estudios me iba muy bien. La clase de Metafísica, con una profesora cuyo nombre no recuerdo, era estupenda porque se podían debatir ideas. Una de las chicas que más intervenía era Sonia Breccia, con quien inclusive una tarde, mi amigo Raúl Freccero y yo (que estábamos en la misma clase) fuimos a la casa de los padres de Sonia en Pocitos, donde estuvimos horas estudiando.

De este año recuerdo con afecto a Sarita Shapiro, a Dinorah Azpiroz, y a una hermosísima rubia --que no estaba en nuestra clase-- pero con la que a veces intercambiábamos alguna conversación: Lil Güida. 

Fue el año de paros y ocupación del IAVA. Dos por tres las clases se interrumpían. A nosotros los estudiosos eso nos molestaba y mucho, por cierto.

En Historia Nacional tuvimos el lujo de tener a un auténtico historiador, el Profesor Edmundo Narancio. Todas las mañanas llegaba en su jeep, se bajaba, compraba el diario El País y lentamente llegaba al IAVA. Por esa misma lentitud que tenía al caminar le habíamos puesto como apodo "Aquiles" (el de los pies ligeros) por contraposición. Cada clase era una exposición estupenda de conocimiento de la historia y su explicación. 

Ese año salvé todas las materias. Estaba listo para ir a Facultad de Derecho. Allí conocí a un par de valiosos profesores, como lo eran el Dr.Hugo Barbagelata, en Derecho Constitucional, y el Prof. Aníbal Del Campo, en Derecho Civil e Isaac Ganón en Sociología. De otros no recuerdo. 

Todos los días teníamos clases de mañana. De tarde trabajaba y de noche estudiaba. No era nada ideal como situación. El estudio lleva su tiempo.

Con Freccero habíamos estudiado juntos para el examen de DerechoCivil. Nos considerábamos preparados. Raúl salvó la prueba y

quedó en esperarme en el "Gran Sportman", el café frente a la Universidad. Rato después llegué yo, y cuando él pensaba que ambos íbamos a celebrar un triunfo, no pudo compender cómo era que yo había perdido el examen.

Ese fracaso me desanimó mucho. Pensando en por qué había perdido, encontré una razón que me diferenciaba de Raúl: él sólo estudiaba, yo a la vez, trabajaba. Y llegué a la conclusión de que si uno quiere llevar un ritmo natural de estudio a nivel universitario, no puede hacer las dos cosas. A menos que se disponga a pasar el doble de años estudiando hasta obtener el título.

Por entonces había cambiado también de empleo. Me había presentado a un concurso aspirando a un puesto en la Sociedad Anónima Fábrica Uruguaya de Alpargatas, una textil de capitales británicos que estaba instalada en Argentina, y en Venezuela.

Gané esa prueba que no era sólo de conocimientos generales, sino que tenía una buena parte a un test de personalidad.

Entré a trabajar allí en la administración de fábrica, lo cual me llevó a tratar con cantidad de opearios y operarias, y con jefes y encargados de secciones.

Por un lado fue una rica experiencia, por cuanto tuve que conocerme toda la fábrica, qué hacía cada sección, cómo se trabajaban los textiles, cómo las alpargatas, cómo la tela vaquero y el teñido de telas, más las telas estampadas con colores, etc.

Cuando venían visitas, yo era el encargado de llevarles a recorrer todas las instalaciones. 

Todos quedaban sordos luego de visitar telares, pero eso se les iba yendo paulatinamente. A los 20 minutos habían recuperado su total audición.

En la tarea diaria, llevaba un control de ausencia, y especialmente por razones médicas. Trataba con el médico certificador, le preparaba una lista de visitas para verificar si efectivamente los empleados estaban enfermos y registraba sus novedades en las fichas de cada quien. 

Todo eso era en la oficina de Personal de Fábrica, que tenía un jefe argentino, de apellido Delfino, y un sub-jefe, de apellido Olivar. La secretaria del señor Delfino era Elizabeth Herrero, una chiquita muy simpática y eficiente, y además una gran persona. Luego de años nos hemos vuelto a encontrar en Facebook.

Con el andar de unos años, me pasaron a una oficina de planificación

de producción de fábrica. Allí había que ir a verificar qué cantidades había de materia prima, qué pedidos de ventas venían y cómo podría tenerse una producción para cierta fecha dada. No era nada facil, y francamente, no era el ideal para mi, porque había que hacer cálculos, y ese no era mi fuerte. 

Cuando yo comparaba el ambiente con el de la oficina municipal, aquello era el día y la noche.

En la fábrica nadie se conocía por su nombre. Todos por sobrenombres.

La infidelidad conyugal era la norma. Había una sección a la que --en alusión a una comedia argentina- le llamaban "Villa Cariño". Casi todas las que allí tabajaban era mujeres casadas pero tenían sus amantes en la fábrica.

El conceptos actual de "acoso sexual" no existía y nadie denunciaba semejante cosa. Sería un paria en ese ambiente. 

Había una sección en la cual, cuando llegaba una operaria nueva, una chica joven, las que llevaban años allí le aconsejaban que tuviera buenas relaciones con el jefe o el supervisor, si acaso quería progresar. 

Cuando alguien se iba a casar, las despedidas de soltero eran crueles. Y no exagero.

Los compañeros hacían suya una competitividad y jugarretas y bromas pesadas, en desmedro de otros. Era realmente un ambiente tóxico, como se dice hoy día.

Pude tener muy buenas relaciones con algún que otro jefe o supervisor. Con otros era mera formalidad, y a otros individuos los evitaba. 

Con la gente de administración, había compañeras y compañeros con los que me llevaba muy bien, pero eran la excepción.

Por otra parte, en aquel tiempo ya Uruguay estaba sumido en una fuerte división político-ideológica, más la acción deletérea de los Tupamaros, de los cuales había en la propia fábrica. 

Hubo paros y ocupaciones, y eso que teníamos dos dignos dirigentes sindicales, que trabajaban a la par de cualquiera: Jorgelina Martínez e Ignacio Rubén Huguet.

Pero llegué a un punto en que la fábrica me cansó.

 Cuando me iban a dar un ascenso y estaba previsto que pasaba a trabajar en la Administración, a las órdenes del Sr. Vitale, uno de los jefes, decidí renunciar.

Surge en medio de esa crisis una decisión que en el momento consideré vocacional, y eso me permitió estudiar tres años en dos, y obtener mi Bachillerato, y otros tres años en dos en Buenos Aires (donde nació mi hijo Juan Pablo), y obtener mi Licenciatura.

Cuando vine a Estados Unidos presenté mi documentación de estudio, y una institución acreditada para ello, al revisar todas las materias que había rendido y mis notas indicó que eran equivalentes a una Maestria. Y así fue el título que se me adjudicó. 

Milton W. Hourcade


 
 


 

 




Friday, August 19, 2022

CADA MOMENTO EN LA VIDA ... (segunda nota)

Del liceo pasé a Preparatorios en el Instituto Alfredo Vásquez Acevedo (IAVA).

Tuve que decidir qué seguir, y fue por exclusión. No quería elegir un curso que tuviera matemáticas. Entonces elegí abogacía, que tenía inglés --que me gustaba--, que tenía italiano --que ya conocía y había estudiado bastante-- que tenía filosofía --otra materia de mi preferencia-- literatura --otra más de mi gusto-- y agregaba historia universal, y en segundo año, historia nacional.

Director del IAVA, Prof. Artucio, Asistente de Dirección: Blas Logaldo.

Me propuse estudiar bien en todas las materias y progresar. 

La realidad se encargaría de demostrarme que algunos profesores estropeaban su materia en lugar de hacerla gustar y querer.

En primer año, era difícil mantenerse despierto un lunes de mañana, en aquellos salones grandes, carentes de calefacción, con un profesor de filosofía, de apellido Del Campo, que hablaba tan bajo que la gente se dormía en la clase. Era casi imposible oirle. Habría necesitado de un sistema de amplificación.

Por suerte en historia tuvimos a la profesora Fernández de Artucio (no sé si era la esposa o familiar del Director), y con ella la clase era más animada, hacía intervenir a los alumnos, y buena parte del año estábamos a la espera de que llegaran los Dorios, hasta que un día ocurrió.

En literatura tuvimos el privilegio de tener como profesor a Emir Rodríguez Monegal  (un experto en Shakespeare que luego y por tiempo se radicara en Inglaterra). A él le debo haber llegado a la fe.

Un día nos propuso leer en la Biblia un ejemplo de poesía (un salmo) y un ejemplo de prosa, nada menos que el Sermón del Monte.

Mi padre --como buen batllista-- era agnóstico. En mi hogar no hubo nunca una biblia hasta que yo fui a comprar una porque tenía que estudiar. 

En clase estudiamos el salmo y luego pasamos al evangelio. 

Pero dentro mío había un hambre y una curiosidad por entender más y saber más de este Jesús, cuyo Sermón del Monte me impactara.      Había un compañero con el que surgió una amistad, y con el que para los exámenes estudiábamos juntos, Raúl Freccero.

Salíamos uno de esos días del IAVA conversando con Raúl acerca de la fe, mi ignorancia al respecto, querer saber más, y en un árbol casi frente a la puerta de entrada del IAVA por la calle Eduardo Acevedo, adherido a un árbol había un cartel que decía: Campaña de Evangelización con el Rev. Oswald J. Smith, Palacio Peñarol, e indicaba días y horas. 

Sorprendidos por el hallazgo, decidimos ir. Raúl me acompañó dos noches, yo estuve tres.

Cuando Smith hizo un llamado a la conversión, y a que pasásemos adelante para ser guiados en oración por él, vi que había ujieres pertenecientes a diferentes iglesias evangélicas que acompañaban a quienes iban hacia adelante, entonces preferí quedarme en mi asiento, seguir desde allí la oración, y decidirme por el camino de la fe.

Al día siguiente, se me ocurrió ir a la iglesia más cercana al IAVA, que entonces era la Templo Emmanuel perteneciente a la Iglesia Metodista Episcopal. Se dio que al entrar a un jardín que tenía este templo, me encuentro con un hombre que estaba cortando algunas rosas. Iniciamos una conversación, y me dijo que el servicio en ese templo era en inglés, que era bienvenido si quería, pero si lo deseaba en español, debería ir  a la Iglesia Central, en Constituyende y Médanos,  calle que años después cambiara su nombre el de Javier Barrios Amorín.

Y así lo hice. El resto es historia.

De ese primer año, tengo dos recuerdos referidos a la materia de italiano. La dictaba una profesora, la señora Galetti. Una rubia elegante, un tanto alta, --típica italiana del Norte-- y lo destacado de ella, era que todas las clases y durante todo el año, vestía con ropa distinta. Nunca repitió ninguna, y eso era un comentario general porque hasta a nosotros los muchachos nos había llamado la atención.

Lo segundo que ocurrió fue que en determinado momento la profesora fue sustituida por un profesor de apellido Mastrangelo, que era tan uruguayo como cualquiera de nosotros. Y aquí pasó algo muy especial.

Cuando tenemos un examen final del año, primero había una parte escrita. Nos dio un texto a traducir, y nos aclaró que cuando aparecía la palabra Certosa --que designaba un lugar-- en un caso debíamos traducirla como iglesia, y en otro como cementerio.

Toda la clase lo entendió así, excepto una chica. No creerán ustedes si les cuento que toda la clase fue aplazada y sólo la chica aprobada. ¿cómo era posible que en poco más de 30 alumnos todos tuviésemos el mismo error y sólo una alumna hubiera traducido correctamente Certosa?

Evidentemente la chica se equivocó, o más bien, todos escuchamos bien lo que nos había dicho el profesor. Ella, equivocada, ganó, y todos perdimos. Hubo un revuelo tremendo, protestas en el mismo lugar del examen. Hubo artículos en algunos medios de prensa. Pero había que esperar a febrero.

En febrero vinieron a mi casa Raúl y otro compañero amigo, Edgardo Prado. Milton, "como vos sabés mucho de italiano pensamos que si entre los tres nos preparamos podemos salvar el examen." Les escuché y mi primera respuesta fue que estaban locos, que no había tiempo material de preparar ese examen. Que tan sólo del libro había 40 lecciones para traducir y distinguir lo que eran adjetivos, adverbios, tiempos de los verbos, etc.  Como insistieran, les dije que nos olvidáramos del libro y le diéramos fuerte a la gramática. Así estudiamos dos días. Cuando terminamos de estudiar nos fuimos al cine para distraernos. 

La mañana siguiente fuimos al IAVA, dimos el examen. ¡Los tres lo salvamos!. 

Ya al ir a Preparatorios perdí a mi incipiente novia, Ivonne Denis Giralt, que vivía en la zona del Parque Rodó. 

Porque yo tomé el turno de la mañana --continuando con lo que había hecho en toda secundaria--y ella no tuvo cupo de mañana y tuvo que tomar un turno de tarde. Y ese detalle práctico, rompió prácticamente nuestra incipiente relación. Me dio mucha pena. Era una bonita chica, rubia, de cabello algo enrulado, de preciosos ojos celestes, y mirada inocentona. Típica de  una chica seria y de su hogar. Me gustaba tanto físicamente como su personalidad.

La música de ese momento, que nos dio a conocer por cuentagotas"Nolo" Mainero con su programa "Música en el Aire"
a primeras horas de la tarde por Radio Sarandí, era "Little Darlin' " (Queridita), que el día que se puso a la venta el 78rpm me lo fui a buscar apresuradamente a una disquería llamada Magictone, cuyo local estaba en la calle San José casi Paraguay.  

De ese primer año, tengo un recuerdo casi traumático por culpa de un profesor que definitivamente actuó de manera totalmente injusta en el examen de Filosofía. Él dio Lógica, y casi al final del año dejó la clase, y vino un suplente joven, llamado Miguel Brun, con quien décadas después terminaríamos siendo amigos. Del Campo, el titular, antes de irse advirtió que en el examen se iban a incluir las "leyes de Windelbam y Rickert" que él no había dado. Que las estudiáramos.

Entre nosotros los jóvenes, había un hombre de más edad, que estudiaba y trabajaba, de apellido Acuña. Buen compañero. Cuando le tocó su turno ante la mesa, Del Campo le pregunta por las leyes de Windelbam y Rickert. Acuña --que ya había contestado varias preguntas de otros profesores y le estaba yendo bien-- le confesó que eso no lo había estudiado. Del Campo con sorna le respondió, ¿pero Ud. no recuerda que yo les pedí expresamente que lo estudiaran?... Tal vez yo falté a esa clase, profesor, pero pregúnteme de cualquier otra bolilla del programa...silencio, le dicen que tome asiendo. La mesa delibera, los otros dos profesores estaban satisfechos con las respuesta que había dado Acuña. La mesa decide entonces hacerle un segundo llamado, Acuña acude nuevamente a la mesa, y otra vez Del Campo le dice "hábleme de las leyes de Windelbam y Rickert". 

Aquello nos indignó a todos. Era una burla, una falta de respeto al compañero, y una evidente mala intención y falta de ética por el profesor. 

Y con esa falta de ética siguió. Recuerdo a otro compañero, algo mayor que el resto de nosotros. Siempre acudía a clase de traje, camisa y corbata. Luego supe que era periodista del diario "El País".Un muchacho muy correcto. Pasó ante la mesa, dio su exámen. La mesa entró a deliberar bastante, le llaman y Del Campo le entrega el carnet diciéndole: "Aplazado". El muchacho quedó como petrificado ante la mesa, no podía creerlo. Preguntó: "¿aplazado?"..."Sí" -le respondió Del Campo--que agregó con repugnante ironía: "¿no sabe leer?". Aquel alumno se dio media vuelta y se fue.

Como se seguía un orden alfabético, cuando llegó a la H me tocó mi turno. Dejo constancia que antes, todos los muchachos habían sido aplazados y todas las chicas aprobadas. Aquello más que insólito, era absurdo, pero indicaba una clara tendencia del profesor.

Yo había estudiado absolutamente todo. Estaba bien preparado. 

Los otros dos profesores me hicieron algunas preguntas que contesté sin titubear. Entonces Del Campo me presenta un hipotético cuadro de un accidente automovilístico, con testigos de un lado y de otro, y me pregunta: "aplicando el principio de causalidad, ¿quién fue responsable del accidente?"

El caso era algo intrincado, y me pareció lo mejor irlo desbrozando por partes hasta llegar al final. 

Cuando me hizo pasar, me entregó mi carnet, y dijo "Aprobado". Luego, miré mi carnet, y ví que antes ya había escrito "Eliminado" y que luego lo tachó y tuvo que escribir "Aprobado". 

Así siguió su sucio manejo del examen. Me quedé hasta el final. Cuando terminó todo y salía del salón, me alcanza el profesor y me dice: "Hourcade, Ud. habla muy bien", y le respondí secamente: "Profesor: yo estudié". Me di media vuelta y me fui.

En la próxima nota me voy a referir al segundo año en el IAVA.

Milton W. Hourcade



 

 

 

 

Friday, August 12, 2022

CADA MOMENTO EN LA VIDA…(primera nota)

Cada momento en la vida tiene su vivencia, su color, su aroma, su lugar.

Cuando pienso en lo que he vivido, recorro múltiples caminos y cada uno de ellos con su particularidad.

Mi niñez, donde hasta los 5 años y medio sufrí de las amígdalas, cuando el otorrinolaringólogo Dr. Pietra decidió operarme (y conste que entonces para este tipo de intervención no se podía usar anestesia).

El tiempo de la escuela primaria, donde hasta cuarto año fui a la Escuela No. 90 de Segundo Grado. Entonces no tenía nombre. Era un ámbito muy estricto impuesto por una Directora que controlaba a sus maestras con un sistema de conexión por radio. María Albina Panzi, que así se llamaba, casi daba miedo.

Cuando teníamos clase de gimnasia, era con el profesor Esperón, que tenía un programa en Radio Carve.

Cuando ensayábamos música, el Maestro Airaldi era nuestro Director. Airaldi era director de la Coral Guarda e Passa que preparaba sus conciertos en el Ateneo de Montevideo.

Completé primaria en la Escuela México No. 40, que era el turno de la mañana en el mismo edificio. Allí cursé cuarto año, porque mis padres se mudaron. Fue en ese año que aprendí a cantar el Himno Nacional de México, y a admirar el Jarabe Tapatío bailado en la fiesta de fin de año por una pareja de niños de sexto grado.

La maestra, María Rosa, un encanto, y tuve las mejores notas.

De ahí pasé a la Escuela Italia No.22 donde cursé 5to. Y 6to.

Comenzamos quinto con Cecy Da Rosa de Tanco, pero a poco de iniciar su tarea dejó la actividad por embarazo y vino una maestra suplente que siguió trabajando por todo el año lectivo. Se esforzó, trabajó bien, aprendimos.

Sexto año fue una culminación hermosa. Graciela Bonomi era una bella maestra, con gran experiencia en su tarea, y una estupenda capacidad de enseñar y hacer razonar. Mis sobresalientes lucían en todos mis trabajos.

Ese año tuvimos además clases de italiano, con el profesor Marchetti que enviaba la Embajada, y clases de francés con otro profesor. De éstas recuerdo que pasaba una música de Charles Trenet –famoso cantante de entonces—llamada “Douce France”.

Por su parte, la maestra nos dio clases de encuadernación, y muchas veces completaba una enseñanza proyectando un documental.

Mis sobresalientes me valieron que fuese becado para estudiar en el Liceo Italiano (una entidad privada). De toda la escuela fuimos 3 becados.

Finalizada la Escuela, junto con otros compañeros y jóvenes que habían egresado de la escuela mucho antes, participé activamente como directivo del Centro de Ex Alumnos. Organizamos kermesses, proyectábamos películas documentales para los chicos del barrio los sábados de tarde, y con el dinero recaudado de las kermesses donamos a la Escuela un proyector de cine.

La etapa siguiente será en Enseñanza Secundaria, que la inicié en el Liceo Italiano donde estuve dos años.

El profesor que más recuerdo es el de Idioma Español, Héctor Rey. Un excelente docente, con gran calidad humana. Su característica era que se armaba sus cigarrillos no con hojas de papel especial, sino con chala, y nos enseñó cómo lo hacía.

Trabajamos intensamente el idioma, la gramática, siguiendo la lectura de un libro de un célebre autor español: Vicente Blasco Ibáñez y su “La Vuelta al Mundo de un Novelista”.  Uno de los puntos a aprender y distinguir era entre un simil y una metáfora. 

Era la época en que los profesores podían fumar en clase. Eso me hace acordar de Juan Protasi, en la materia de música. Famoso Director de Música en Uruguay. Protasi era un fumador en cadena. Cuando estaba por terminar un cigarrillo, con el mismo encendía el siguiente.

Allí apendí italiano. En primer año tuve un estupendo profesor, de apellido Fontanot. Realmente echó las bases del idioma. En el segundo año, el profesor Marcianó nos hacía estudiar un libro llamado: “Epopea Omérico-Virgiliana” donde teníamos que leer los clásicos Homero y Virgilio, interpretar lo escrito e indicar los adverbios, adjetivos, etc.

Aprendí Latín con el Prof. Guido Zanier, que años después fue catedrático en la Facultad de Humanidades y Ciencias. Por entonces no hablaba muy bien el español pero se hacía entender. Ah! Aquellas declinaciones….nunca más usé ni me esforcé por mantener lo que había aprendido, pero en segundo año traducíamos cartas a Julio César, el emperador romano, sobre las guerras de las Galias.

Tuve luego el privilegio de inaugurar el hermoso local del Liceo público No.3, Dámaso Antonio Larrañaga, en la esquina de Jaime Cibils y la Av. Centenario. 

Además de recordar a algunos compañeros/as de tercero y cuarto, tengo en mi memoria a estupendos profesores, como la señora Verdad Risso de Garibaldi en Literatura, la señora Sheps de Porteiro, con la cual inicié mi aprendizaje de inglés, pero ella supo poner buenos cimientos. El profesor Washington Acerenza, en Física. Recién llegado de EE.UU. inauguró los exámenes con el sistema de múltiple opción, y daba estupendas clases. El Ing. Alquier en Geografia. De ese tercer año recuerdo a mis compañeros Rivera, a quien luego de años encontré como empleado de la Facultad de Agronomía, Naum Fucksman (nadador), Nahaverián, y las chicas como Marta Giovannone, e Ivonne Denis Giralt.

En cuarto año tuve el honor de tener como profesora de Historia a la Sra. Aurora Capilla de Castellanos. En Filosofía a Griselda Saponaro Gibernau, que dio Psicología. En Química al profesor Susena, que arruinó nuestra escritura a mano por lo rápido que dictaba apuntes. En cuanto a los alumnos, teníamos dos especiales: el egipcio Barbazogli, y rubio vistiendo moñita, al americanísimo Rosenthal (que aprendió a hacer dulce de leche a partir de leche condensada). 

Había dos alumnos que eran mellizos. Lamento no recordar su apellido, pero eran sobrinos del actor y director de radionovelas Humberto Nazzari,y nos habíamos hecho amigos, al igual que un alumno cuyo hermano se había radicado en Canadá, de apellido Prats, muy buen muchacho, también amigo. 

Y estaban las chicas.Yo tenía mi corazoncito por Ivonne Denis que había conocido en tercero. Me había hecho amigo de Ivonne Taltavull, y estaba la predilecta de todos: Silvia Brando, una rubia de ojos claros, con un andar muy especial, que se sabía admirada, pero a su vez, sabía guardar distancias. Años después supe que se había casado con un escritor uruguayo. El escritor luego se divorció y tuvo otras 4 esposas. 

Había una chica –Norma Colina-- que  era una estupenda compañera y tenía natural espíritu de líder. Vivía muy cerca del liceo. 

Ese año, como paseo de fin de año fuimos a Piriápolis (todavía estaba entero el trencito de Piria) y paramos en un edificio de Educación Física cercano al Argentino Hotel. Lo pasamos muy bien.

Organizamos un baile en el propio liceo que tenía un salón ideal para ello. El otro baile al que fui, ocurrió en el apartamento de Silvia Brando, en la calle Humberto 1ro. en el barrio del Buceo. De esa ocasión recuerdo que en un momento pusieron “Serenata a la luz de la Luna” de Glenn Miller, y casi apagaron las luces. Fue la primera vez que bailé mejilla a mejilla con Ivonne Denis. Algo inolvidable.

Si a través de esta nota, hay personas que fueron conmigo a la escuela o el liceo y gustan de hacer algún comentario, con gusto lo publicaré.

Milton W. Hourcade


 

 

 

Saturday, August 6, 2022

LO BUENO NUNCA SE OLVIDA

Alguien podría preguntarme ¿por qué te acuerdas del pasado, para qué quieres recordarlo?

No se trata de un pasado de décadas, se trata de algo que terminó hace apenas hace 9 años. 

Una experiencia de vida emocionante, intensa, como no conocí otra igual.

Una experiencia que mientras duró tuvo mucho de bueno, y lo bueno nunca se olvida.

¿Acaso nos olvidamos de cuando nos graduamos?, ¿acaso nos olvidamos del nacimiento de nuestros hijos?, ¿nos es posible sepultar los gratos momentos vividos en familia durante las fiestas tradicionales?

No, todo eso es un tesoro que está con nosotros siempre, que puede volver fácilmente cuantas veces lo evoquemos.

Pero además, hay detalles, cosas, conversaciones, situaciones en diversos lugares, y una persona, un rostro, un sonreir, que se nos vienen de golpe a la mente, y no podemos evitarlo.

La diferencia grande es que hubo un tiempo en que ese pasado era capaz de crearme angustia, depresión, enorme tristeza. Hoy puedo mirar a ese pasado con tranquilidad, sin que me altere o desestabilice mi ánimo, sin que me quebrante. 

Pero "eso" sigue estando. Y tal vez esté más porque si la persona que lo gestó hubiese sido fiel a su propuesta de amistad, no habría pasado sino un presente contínuo, sereno y feliz. 

Al no haber ese presente, el tal pasado de pronto retorna, sin quererlo uno, sin evocarlo, simplemente aparece, y está teñido de múltiples situaciones, vivencias, lugares. 

Lo bueno nunca se olvida. 

Un perfume fino, de calidad, nunca se olvida. 

Una novela que nos impactó, nunca se olvida.

Recordar lo bueno y agradable nos ayuda a seguir viviendo. 

Lo que no vale la pena recordar es lo malo, lo deplorable, lo que no deberia ser y es. 

Por eso lo bueno, lo que tiene valor, lo plácido, lo feliz, no sólo hace de contrapeso sino que supera lo tóxico. 

Y así se obtiene un equilibrio emocional fundamental para continuar nuestra vida. 

Es mi experiencia.

La felicidad, lo bueno, lo positivo, lo que alienta y construye, lo que se fundamenta en el amor humano, eso es lo que sostiene e invita a seguir siendo. 

Y eso es lo bueno de hoy. Lo que recibo de personas excepcionales, de amistades magníficas, de congéneres en quienes puedo confiar y con quienes sentirme seguro. 

De personas que me hablan y/o me escriben, y son como un arrullo para mi corazón.

Por todo eso positivo y por quienes hacen que así sea, doy gracias al Ser en Sí. 

Milton W. Hourcade