Mi propuesta de realizar un ejercicio diario hacia el desarrollo y la expansión de nuestra personalidad, no sólo demanda un lugar, un momento en el día, sino también las condiciones físicas adecuadas para llevar a cabo el ejercicio que nos permite cerrar la puerta a lo cotidiano y abrirla al universo.
Justamente en ese proceso hermoso, tenemos que tomar conciencia de quiénes somos, y entender que somos uno con todo cuanto existe, que nuestro ser tiene los mismos elementos que las estrellas y el Espacio todo.
Que somos parte de ese inmenso Cosmos.
Y esa toma de conciencia nos lleva a valorarnos, y a su vez a expandirnos, porque formamos parte de ese todo.
Tal vez una de las experiencias más maravilloss y hermosas que podemos tener, es --en silencio-- contemplar el cielo nocturno, y fundirnos en él.
Sentir que somos parte de esa realidad que nos supera, y a la vez que es nuestro privilegio verla, inteligirla, sentirnos rodeados por ella, como un gran manto que nos cobija.
Busquemos pues un lugar desde el cual --sin que nada nos perturbe-- podamos observar el cielo. Quizás ninguno mejor que el campo. Fuera de la ciudad, sin luces artificales alrededor. Sin carretera cercana desde la cual nos lleguen luces y ruidos que nos quiten nuestro deleite y concentración. Y allí y así, podamos encontrarnos a nosotros mismos, ¡en una abrazo silente con toda la creación!.
Es un momento especialísimo, uno en que hay que olvidarse del reloj y las horas que pasan.
Un momento total que no puede ser interrumpido por ningún compromiso posterior, en que nada haya pendiente que nos reclame.
Cuando decidamos que hemos disfrutado a pleno ese tiempo con el todo, retornaremos al presente.
Nos levantaremos lentamente, porque lo mejor es estar en posición horizontal para apreciar todo el cielo, y caminando despacio, volveremos al lecho donde descansaremos hasta el nuevo día.
La luz del Sol nos dará la bienvenida.
¡Qué experiencia maravillosa!
Se las deseo de corazón, y agradeceré los comentarios que me hagan llegar.
Milton W. Hourcade