Cuando sus padres la anotaron en el Registro Civil de Uruguay, el funcionario a cargo, escribió su nombre como Elena María Antonia Pizzi Tolves, pero se equivocó en el segundo apelldio que era Tolve.
Lo curioso es que primos hermanos de ella, todos llevaron por entonces el apellido correctamente, la única que quedó mal anotada fue ella.
Y en su vida, todos la conocieron por Elena.
Yo fui el primero de sus hijos, y el parto fue doloroso para ella, porque yo había crecido más de la cuenta en su vientre, así que tuvieron que aplicarle forceps.
Llegué en la madrugada de un 20 de agosto, un domingo. Tal vez por eso es mi día preferido.
De pequeño me llevaba a la playa Buceo, donde la familia tenía instalada una carpa (ver foto adjunta, allí tengo 4 años).
Y aún más pequeño --con dos años-- me llevaba al Parque Rodó, donde incluso me montaba en un "petiso".
A mis 5 años de edad, llegó mi hermano Ruben.
Sólo nosotros sabemos cuánto se sacrificó nuestra madre, cómo se preocupó por nuestra educación, por alimentarnos y vestirnos.
Ella era Profesora de Piano, tenía sus alumnas en su casa, y uno de los momentos más tristes para ella, fue cuando por limitaciones económicas se vio precisada a vender el Kohler y Campbell que había sido regalo de su padre cuando obtuvo su profesorado, en un examen que dio ante una mesa de profesores muy exigente, en el Ateneo de Montevideo.
Su vida estaba dedicada a nosotros y a nuestro padre. Nos llevaba a Introzzi o a Soler, para comprarnos ropa.
Permanentemente nos cocinaba tortas o bizcochitos, para tener a la tarde, y postres para los domingos, además de la diaria comida.
De su madre Carmela, italiana, había aprendido a elaborar y cocinar pasta. ¡Qué ravioli, qué fucilli, qué lasagnas y gnocchi! Era una experta.
Cuando chico siempre me llevaba e iba a buscar a la escuela, cuando llegué a cuarto año, había una niña de la cuadra, que era mayor --ya cursaba sexto-- y le confiaba que me acompañara.
Siempre atenta a mis estudios en la escuela (donde salí con Sobresaliente y así obtuve una beca para estudiar en el Liceo Italiano), luego estrené el edificio del Dámaso Antonio Larrañaga, y finalmente llegué a Preparatorios.
Para entonces, ma había empleado en la Intendencia de Montevideo y me tocó trabajar en la oficina de la Dirección de Expendios Municiples, que entonces estaba en la calle Joaquín Requena casi Brandzen.
Cuando yo trabajaba, contribuída con los gastos de la casa.
Siempre tuve el cariño enorme de mi madre, de adulto al igual que cuando era niño.
Uno de los momentos más hermosos que viví fue cuando celebró sus 100 años (ella falleció a los 102). En el Hogar de Ancianos del Círculo Católico se hizo una gran fiesta, se contrataron mariachis, y ella cantó feliz el famoso "Canta y no Llores".
Por entonces, en mis idas a Montevideo la visitaba regularmente,y en más de una oportunidad me sorprendió por sus reflexiones y sus sabias palabras, hablando de diferentes temas.
Su recuerdo es imborrable, así como su inmenso amor.
Gracias por siempre, madre querida.
Milton W. Hourcade