Friday, August 19, 2022

CADA MOMENTO EN LA VIDA ... (segunda nota)

Del liceo pasé a Preparatorios en el Instituto Alfredo Vásquez Acevedo (IAVA).

Tuve que decidir qué seguir, y fue por exclusión. No quería elegir un curso que tuviera matemáticas. Entonces elegí abogacía, que tenía inglés --que me gustaba--, que tenía italiano --que ya conocía y había estudiado bastante-- que tenía filosofía --otra materia de mi preferencia-- literatura --otra más de mi gusto-- y agregaba historia universal, y en segundo año, historia nacional.

Director del IAVA, Prof. Artucio, Asistente de Dirección: Blas Logaldo.

Me propuse estudiar bien en todas las materias y progresar. 

La realidad se encargaría de demostrarme que algunos profesores estropeaban su materia en lugar de hacerla gustar y querer.

En primer año, era difícil mantenerse despierto un lunes de mañana, en aquellos salones grandes, carentes de calefacción, con un profesor de filosofía, de apellido Del Campo, que hablaba tan bajo que la gente se dormía en la clase. Era casi imposible oirle. Habría necesitado de un sistema de amplificación.

Por suerte en historia tuvimos a la profesora Fernández de Artucio (no sé si era la esposa o familiar del Director), y con ella la clase era más animada, hacía intervenir a los alumnos, y buena parte del año estábamos a la espera de que llegaran los Dorios, hasta que un día ocurrió.

En literatura tuvimos el privilegio de tener como profesor a Emir Rodríguez Monegal  (un experto en Shakespeare que luego y por tiempo se radicara en Inglaterra). A él le debo haber llegado a la fe.

Un día nos propuso leer en la Biblia un ejemplo de poesía (un salmo) y un ejemplo de prosa, nada menos que el Sermón del Monte.

Mi padre --como buen batllista-- era agnóstico. En mi hogar no hubo nunca una biblia hasta que yo fui a comprar una porque tenía que estudiar. 

En clase estudiamos el salmo y luego pasamos al evangelio. 

Pero dentro mío había un hambre y una curiosidad por entender más y saber más de este Jesús, cuyo Sermón del Monte me impactara.      Había un compañero con el que surgió una amistad, y con el que para los exámenes estudiábamos juntos, Raúl Freccero.

Salíamos uno de esos días del IAVA conversando con Raúl acerca de la fe, mi ignorancia al respecto, querer saber más, y en un árbol casi frente a la puerta de entrada del IAVA por la calle Eduardo Acevedo, adherido a un árbol había un cartel que decía: Campaña de Evangelización con el Rev. Oswald J. Smith, Palacio Peñarol, e indicaba días y horas. 

Sorprendidos por el hallazgo, decidimos ir. Raúl me acompañó dos noches, yo estuve tres.

Cuando Smith hizo un llamado a la conversión, y a que pasásemos adelante para ser guiados en oración por él, vi que había ujieres pertenecientes a diferentes iglesias evangélicas que acompañaban a quienes iban hacia adelante, entonces preferí quedarme en mi asiento, seguir desde allí la oración, y decidirme por el camino de la fe.

Al día siguiente, se me ocurrió ir a la iglesia más cercana al IAVA, que entonces era la Templo Emmanuel perteneciente a la Iglesia Metodista Episcopal. Se dio que al entrar a un jardín que tenía este templo, me encuentro con un hombre que estaba cortando algunas rosas. Iniciamos una conversación, y me dijo que el servicio en ese templo era en inglés, que era bienvenido si quería, pero si lo deseaba en español, debería ir  a la Iglesia Central, en Constituyende y Médanos,  calle que años después cambiara su nombre el de Javier Barrios Amorín.

Y así lo hice. El resto es historia.

De ese primer año, tengo dos recuerdos referidos a la materia de italiano. La dictaba una profesora, la señora Galetti. Una rubia elegante, un tanto alta, --típica italiana del Norte-- y lo destacado de ella, era que todas las clases y durante todo el año, vestía con ropa distinta. Nunca repitió ninguna, y eso era un comentario general porque hasta a nosotros los muchachos nos había llamado la atención.

Lo segundo que ocurrió fue que en determinado momento la profesora fue sustituida por un profesor de apellido Mastrangelo, que era tan uruguayo como cualquiera de nosotros. Y aquí pasó algo muy especial.

Cuando tenemos un examen final del año, primero había una parte escrita. Nos dio un texto a traducir, y nos aclaró que cuando aparecía la palabra Certosa --que designaba un lugar-- en un caso debíamos traducirla como iglesia, y en otro como cementerio.

Toda la clase lo entendió así, excepto una chica. No creerán ustedes si les cuento que toda la clase fue aplazada y sólo la chica aprobada. ¿cómo era posible que en poco más de 30 alumnos todos tuviésemos el mismo error y sólo una alumna hubiera traducido correctamente Certosa?

Evidentemente la chica se equivocó, o más bien, todos escuchamos bien lo que nos había dicho el profesor. Ella, equivocada, ganó, y todos perdimos. Hubo un revuelo tremendo, protestas en el mismo lugar del examen. Hubo artículos en algunos medios de prensa. Pero había que esperar a febrero.

En febrero vinieron a mi casa Raúl y otro compañero amigo, Edgardo Prado. Milton, "como vos sabés mucho de italiano pensamos que si entre los tres nos preparamos podemos salvar el examen." Les escuché y mi primera respuesta fue que estaban locos, que no había tiempo material de preparar ese examen. Que tan sólo del libro había 40 lecciones para traducir y distinguir lo que eran adjetivos, adverbios, tiempos de los verbos, etc.  Como insistieran, les dije que nos olvidáramos del libro y le diéramos fuerte a la gramática. Así estudiamos dos días. Cuando terminamos de estudiar nos fuimos al cine para distraernos. 

La mañana siguiente fuimos al IAVA, dimos el examen. ¡Los tres lo salvamos!. 

Ya al ir a Preparatorios perdí a mi incipiente novia, Ivonne Denis Giralt, que vivía en la zona del Parque Rodó. 

Porque yo tomé el turno de la mañana --continuando con lo que había hecho en toda secundaria--y ella no tuvo cupo de mañana y tuvo que tomar un turno de tarde. Y ese detalle práctico, rompió prácticamente nuestra incipiente relación. Me dio mucha pena. Era una bonita chica, rubia, de cabello algo enrulado, de preciosos ojos celestes, y mirada inocentona. Típica de  una chica seria y de su hogar. Me gustaba tanto físicamente como su personalidad.

La música de ese momento, que nos dio a conocer por cuentagotas"Nolo" Mainero con su programa "Música en el Aire"
a primeras horas de la tarde por Radio Sarandí, era "Little Darlin' " (Queridita), que el día que se puso a la venta el 78rpm me lo fui a buscar apresuradamente a una disquería llamada Magictone, cuyo local estaba en la calle San José casi Paraguay.  

De ese primer año, tengo un recuerdo casi traumático por culpa de un profesor que definitivamente actuó de manera totalmente injusta en el examen de Filosofía. Él dio Lógica, y casi al final del año dejó la clase, y vino un suplente joven, llamado Miguel Brun, con quien décadas después terminaríamos siendo amigos. Del Campo, el titular, antes de irse advirtió que en el examen se iban a incluir las "leyes de Windelbam y Rickert" que él no había dado. Que las estudiáramos.

Entre nosotros los jóvenes, había un hombre de más edad, que estudiaba y trabajaba, de apellido Acuña. Buen compañero. Cuando le tocó su turno ante la mesa, Del Campo le pregunta por las leyes de Windelbam y Rickert. Acuña --que ya había contestado varias preguntas de otros profesores y le estaba yendo bien-- le confesó que eso no lo había estudiado. Del Campo con sorna le respondió, ¿pero Ud. no recuerda que yo les pedí expresamente que lo estudiaran?... Tal vez yo falté a esa clase, profesor, pero pregúnteme de cualquier otra bolilla del programa...silencio, le dicen que tome asiendo. La mesa delibera, los otros dos profesores estaban satisfechos con las respuesta que había dado Acuña. La mesa decide entonces hacerle un segundo llamado, Acuña acude nuevamente a la mesa, y otra vez Del Campo le dice "hábleme de las leyes de Windelbam y Rickert". 

Aquello nos indignó a todos. Era una burla, una falta de respeto al compañero, y una evidente mala intención y falta de ética por el profesor. 

Y con esa falta de ética siguió. Recuerdo a otro compañero, algo mayor que el resto de nosotros. Siempre acudía a clase de traje, camisa y corbata. Luego supe que era periodista del diario "El País".Un muchacho muy correcto. Pasó ante la mesa, dio su exámen. La mesa entró a deliberar bastante, le llaman y Del Campo le entrega el carnet diciéndole: "Aplazado". El muchacho quedó como petrificado ante la mesa, no podía creerlo. Preguntó: "¿aplazado?"..."Sí" -le respondió Del Campo--que agregó con repugnante ironía: "¿no sabe leer?". Aquel alumno se dio media vuelta y se fue.

Como se seguía un orden alfabético, cuando llegó a la H me tocó mi turno. Dejo constancia que antes, todos los muchachos habían sido aplazados y todas las chicas aprobadas. Aquello más que insólito, era absurdo, pero indicaba una clara tendencia del profesor.

Yo había estudiado absolutamente todo. Estaba bien preparado. 

Los otros dos profesores me hicieron algunas preguntas que contesté sin titubear. Entonces Del Campo me presenta un hipotético cuadro de un accidente automovilístico, con testigos de un lado y de otro, y me pregunta: "aplicando el principio de causalidad, ¿quién fue responsable del accidente?"

El caso era algo intrincado, y me pareció lo mejor irlo desbrozando por partes hasta llegar al final. 

Cuando me hizo pasar, me entregó mi carnet, y dijo "Aprobado". Luego, miré mi carnet, y ví que antes ya había escrito "Eliminado" y que luego lo tachó y tuvo que escribir "Aprobado". 

Así siguió su sucio manejo del examen. Me quedé hasta el final. Cuando terminó todo y salía del salón, me alcanza el profesor y me dice: "Hourcade, Ud. habla muy bien", y le respondí secamente: "Profesor: yo estudié". Me di media vuelta y me fui.

En la próxima nota me voy a referir al segundo año en el IAVA.

Milton W. Hourcade



 

 

 

 

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