Envidio a esas
personas que ignoran, que no entienden, que no se preocupan por cosas
trascendentes, por el país en que viven, por la niñez y la juventud, por la
humanidad toda.
En su ignorancia, son
felices. Sus problemas son de pequeña estatura y están a corta distancia.
No soy así.
A mi me preocupa ver
cómo está el país en que nací.
Me preocupa ver cómo
van las cosas en el país en el cual vivo.
Y me preocupa el
panorama internacional, lo que hacen los gobiernos, los líderes, etc.
No lo puedo evitar,
es parte de mi, de cómo soy.
Tal vez por eso
ejercí la carrera de periodismo, y por eso durante 44 años trabajé en esa área.
Y siento que sigo siendo periodista, porque uno eso lo lleva dentro. Que soy
testigo pero además comento la realidad.
Pero…también necesito
y requiero de equilibrio personal, de paz interior, de momentos de reposo
fecundo, de cariño, de abrazos, de besos, de la familia, de mis amigos y
amigas, de simpatía, de acompañamiento, de aliento.
Todos lo necesitamos,
simplemente por el hecho de que somos humanos.
Por eso comparto esto
con ustedes.
Para que lo sepan,
para que concuerden –espero que así sea—y para que procuren vivir cada día
extrayéndole el máximo posible, pero sin estresarse, con calma en el peor
momento, sin pedirle al cuerpo más de lo que éste puede dar, respetando las
naturales limitaciones que se pueden tener.
Al final de todo, los
sentimientos constituyen el área de encuentro, de entendimiento, del gusto de estar
juntos, de compartir este mundo que nos toca habitar aquí y ahora.
Como humanidad toda pienso que
nos faltan siglos para llegar a una maduración. Somos apenas unos adolescentes
atropellados, irascibles, peleadores, lujuriosos, temerosos e hipócritas.
Vivimos enfrentados
con la naturaleza a la que consideramos hasta hoy un elemento a explotar y
expoliar, en lugar de respetarla, de sentirnos unidos a ella de tal manera de
armonizar.
Nuestros edificios
son una aberración. Nuestra tecnología desasida de valores morales, sólo
facilita hacer cosas, pero también facilita la criminalidad, la destrucción y
la muerte.
Hemos errado el
camino. Habrá un momento en que empecemos de nuevo, desde un casi cero, con una
humanidad devastada, destruida.
Otra tal vez,
emigrando hacia otros planetas encontremos nuestra verdadera razón de ser, y
surja una filosofía de vida totalmente diferente de la actual.
Lo más a que podemos
aspirar hoy, es a tener un rincón privado de nuestra existencia, donde nadie
puede meter sus narices, y donde con total libertad podamos rescatar buena
parte de la felicidad a que tenemos derecho y nos merecemos.
A lo del título.
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