Friday, November 2, 2018

RECORDANDO LO BUENO, OMITIENDO LO MALO, VIVIENDO EL HOY




Desde mi escritorio y a través de la ventana, veo sacudirse los árboles con sus hojas marrones del otoño y sus ramas secas, que no volverán a tener hojas hasta dentro de varios meses.


La naturaleza nos enseña que todo es cíclico, que todo retorna, que todo tiene su tiempo. Que la vida continúa, y que perecederos como somos, nuestro paso por el mundo seguramente dejará huellas imborrables en muchos de quienes nos han conocido, tratado y con quienes hemos compartido trozos de vida.


El pasado puede superarse, pero nunca borrarse. No somos hoy, sin él. Lo llevamos en nosotros.


Lo que pasó, pasó, pero ocurrió, fue realidad, y nos queda adentro para siempre, lo vivimos con intensidad, es parte ineludible e irrecusable de quienes somos hoy.
 

Sería artificial pretender que ese pasado nunca fue, nunca existió, y fabricarnos una actualidad en base a una ficción. Algo así como decir: declaro que soy feliz, que estoy lleno de alegría…y creérmelo.


Si tengo reales motivos actuales para sentirme feliz y estar alegre, no será por un esfuerzo propio por auto-convencerme que debo estar de ese ánimo. Si no, sigue siendo una ficción.


Si el pasado ha sido sustancialmente malo, es sano y lógico evitar recordarlo, pero con la conciencia clara de que siempre está dentro nuestro.


Si el pasado ha sido muy feliz, si nos dio alegría, si nos hizo sentir que nuestra existencia era hermosa y que valía la pena vivirla, ese pasado jamás puede eliminarse, aunque una ruptura del mismo nos haya causado con igual fuerza e intensidad, dolor, angustia, pena y hasta depresión.


Lo que sí podemos hacer, es procurar no recordar aquello que nos causó dolor, lo que abrió una profunda herida que lleva tiempo sanar. 


Esto no quiere decir que tengamos que vivir tristes, amargados, derrotados. Eso no, jamás. 


Podemos tener hoy motivos de alegría, de felicidad, de paz interior que son muy importantes para recuperarnos, para rehacernos. Pero somos conscientes que no somos los mismos que fuimos. Que hay una parte nuestra que nos fue arrebatada.


No es cuestión de no aferrarse al pasado y a los recuerdos tristes, como dice el gran poeta mexicano Jaime Sabines.  

Por el contrario, el problema se plantea cuando recordamos los tiempos felices, plenos, hermosos.  Esos que anhelamos tener hoy también.


Viene a mi memoria la samba “No te puedo olvidar” que cantaba aquel conjunto folklórico argentino entonces famoso: “Los Fronterizos”.  Y en el acá reciente, la hermosa canción que canta Enrique Iglesias quien en forma positiva expresa “Nunca te olvidaré”.


El pasado se supera, pero no se borra.


Y la alegría no es una forma artificiosa de auto-convencerse. Tiene que surgir verdaderamente de dentro. No es tampoco el momento feliz pasajero. Es un estar permanente.


Otro poeta, el uruguayo Mario Benedetti habla de “defender la alegría”. 

Pero Benedetti no se confunde: juega con antinomias (como es su estilo) y al final de su poema dice: “y también de la alegría ”. ¡Cuidado pues! 

No es una alegría prefabricada, antojadiza, circunstancial, sino verdadera y honda. Por eso convoca a defenderse de la alegría misma.


Recoger toda esta sabiduría, nos sirve para mirarnos objetivamente, para no crearnos una imagen falsa de nosotros mismos, para vivir con realismo.


Y al final de toda esta reflexión, otro poeta nos trae un mensaje pragmático y sensato. 

Se trata de Quintus Horatius Flaccus, simplemente conocido como Horacio, que vivió en la época del emperador Augusto, en Roma, y que escribió esta frase que ha trascendido los siglos:  "Carpe diem quam minimum credula postero", “Sácale provecho al día, confiando lo menos posible en el futuro.”



De la larga frase, sus dos primeras palabras hoy aparecen escritas en camisetas y hasta en nombres de empresas: “Carpe diem”: sácale provecho al día, y francamente considero que nos invitan a vivir el hoy.

En eso estoy.



Milton W. Hourcade
Textos protegidos por derechos de autor.
 







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