El jóven fue a su médico y en la entrevista le relató que hacía dos horas de gimnasia por día, bajo estricto control de su profesor, que cada semana se abordaba una parte del cuerpo diferente, así como la respiración coordinada.
El médico observó cuidadosamente los resultados de los análisis de sangre que había ordenado, y le dijo: todo está muy bien, y no estaría tan bien si no hicieras gimnasia, pero esa gimnasia no aumenta el poder de tu mente, y no te quita el dolor de que tu novia te haya dejado.
El joven agachó su cabeza, y asintió de que esa era su situación.
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El mundo está lleno de gimnasios, la gente de toda edad se afana por lucir un cuerpo armónico, estéticamente esbelto. Añádanse a eso los variados regímenes y propuestas de pastillas para adelgazar, más la cosmética para las mujeres y también para los hombres, y tendremos una civilización dedicada al cuerpo.
Pero tan materialistas y tan superficiales somos, que ni por un instante pensamos que no somos solo un cuerpo, solo un trozo de materia, válido y necesario para interactuar con la atmósfera y sobrevivir.
Cuando el empresario piensa en incorporar un nuevo rubro para su compañía, o abordar una nueva aventura de capital, no es su cuerpo el que la determinma, sino su mente.
Cuando el político traza un plan para postularlo como la acción de su gobierno, no es su cuerpo el que toma las decisiones, sino un razonamiento ordenado e inteligente el que lo logra.
Cuando el seleccionado nacional gana un campeonato mundial, la alegría que nos desborda, y las ganas de abrazarnos entre todos y celebrar, no están dictadas por nuestro cuerpo, en todo caso, las dopaminas y otros neurotransmisores responden a nuestro sentir más intenso, pero no lo generan.
Y cuando nos enfrenta el dolor profundo de la
Cuando nos damos cuenta de todo esto, somos insoslayablemente llevados a una realidad: somos humanos en tanto que entes complejos, pero lo más humano de todo no es nuestro cuerpo, que es una adaptación natural al medio ambiente en que podemos ser, sino nuestra autoconciencia de ser, eso que solemos llamar alma, o espíritu, eso intangible, que no se ve, pero que da razón de nuestra personalidad.
Y si nuestro cuerpo merece ser cuidado, protegido, entrenado y perfeccionado, ¿cuánto más nuestra quintaesencia, que solemos llamar alma o espíritu? Que actúa con tanto poder al punto de que el cuerpo sufre y hasta puede enfermarse, por cómo esté nuestra alma.
Entonces, convengamos que es lamentable que haya tantos gimnasios para cultivar el cuerpo, pero ninguno para cultivar el alma.
Que la gente se haya convertido en tan absurdamente materialista, que del alma ni se acuerde, que haya perdido la conciencia de su ser, y piense que todo se resuelve a flor de piel en un paquete de sensaciones.
Sé que son muchas las personas que piensan que eso es un error, que no debe ser así, que tienen que haber vías de cultivar el espíritu, de plantear gimnasia espiritual, de ejercitar la meditación, etc. de lograr un estado superior de conciencia, de incrementar la sensibilidad, en lugar de embrutecernos.
Sean estas palabras un preámbulo a todo lo práctico que iremos proponiendo para lograr la expansión de la personalidad.
Milton W. Hourcade
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