Saturday, February 5, 2011

PARTIR ES MORIR UN POCO….


El poeta francés Edmond Haraucourt (1856-1941) creyó que la imagen de la muerte aparece siempre cuando dos humanos se separan. En su poema "Rondel de l' Adieu" escribió:"Partir c´est mourir un peu. Cést mourir a ce qu´on aime." ( Partir es morir un poco, Es morir a lo que uno ama).

Cuando emprendo un viaje, y especialmente un viaje largo, siempre vienen a mi las palabras del poeta francés.

No sólo porque hay una despedida de seres queridos, amigos, hay una despedida del lugar donde se vive, habita, sew está a diario, sino porque hay una despedida del mundo tal cual es una realidad para nosotros, para entrar en esa especie de limbo que ocurre durante nuestro viaje.

Porque durante el viaje dejamos en mucho de ser quienes somos en tierra. En el lugar del cual partimos y en el lugar al cual llegaremos.

Porque estamos suspendidos en nuestras actividades normales, dejamos en buena medida de ser quienes somos, e integramos un conglomerado variopinto de individuos que estamos todos corriendo una misma suerte: llegar al mismo destino, y anhelando que entre medio, nada termine definitivamente con nosotros.

Dependemos de un piloto que sólo conocemos de nombre y por su voz. Dependemos de un personal de a bordo que conocemos por su presencia, y poco más.

Dependemos de condiciones meteorológicas que podamos encontrar en el camino, dependemos de normas de seguridad celosamente aplicadas para que un artefacto explosivo no termine con nosotros en medio del aire.

Dependemos de que el aparato en que volamos esté en óptimas condiciones de vuelo, haya sido puesto a punto por mecánicos responsables, y nada falle.

Como digo, estamos en un limbo, suspendidos en nuestra vida por largas horas.

Y entonces es cuando más nos sentimos imaginariamente acompañados por los seres que amamos y que dejamos atrás.

Por eso, partir es morir un poco. Morir a todo ello, morir a lo que uno ama.

Pero…nada está muerto es nuestro corazón, muy por el contrario, lo que hemos dejado atrás, nos sostiene, nos alienta, nos vivifica, y hace que nuestro viaje entonces se minimice, y sea visto como un breve paréntesis de lo que volverá a ser, a nuestro retorno.

Pero en el retorno, son otros seres queridos los que dejamos atrás, es otra realidad la que abandonamos, una realidad en la que hemos vuelto a ser, pero con parámetros totalmente diferentes, durante nuestra estadía.

Y en el retorno, nos alienta volver a ser quienes somos cada día, en nuestro entorno, nuestro estudio, nuestro trabajo, nuestro barrio, nuestros vecinos, nuestra casa, nuestros amigos, nuestros seres queridos, nuestro amor.

Un viaje que se percibe así, termina siendo una experiencia intensa del alma.

Y muchos que emprenden el viaje, y quienes nos despiden, no dicen nada, tal vez lo piensan, tal vez no, pero…más allá del deseo de “buen viaje” o “feliz viaje”, queda el suspenso de lo que pueda pasar entre el lugar de partida y el de llegada.

Y yo personalmente siempre he sido muy consciente de que cada viaje que emprendo es después de todo una experiencia de fe. Porque en un viaje, lo arriesgamos todo. Absolutamente todo.

Y de alguna manera, me gusta transmitir esto para que cuando viajo, las personas que me despiden de un lado o de otro, o las que me aguardan, tomen consciencia de que ese viaje, puede ser el último. ¡Y eso abre una perspectiva escatológica que es tremenda, y que pienso, nunca debería ser pedida de vista!

enigma

No comments:

Post a Comment