Tuesday, April 11, 2017

ABRIL: MES DE ALICIA

Este mes de Abril, en Uruguay es muy variado. Es el mes que en este año se celebra la Semana Santa. 
Es el mes en que se recuerda la cruzada libertadora de los 33 Orientales que llegaron a la Playa de la Agraciada, el 19 de Abril de 1

Pero para mi es el mes de Alicia.

Aquí se la ve feliz, luego de una caminata por el bosque en el Nottoway Park, en Virginia.


En cuestión de horas más estaré viajando, y por eso, me adelanto a escribir algo recordando a quien fue mi esposa durante 39 años: Alicia Trillo Alvariza.
 
Es de las personas que se fue antes de tiempo. Cinco años menor que yo, podría actualmente estar viviendo, disfrutando a su nieto, y haciendo todas las cosas que ella era capaz de hacer, menos continuar trabajando, porque supongo que habría decidido retirarse, o tal vez no.


La actividad fuera del hogar siempre formó parte de su vida. Desde que siendo soltera ejerció el magisterio.

Pero fuera de eso, la vida en el hogar era lo más importante para ella.


La recuerdo con ternura, con la tristeza enorme que me provocaron sus últimos días al verle impresionantemente disminuida, y también con su espíritu indomeñable, que no se dejó vencer anímicamente por el cáncer hasta que ya no tuvo más fuerzas. Pero lucho dos años y medio con la enfermedad, y su doctora me dijo: de no ser por el espíritu que tiene, habría fallecido ya hace un año.


A veces llego a pensar cuán buen esposo puedo haberle sido, pero me queda la certidumbre cabal de que la acompañé hasta el mismo instante en que expiró, el 18 de Abril de 2010, a las 4:37 de la tarde, y le proporcioné todos los cuidados y preocupaciones que su enfermedad determinó y me despertó. 


Proveerle la comida adecuada, estar atento a las horas y dosis de varios medicamentos, llevarla a sus sesiones de quimioterapia y a sus citas médicas, buscar segundas y terceras opiniones de médicos oncólogos, llegar a hacer una consulta con un experto de la prestigiosa Universidad Johns Hopkins y dar los pasos necesarios para  intentar un tratamiento experimental en los Institutos Nacionales de Salud. Lamentablemente una intensa tormenta de nieve atrasó las citas médicas, y cuando acudimos ya prácticamente era tarde para hacer algo. Ella misma no soportaba el viaje desde Virginia a Maryland.



Sanar sus heridas y colocarle vendajes especiales en su cuerpo todos los días, fue toda una odisea para mí, que psicológicamente no soporto ver sangre, y tuve que sobreponerme a ello.


Mi mayor recompensa fue que un día, en su última semana de vida, cuando ya casi no podía ni hablar, me pidió que me acercara a su oído y me dijo “I love you”, y le respondí, yo también, dándole un abrazo.


Alicia fue tremenda maestra vocacional. De la que era capaz de dar clase a sus niños, aún sin contar con material didáctico para hacerlo, usando cualquier cosa que tuviese a mano.


En el camino de la educación, y por mérito propio, llegó mediante concurso a ser Directora, cargo que ejerció hasta venir a Estados Unidos.


Aquí siguió su labor docente trabajando con pre-escolares.

Dos madres que tenían hijos pre-escolares, cuando nuevamente tuvieron familia, decidieron ponerle a sus hijas el nombre Alicia, en honor a ella.


Sin embargo, hubo un momento en que decidió cambiar de actividad, y obtuvo empleo como vendedora de una tienda de ropa maternal. Una de sus mayores felicidades era cuando las madres luego de tener sus bebés, iban a presentárselos.


Alicia fue una madre y abuela excepcional. Se dio en amor por su hijo cuanto por su nieto al que disfrutó todo lo que pudo.


Le gustaban el cine, el baile y los viajes. Disfrutaba de la amistad de otras colegas en quienes dejó un recuerdo imperecedero.


Aquí en Estados Unidos, aprendió a usar el idioma inglés y a manejar vehículos, y fue una excelente conductora.


Siempre fui consciente del sacrificio que representó para ella su venida a Estados Unidos, dejar Uruguay, la escuela pública, sus alumnos, sus padres, su hermano, sus amistades, el país todo.


Pero llegó a apreciar y valorar que en breve tiempo nos fue posible aquí tener un estándar de vida que habría sido muy difícil de lograr –si acaso— de habernos quedado viviendo en Uruguay.


Y tal vez una de sus felicidades mayores fue ver a nuestro
hijo, Juan-Pablo, graduarse de su Doctorado en Ciencias de la Computación, como culminación de años de estudio en los que siempre obtuvo las mejores notas y los mayores lauros. 


Se cumplen este mes siete años de la desaparición física de Alicia. Su memoria perdurará para siempre en el corazón de todos quienes la conocieron.
enigma

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