Atendiendo clientes detrás de un mostrador, sirviendo mesas, elaborando comida, limpiando habitaciones, conduciendo vehículos, los extranjeros son una fuerza de trabajo incontrastable.
Y entre esos extranjeros, los latinoamericanos superan con creces a personas de cualquier otra nacionalidad o región.
Tanto en la parte Norte de Virginia --lindera con Washington D.C.-- como en Manhattan, los latinos que más encontré ocupando esas tareas, han sido salvadoreños.
Asistiendo a viajeros en el aeropuerto, hallé personas de Perú y de Colombia.
Debido a ello, hoy día el viajero procedente de América Latina encuentra mucho más facil a quién requerir información, cómo pedir algo, etc.
Otra cosa que me llamó la atención en Manhattan, es que --años atrás-- muchos negocios estaban en manos de judíos, atendidos por ellos mismos. Ahora están en manos de gente procedente de India. No sé hasta dónde se trata de propietarios, de socios, o de empleados, pero el judío no está tan visible como antes, en el trato directo con clientes.
Mi conclusión de las constataciones que fui haciendo es que si la economía estadounidense funciona, si hay servicios que son finalmente esenciales para el país, y en particular para la industria de la gastronomía, de la hotelería y de la construcción, es gracias a los inmigrantes extranjeros, y muy en especial, a la presencia de latinoamericanos.
Éstos, integrados a la sociedad estadounidense, constituyen parte del entramado social de la misma nación.
Considero que es un factor beneficioso e irreversible.
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