Se miró al espejo, y
aún con las reminiscencias de un catolicismo que a veces la hacía sentirse “monja”,
se vio atractiva, de rostro y sonrisa conquistadores, de senos como vestal. Se
movió sinuosa y lentamente, y se dijo, “soy una pantera, una pantera de garras
afiladas", en busca de un hombre que llene este vacío que tengo en mi cuerpo y
en mi corazón.
Así estaba ella, así
se sentía, así ansiaba, cuando de pronto le llegó una inesperada invitación.
Una reunión internacional tal vez fuese la puerta que le abriese la oportunidad
de conocer a alguien muy especial.
Apuró su registro.
Quería ir, quería estar, no sólo ir a disfrutar del lugar junto al mar, sino de
ver si acaso entre aquellos varones que allí habría, hallaría a alguien que le
hiciera latir fuerte su corazón anhelante de sentir con intensidad, aquel
corazón hambriento de amor.
Y de pronto, surgió
la persona buscada. Estaba allí ante ella, con su estampa, con sus gestos, con
su voz, era él, un simple hombre que pasaría desapercibido en cualquier lado,
sólo que en esa reunión desempeñaba una posición de destaque. Tal vez eso la
deslumbró, o la desorientó. Tal vez eso actuó como un irresistible imán.
Se acercó, dialogó
con él, y entre anécdotas y sonrisas, sintió que ardía por dentro y de no ser
porque las circunstancias no lo permitían, se habría arrojado a él para
besarlo, para darle un beso “de lenguas entrelazadas” como a ella le gustaba.
Guardó las apariencias
y se mantuvo calma. Le costó hacerlo pero lo logró.
Pero había descubierto
lo que necesitaba, lo que había querido tener por tanto tiempo. Aquel hombre era en ese momento el epítome de lo que buscaba.
Rápida mentalmente,
inteligente y sagaz, ansiosa y voluptuosa, se trazó un plan de conquista, y
cuando se despidieron, quedaron en intercambiar correo electrónico.
Apenas regresada a su
cotidianidad, se abalanzó cibernéticamente sobre aquel hombre, sin medir que
era casado, sin importarle que enfrentaba una situación personal difícil, nada,
nada le detuvo. Era su conquista, era su
presa, era el alimento con el que la pantera quería saciarse.
Era después de todo,
lo que había aprendido en la universidad, en las clases de Teoría de la
Liberación, con un argentino. Y lo que había absorbido en textos y poemas del
uruguayo Mario Benedetti, su “autor adorado” según decía. Era aquello de “No te
pienses sin sangre”.
Tal vez debido a
Benedetti, quiso internarse algo en la cultura uruguaya. Saber de palabras, dichos,
costumbres, aprender –si acaso— a tomar mate.
Puso en práctica su
plan, aumentó la cantidad de correos diarios. Los complementó con diálogos
nocturnos (chats) que se fueron transformando en “sexting”, donde ella se
deleitaba en describirse cómo estaba en su aposento, procurando excitar a su
interlocutor, hasta que una hora después, culminaba su cita cibernética
echándose agua fría en la nuca, para aplacarse, y ser la dama respetable ante
su esposo que entraba en su recámara luego de ver televisión.
Lo que vino luego fue
un período de hermosa locura, de un mundo paralelo hecho realidad, de un sinfín
de instancias, encuentros íntimos, y vivencias intensas que la hacían muy
feliz, y que le proveían sentirse a sí misma mujer, como nunca se había sentido
tanto.
Cuando se encontraba
en esas instancias, se comportaba como una mujer verdaderamente libre. Como si
fuese soltera. Paseos, caminatas por lugares públicos, visitas a sitios
históricos, todo era posible y potable. Nada ni nadie la detenía, era su hora
más gloriosa. El triunfo de su femineidad, el dominio que ejercía en aquel hombre
que llegó a enamorarse profunda y estúpidamente de ella. Porque el amor es
estúpido para ser real.
Y así estaba ella, la
pantera. Que al levantarse extendía sus brazos para abrazar imaginariamente a
su hombre. El de su conquista.
Que de pronto acudía
a él porque precisaba una frase, un consejo que la orientara, o cómo resolver
una situación. Y él siempre respondía. Nunca la dejaba sola en esas
circunstancias. Nunca la desoía.
Todo iba rodando como
sobre ruedas, cuando una aciaga noche su esposo descubrió accidentalmente los
correos intercambiados entre ella y su enamorado.
Furioso le inquirió
fuera de sí: ¿qué es esto, qué significan estos mensajes?...Pero, habilísima
para inventar historias y para mentir, le explicó a su marido que esos correos
eran parte de un proyecto manejado por un psicólogo, en que ella y ese hombre
habían sido elegidos para que hicieran las veces de enamorados, a ver qué eran
capaces de decirse, y cómo iban a desarrollar la relación por vía de correo
electrónico. Y le juró que entre ese hombre y ella sólo existía una amistad, y
que ni siquiera se conocían personalmente.
Lo juró. Ella no
tenía problema en jurar en vano, ni en crear historias.
Luego hizo el amor
con su marido, y pensando en su enamorado, puso cuanta voluntad podía, para que
su esposo quedase bien satisfecho.
Había logrado superar
la tormenta. Se asustó, un miedo helado le recorrió todo el cuerpo, pero su
relación amorosa pudo más que su temor, y logró manejar la situación de la
manera más astuta posible.
La relación con su
enamorado continuó. Tuvo algunos altibajos, porque ella es “como pluma al
viento”, hoy es A, mañana es B. Hoy su enamorado es estupendo y lo extraña a
mares. Mañana le dice “no quiero verte”.
En algún momento él
llegó a pensar que ella padecía del síndrome de personalidad limítrofe.
Así continuaron las
relaciones, con ardientes encuentros personales, y con correspondencia
electrónica que empezaba a faltar, a tener baches, a ir desapareciendo…
Ya lo había
pronosticado un neurólogo en una conferencia a la que ella acudió, de que el
complejo de dopaminas y endorfinas que impulsan lo que llamamos amor –según un
concepto pedestre y materialista del susodicho neurólogo— duraba dos años a dos
años y medio, y allí se terminaba.
Y ella llegó a pensar
como el neurólogo, consideró que su tiempo de dicha, de gozo, de enamoramiento,
había ido llegando a su fin.
Extrañas
elucubraciones de su enmarañado cerebro, le llevaron a que luego de hacer el
amor con su conquistado, de pronto –al momento-- cambiara hasta su forma de
mirarlo, y muy fríamente le dijera que le era necesario terminar su relación. Y
buscó respetables excusas para hacerlo.
Su enamorado no podía
entender, no salía de su asombro. Ella le dijo que estaba decidida a dedicarse
a los suyos. Que de ahí en más, tendrían que tratarse como amigos.
Él quedó rumiando
esas palabras, esa actitud insólita, esa despedida intempestiva.
Ya no le importó más
nada el dolor y el sufrimiento que pudiese estarle causando a aquel que ella
había enamorado. Se rodeó de una coraza de insensibilidad, de fue degradando a
sí misma, deshumanizándose, hasta pensarse sin sangre, hasta hundirse en la
cotidianidad tediosa y vulgar.
Cortadas las líneas
de comunicación, twitteando y retwitteando lo que otros escriben, así llena sus
horas de ocio y aburrimiento.
El amor que vivió, quedó colgado
en una nube para siempre.
Sus sentimientos, ahogados y asfixiados en la rutina
cotidiana.
Volvió a mirarse a un espejo. Vio el tedio reflejado en su rostro. Vio
las arrugas en su frente y a los costados de sus ojos, se dijo estar más vieja…pensó
en hacerse un “facelift”.
Ya nunca más sería la alegre,
desprejuiciada, libre, sensual y apasionada mujer capaz de sentir y vivir el
amor a lo grande. De clavar sus garras afiladas en la espalda de su enamorado,
de entregarse en aquellos besos interminables, y de complementar todo ello con
una intensa intimidad.
Aquello había sido. Aquello no
volvería a suceder nunca más.
Ahora, es una pantera enjaulada...
enigma
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