Friday, July 3, 2009

¡CUÁNTO IGNORAMOS!


Es una tentación sin duda, muy humana por cierto, pero igualmente equivocada, considerar que sabemos mucho de algo.

Solemos basar eso en nuestra experiencia, a veces aquilatada en años. O en nuestra destreza, en nuestra base genética, en nuestra natural proclividad a usar más el lóbulo izquierdo o el derecho del cerebro, o ambos a la vez.

A ello habitualmente le añadimos nuestros años de aprendizaje, nuestra educación formal e informal.

Y podemos caer en la trampa de qu
e se nos considere expertos en algo. La trampa no es que se nos considere por parte de otros.

Por supuesto que comparados con el resto de la gente, podemos a consideración de terceros ser expertos, y en más de una cosa. En general, somos buenos en varias, resultamos multifacéticos.

Pero…la trampa consiste en que nosotros nos consideremos a nosotros mismos expertos,
conocedores, o sabios en algo.

“Sólo sé que no sé nada” es la frase que se le atribuye al filósof
o griego Sócrates, y ella encierra la más profunda de las sabidurías.

“Man has to know his own limitations” (El hombre debe conocer sus propias limitaciones) solía decir el personaje Harry el Sucio, interpretado magistralmente por Clint Eastwood.

¿Por qué digo esto? Porque cuando realmente nos adentramos y profundizamos en el área que sea, en tanto otros nos consideran eruditos o expertos en esa área, nosotros somos conscientes que es mucho más lo que no sabemos que lo que sabemos.

Que es mayor nuestra ignorancia que nuestra sapiencia.

Y en esa enorme riqueza de reconocer las propias limitaciones, de constatar que es más amplio el campo de lo que hay por conocer, que de lo ya conocido, de la cual abreva la verdadera filosofía de la ciencia.

Siempre hay más por conocer, explorar, experimentar. Y siempre hay más conocimientos anteriores que rever, que modificar, o que sustituir totalmente.

Andamos pues y vivimos con verdades a medias, ver
dades parciales, realidades conocidas pequeñamente y apenas.

¿Por qué es esto así?

Por tres razones:

1) Por el pequeño tamaño de nuestro ser como tal. Somos inteligencias encapsuladas en un cuerpo que hace las veces de membrana de transición entre nosotros y la biósfera. Pero este cuerpo tiene apenas una altura de metro y algo, excepcionalmente sobrepasa los dos metros. Y no va más de allí.

Y eso ya nos limita y constriñe.

¿Han hecho ustedes la experiencia de retornar ya adultos, a un lugar donde fueron niños, y volverlo a mirar?
¡Cuán pequeño nos resulta aquel otrora “gran” patio de la escuela donde jugábamos!

Eso ¿qué nos dice? Que el tamaño de nuestro físico, determina nuestra percepción de lo que nos rodea.

Nuestro físico, aún el plenamente desarrollado, es pues una limitante al conocimiento.

Nuestros sentidos tienen umbrales más allá de los cuales no percibimos.

Los gatos ven de noche, nosotros no.

Los perros y las palomas oyen sonidos que nosotros somos incapaces de percibir.

Hay pues un universo de realidades físicas ubicadas más allá de nuestras capacidades de captación, que para nosotros no existen.

2) Nuestro conocimiento es la sumatoria de conocimientos individuales que se van adquiriendo. Por lo cual, heredamos lo que otros han conocido antes, lo incorporamos, lo modificamos y lo ampliamos.


Nuestro aporte está marcado por la extensión de nuestra existencia. Cuanto más vivimos más podemos conocer y compartir, pero nunca nos es suficiente.

Apenas si incorporamos lo heredado de quienes nos precedieron y añadimos un ínfimo “granito de arena”.

Así pues, la experiencia, el conocimiento, el llegar a ser “expertos” en algo tiene la limitante del tiempo.

Comparado con la historia de la humanidad, nuestra existencia es verdaderamente efimera.

Algunos humanos, excepcionalmente llegan a vivir algo más de cien años, la mayoría fallece bastante antes.

Y además, luego de cierta edad, el conocimiento se anquilosa o se pierde, la memoria aparece seriamente afectada, hay hasta un desasimento de la realidad. No se crea ni aporta más nada.

Nuestra duración pues, es la segunda gran limitante.

3) Finalmente, nuestra tridimensionalidad es la mayor limitante de todas. Los Físicos nos aseguran que la realidad es parecida a una cebolla. Tiene capas de existencia diferentes que co-existen paralelamente.

Son universos en un total de 11 dimensiones. Nosotros apenas estamos constreñidos a la tercera. Ni siquiera nos internamos en la cuarta. Tal vez algún día lo logremos si superamos la barrera del tiempo.


Y allí probablemente todo conocimiento adquirido hasta ese momento se trastroque por algo totalmente nuevo y diferente.

El ejemplo clásico para hacernos entender una dimensión difernte es ir a dimensiones menores. Por ejemplo, un ser bi-dimensional podría apreciar en toda su extensión una superficie plana, o una línea recta.

Pero apenas hagamos que esa superficie plana se convierta en curva, sólo la apreciará como un punto, de la misma manera que apreciaría como un punto una recta puesta en forma perpendicular a su universo.

Y si bien su conocimiento y su experiencia del punto son verdaderos, lo son sólo para su dimensión. Desde la nuestra, sabemos que la realidad es otra.

Lo que el ser bidimensional percibe como un punto, nosotros lo vemos como una recta o un círculo verticales a su plano.

Y lo que es más, podemos percibir cuerpos. Pero nos falta más. Esa no es la realidad total. Es la realidad limitada por nuestra tercera dimensión.

Habría que saltearse dimensiones, para tener una perspectiva y un conocimiento diferente.

Hay quienes nos dicen que el mundo onírico, el de los sueños, abre una ventana a un universo que no conocemos ni manejamos, a veces tremendamente fantasioso, que interconecta nuestros subconscientes (Carl Gustav Jung) y que genera una realidad diferente.

Percibirla es un fenómeno que llamamos “paranormal”, o sea, más allá de lo normal. Claro que ese no es un conocimiento demostrable, empírico, reproducible a voluntad.

Es un conocimiento que se encierra en lo profundo de nuestro ser, y que nos puede abrir el entendimiento a cosas no experimentadas, vividas o conocidas por otros.

Finalmente hay un planteo ético: ¿cómo vamos a usar lo que conocemos?, ¿para crear o para destruir? ,¿para progresar o retroceder?, ¿para generar felicidad o dolor?,
¿para destruir a una parte de nuestra especie, o para propulsar a los sumidos en la marginalidad y la miseria a una vida verdaderamente humana y digna?

He ahí la sabiduría final.

"Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tu formaste, digo: que es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que le visites" Salmo 8





enigma

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