Saturday, August 11, 2012

¡Ay, México…México!



¿Qué embrujo mágico crea esta tremenda atracción que tengo por México, mi cariño y admiración a ese país y a ese pueblo?
Dicen que es en la infancia cuando se establecen las conexiones y los factores fundamentales que en muy buena medida han de marcar nuestra vida.
De niño, a mis 8 o 9 años, escuchaba todos los días en una emisora de radio en mi natal Uruguay, un programa que se llamaba “México Canta”. Allí se daban cita Pedro Vargas, Juan Arvizu, y otros románticos del bolero, pero mi punto fuerte estaba en la voz del máximo charro de todos los tiempos: Jorge Negrete.
Sus corridos me gustaban de manera muy especial. Había obtenido un cancionero, y me había aprendido varias de sus canciones de memoria, de algunas de las cuales me acuerdo hoy día.
Y no me perdía de ver sus películas. Le recuerdo acompañado de Gloria Marín.
Luego en la pantalla grande descollaban María Félix, Pedro Armendáriz, y el inefable Mario Moreno, “Cantinflas”.
Esa mezcla bien sazonada de arrojo, valentía, romance, ternura, pasión y sano humor, eran en sí un resumen de lo que significaba México para mi. Hoy aparecen ratificadas por mi experiencia personal.
Tan sólo un año de mi escuela primaria lo hice en la escuela que lleva el nombre del país de mayas y aztecas. Y ello fue así porque luego nos mudamos como familia y tuve que cambiar de escuela.
En ese año aprendí algo más de México, y recuerdo las fiestas donde además de haber aprendido a cantar el himno nacional mexicano, veía cómo los niños más grandes bailaban el Jarabe Tapatío.
Esos recuerdos y esas vivencias de mi niñez, quedaron como en estado de letargo, como adormecidos en mi memoria y en mi ser.Como esperando el momento oportuno para manifestarse en plenitud.
Para alguien de condición economica modesta, viviendo en Uruguay, México no es un destino frecuente en viajes de turismo. Queda lejos, el pasaje es caro.
Quiso el destino que viniese a trabajar y vivir en Estados Unidos, y que –por esas causalidades (digo bien) fuese contratado por el Centro Internacional para Periodistas con sede en Washington, a fin de coordinar un seminario para periodistas sobre temas de salud. Y ese seminario se iba a realizar en un lugar que en mi vida había oído nombrar. Un pueblito llamado Ixtapan de la Sal.
Esto iba a marcar el primer viaje de mi vida a México. La primera visión de aquella tierra que me había sido tan familiar en algunos aspectos, pero tan lejana en otros.
Se hizo el seminario, y fue tal el éxito, que los patrocinadores decidieron hacer uno internacional, también sobre temas de salud, donde participarían periodistas de toda América Latina. Recuerdo que por Uruguay estuvo una joven periodista del semanario Búsqueda, de apellido Guzmán.
Este segundo seminario se llevó a cabo en el hermoso Puerto Vallarta, sobre la costa del Pacífico.
Ya era la segunda vez que visitaba México, y conocía la belleza de un lugar ideal para vacacionarse como sin duda lo es Puerto Vallarta.
Pero fui conociendo además, la organización hotelera de los mexicanos. La buena comida, el trato atento y cordial al turista.
La bondad de la gente sencilla de pueblo. El relacionamiento atencioso y afable en los negocios, restaurantes, etc.
Me fui compenetrando de la manera de ser del mexicano, y me sentía bien recibido.
México había empezado a conquistarme. Pero tenía que conocer su ciudad capital, el Distrito Federal.
Ahora, desde Estados Unidos, era fácil viajar a México. México no era una realidad lejana, difícil, sino totalmente al alcance.
Y entonces me decidí a conocer su ciudad capital, el Distrito Federal y aledaños.
Recorrer las calles y los barrios del D.F., hartarme de sacar fotos, extasiarme con las ruinas arqueológicas, emocionarme al entrar en la Catedral, caminar y caminar incontables horas y cuadras, recorriendo toda la parte histórica de la ciudad, sentirme pequeño ante la majestuosidad de las pirámides en Teotihuacán, consustanciarme con su población indígena, al visitar Tlatelolco y renegar de lo que hizo el conquistador español.
Admirar la extraordinaria exhibición del Museo Antropológico (una joya para el mundo entero). Cuando salí del mismo, me repetía: “sólo en México, sólo en México”. Si, sólo en México se puede ver semejante riqueza arqueológica, tan bien expuesta, con tanto orden. Todo además cuidado, pulcro, limpio…y en medio de ello la labor didáctica de los arqueólogos dictando clase…
Pensé, ¡qué orgullo pueden sentir con todo derecho los mexicanos!!
Y fue hermoso conocer el Castillo de Chapultepec, con buena parte de la historia del México que transita de la colonia a la independencia.
El éxtasis que se siente y lo sobrecoge a uno, al admirar los grandes muralistas mexicanos exhibidos en el Palacio de Bellas Artes.
Y para rematar la belleza del arte en sus distintas manifestaciones universales, el modernísimo y único Museo Soumaya, una joya arquitectónica en sí mismo.
Mención aparte, me merece la Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe, lugar que visitara el Papa Juan Pablo II. El templo mismo, modernísimo en su estructura y diseño, son verdaderamente una belleza edilicia merecedora de admiración y un digno homenaje a la Virgen de Guadalupe, tan venerada por los mexicanos.
Realmente, México es una nación pujante y potente. Una nación gravitante en el concierto mundial y muy particularmente en el de América Latina.
¡México se ha ganado mi corazón!.
Y por si algo aún faltaba, ¡México campeón olímpico de futbol, nada menos que derrotando en la final a Brasil por 2 a 1!
En cualquier momento que me sea posible, en tanto coordine algunas actividades para realizar en su ciudad capital, retornaré a mi “México lindo y querido”.
Entre tanto, sus artistas, muchos y genuinamente famosos, en la variada gama de disciplinas, pero especialmente en la música, seguirán hablándole a mi corazón con sus canciones románticas, sus boleros y sus corridos.
Acaso, valga la pena que mencione a Luis Miguel (el “Sol”), a Vicente Fernández (“Chente”) como máximos exponentes de la música romántica uno y de la música ranchera el otro, y resumiendo todo, a un compañero permanente de mi deleite musical desde que le descubrí en 2008: el pianista --lamentablemente fallecido-- Ernesto Cortázar.
Y desde las páginas de un libro, la vibrante fuerza del decir de uno de sus poetas máximos, Jaime Sabines, sacudirá mi espíritu como hoja al viento, y será el intérprete fiel de mis sentimientos de amor y de pasión...
enigma
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