Solemos tener
tendencia a criticar a los demás, a ver sus defectos o errores, y hasta a
acusarles de cosas que no han cometido ni pensado, atribuyéndoles intenciones
que no han tenido, con tal de justificarnos.
Pero esa es una actitud
de vida incongruente, fuera de todo sentido común, hueca, pobre, que a la
postre termina destruyéndonos.
Porque lo que tiene
que importarnos es nuestra propia conducta y nuestras propias actitudes,
primero que nada.
Cuando escribo, jamás
van a encontrar ustedes que use palabras soeces, no porque no las conozca, sino
porque no se adecuan a mi personalidad. No me hallo diciendo o profiriendo
semejantes expresiones que lo único que hacen es dejarnos mal, dañar nuestra
imagen y el concepto que otros pueden hacerse de nosotros.
Nuestro idioma es muy
rico como para tener que apelar a tan deleznables recursos.
Pero lo que importa
sustancialmente es que somos lo que decimos y lo que hacemos. Y tenemos que
ser responsables de nuestro actuar.
No es cuestión de
proyectar en otros las culpas propias, o buscar en otros la excusa para
auto-justificarnos. Debemos ser sinceros con nosotros mismos, no crear un
ámbito ideal de engaño que termine en un auto-engaño.
Sinceridad es el
juego. Y cuando la sinceridad se lleva a la práctica, tenemos que asumir
responsabilidad por todo lo que hacemos
o dejamos de hacer, por todo lo que decimos y por nuestros silencios. Porque hay palabras que hieren y lastiman sin
piedad, y hay silencios ominosos, perversos, llenos de maldad.
En esencia, esto nos
lleva a plantearnos algo fundamental: ¿quiénes somos y cómo somos?
Por cierto no somos
esa imagen de escaparate, linda, agradable, amena, sonriente. Esa imagen con la
que podemos mentir.
Tenemos que mirarnos
en nuestra imagen real, la que no sonríe, la que tiene el ceño fruncido, la que
revela rabia y tristeza, esa que de
pronto estamos siendo porque anidamos fastidio, rencor, porque queremos
vanamente desprendernos de lo que está dentro nuestro mismo.
Y para eso, la
fórmula recomendada por los psicólogos es “dejar ir”. Desprenderse de las
palabras con las que hemos buscado deliberadamente insultar o herir, dejar la
furia a un lado, abrir la mejor parte de nosotros. Intentar enmendar el camino,
andar de manera distinta.
Y sobre todo,
hacernos responsables de nuestro decir y hacer, porque eso que hacemos y
decimos afecta a otros, y puede –y esto es absolutamente cierto aunque parezca
exagerado-- provocar la muerte por
depresión, por angustia, por tristeza permanente.
Recordemos siempre
que toda acción conlleva una reacción, que recogemos lo que sembramos, que esa
es una ley inflexible de la que nadie escapa.
Repensemos pues
nuestro decir y nuestro hacer. Seamos honestos y sinceros. Tengamos honorabilidad, dignidad, y no
afectemos las de los demás.
Actuemos con
responsabilidad.
enigma
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