Es suyo, le pertenece, hizo el esfuerzo de cazar a su presa, y ahora siente el derecho a disfrutarla.
Y en ese momento es herido. El animal saca fuerzas de las que le quedan y ataca con más fiereza aún, porque le han herido.
Entonces se vuelve contra quien le hirió, se avalancha con toda su potencia, sus garras abiertas para destrozar la carne, y sus fauces abiertas para hundir sus colmillos.
Un león herido es más peligroso. Así lo afirman quienes saben.
El león quedará en paz sólo cuando haya derrotado al enemigo, lamerá sus heridas, y descansará su cuerpo junto al fruto de su caza.
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A veces podemos sentirnos o actuar como el león. No nos gusta que nos quiten lo conquistado, lo que hemos logrado con esfuerzo, constancia, dedicación, esmero, paciencia, y cariño.
Es el cuadro de fútbol que muerde una derrota cuando estaba a punto de clasificarse, pero va por el partido de revancha, dispuesto a dejarlo todo en la cancha.
Es el estudiante, al que una mesa de profesores le arruina un examen a pesar de haber estudiado esforzadamente, pero aguarda una segunda oportunidad para demostrar que sabe, que conoce la materia.
Es el candidato que vuelve a buscar el apoyo popular que finalmente lo lleve al cargo que en otra oportunidad los votos le han negado.
No, no nos gusta perder. Y especialmente no nos gusta perder lo que hemos logrado.
No nos gusta que otro nos birle la novia.
No nos gusta que otro se nos quede con la casa que ya era nuestra.
No nos gusta que nos roben el automóvil que compramos con sacrificio.
No nos gusta, no lo podemos soportar.
Es propio de nuestra naturaleza humana.
Pero también es propio de la existencia, de esta vida compleja que nos toca vivir, que estemos no en un jardín de orquídeas, sino en uno de rosas, donde hay perfume y color, pero también hay espinas.
A veces tenemos que hacer un esfuerzo sobrehumano para comprender, entender y –lo que es mucho más dificil aún— aceptar, que hay situaciones humanas que no son simples, sencillas, como las querríamos y nos gustarían.
Nos es dificil aceptar que nos toca perder, o que al querer asir la rosa, nos hemos pinchado con una espina.
Nos es dificil aceptar los reveses, las trastadas, las dificultades y las horas amargas que la existencia nos depara.
Y sin embargo, es allí, en esa coyuntura dificil, desdichada, dramática sin duda, donde somos llamados a extraer de nuestro corazón y de nuestro ser todo, lo mejor.
A darnos más que nunca y mejor que nunca.
Tal vez, y sin tal vez, esa es la única forma de redimirnos. Es la única forma de adquirir mayor estatura. Es la única forma de respetarnos y de hacer que se nos respete.
Y desde allí, renovar la esperanza, aguardar con fé que lo “imposible” ocurra, y saber esperar, porque –por experiencia lo digo—la respuesta siempre llega, aunque a veces es distinta a la que imaginamos, y a veces nos parezca que ha demorado demasiado.
enigma
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En YouTube ver: "Si dejo hablar a mi corazón"
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