Monday, August 16, 2010

SOMOS VASOS DE BARRO

“Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” - ( 2 Corintios 4:7)

Las palabras pertenecen al Apóstol San Pablo, cuando escribe su segunda carta a los habitantes de Corinto.

Hay quienes quieren, pretenden, y tal vez se creen ellos mismos, que son poco menos que cristales relucientes, transparentes, brillantes, sin nada que ocultar, ninguna imperfección ni mancha. Impolutos.

Así se presentan ante la sociedad, sus amigos, quienes les rodean.

¡Qué tipos geniales éstos!, ¡qué bien que hablan!, ¡qué conceptos manejan! Y vaya ¡cómo impresionan!

Uno en su modestia se queda pensando: “¡si yo pudiera ser como este tipo!” –el conocido o el amigo que así se presenta y manifiesta— y la verdad es que uno se siente disminuido ante tanta perfección, abajado, como imperfecto y sucio.

Pero el Ser en Sí, nuestro Creador, que sabe realmente lo qué somos, y cómo somos, y especialmente sabe hasta dónde podemos llegar y hasta donde no, nunca ha pretendido que fuésemos cristales.

Ha querido que fuésemos modestos vasos de barro.

El profeta Isaías lo proclama claramente, cuando dice:

“Ahora pues, Yahveh, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros”. (Isaías 64:8)

Cuando tantas veces digo que debemos comenzar por amarnos a nosotros mismos, por aceptarnos tal cual somos, por valorarnos sabiamente, serenamente, humildemente, es para que nos sintamos conformes con nuestra realidad personal, y no tengamos un permanente complejo de imperfección, ante la aparente “perfección” de otros.

El Ser en Si, se acerca manso, como Príncipe de Paz, montado en un asno, o como el compañero que camina junto a nosotros y que de pronto susurra nuestro nombre, y le descubrimos, sin tener nada que gastar, nada que pagar, nada que viajar.

Y entonces nos damos cuenta que ha estado siempre con nosotros. Que nos faltó re-descubrirlo. Que Él es Emmanuel, y nos ama profundamente. Y nos conoce íntegramente.

No tengamos a menos ser vasijas de barro, fáciles de quebrarse, dispuestas a rehacerse, porque el Ser en Sí nos quiso así de imperfectos, de maleables, pero así de genuinos y auténticos en nuestra naturaleza.

No reneguemos de ser pues imperfectos. De no ser cristalinos. De tener impurezas. Es propio de nuestra naturaleza humana.

Otra vez, el Apóstol Pablo, que en su carta a los Romanos discurre sobre el bien y el mal y sobre el llamado pecado, nos desafía con estas palabras:

“Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?” (Romanos 9:20-24)

Vivamos cada día con paz en nuestro corazón. Vivámoslo con gozo interior, silente, pero real.

No dejemos que nada pueda perturbanos más allá de nuestra capacidad de absorber esa perturbación. Acudamos a la ayuda de otros si la necesitamos, pero estemos confiados en nosotros mismos.

Para quien nos creó, ¡valemos!

Quien nos creó no nos abandona, no nos olvida. Nos ama permanentemente.

Estos vasos de barro pueden portar el agua que sacia la sed, o pueden estar vacíos.

Procuremos siempre llenarlos de lo mejor, para dar a otros, para compartir. Porque de esas manera somo vasos útiles. De esa manera damos razón a nuestra existencia.

Llenémonos y derramémonos en amor. En el amor al Ser en Si, en el amor al ser humano, en el amor a nosotros mismos, y en el amor a quienes nos aman.

Y seamos gozosos y felices amando. Con amor filía (el de la familia), con amor eros (el de la pareja), y con amor agape (el del sacrificio por otros).

Y no rechacemos reconocer que somo vasos de barro, sí, barro, no cristal.
No transparentes, con bastantes impurezas tomadas de la tierra, con formas a veces no perfectas o totalmente armoniosas, de barro, sí.

Quien nos creó no pretendió otra cosa de nosotros.

La modestia, la humildad, la aceptación de nosotros mismos, el entendernos intrínsecamente en nuestra naturaleza aparentemente imperfecta, frente a quienes pretenden una perfección inalcanzable, no es nuestro déficit, sino nuestra gran riqueza.

En eso consiste nuestra sabiduría.



enigma

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