Wednesday, October 3, 2012

¡NO DESESPERAR!


Reconozco que la paciencia no es una de mis virtudes. Y sin embargo la vida me ha puesto en circunstancias tales en que debí armarme de extremada paciencia para sobrellevarlas.

Y lo mismo para soportar a algunas personas que a veces no tienen las actitudes que uno espera de ellas.

Y no les digo nada en el tráfico.

Recuerdo cuando la última gran tormenta de nieve que me tocó vivir. Estaba aún trabajando en Washington D.C. y tenía que volver a casa. El viaje de la estación del Metro hasta mi casa, que hacía todos los días, me llevaba un promedio de 15 minutos.

Pero esa aciaga noche me llevó casi 7 horas, en medio de enormes riesgos de chocar o ser chocado, con autos varados en medio del camino, con nieve que hacía que los vehículos patinaran y se resbalaran.  Cuando llegué, pasado de hambre, necesitado de ir al baño, y de estirar mis piernas, luego de estar encerrado y bajo extrema tensión en mi auto, sin embargo, lo primero que hice fue dar gracias al Ser en Sí, pues había llegado sano y salvo, y mi coche tampoco había sufrido ningún daño.

En esos momentos, mientras todo era casi un caos, mientras uno se veía obligado a detener la marcha por 10 o 15 minutos para luego retomarla, y parecía que nunca se llegaba a destino, ¡vaya si tuve que tener paciencia! Pero justamente, en una circunstancia como esa, no me desesperé.Tuve calma, me repetía mentalmente "ya vas a llegar", "ya estás más cerca".."ya queda menos".

Desesperarse complica la situación y puede llevarnos a cometer una imprudencia que a la postre terminaríamos lamentando mucho más.

Hoy fue algo distinto, hoy tenía un cita a las 2:30 de la tarde en Washington D.C., y sali con mi auto para la estación del Metro. Pero luego de andar casi un kilómetro, cuando debía salir al Beltway, --la autopista que rodea a Washington D.C.-- había una larguisima fila de vehículos, estábamos casi pegados unos a otros, y aquello no se movía. Me impacienté algo, porque la diferencia con la noche nevada, es que tenía un horario, mi compromiso era llegar a una hora determinada.

Veía pasar inexorablemente los minutos, y ahí seguía...entonces miré por el espejo retrovisor derecho, esperé que no viniera tráfico alguno, y me lancé por un carril paralelo para salir a otro lado que me permitiría igual llegar a la estación del Metro.

Me volví a encontrar con el tráfico avanzando muy lentamente, con decirles que en el tramo definitivo, perdí 4 veces el semáforo en verde, para ¡al fin! en una quinta vez, poder avanzar.

Demás está decir que llegué media hora más tarde y que lo primero que hice fue disculparme y explicar lo que escuché por una emisora: que la remoción de un caño transportador de gas, había determinado que una importante ruta estuviera cerrada y que hubiese desvíos del tráfico.

Mi interlocutor me creyó, porque sabe que soy puntual. Pero hay circunstancias que uno no controla. Podría haberme desesperado, podría haber cometido alguna imprudencia, pero con calma, me dije: si me están esperando, se harán la idea de que algo me pasó.

Lo que uno aprende con estas experiencias es que la desesperación no hace sino complicar extremadamente las circunstancias, e incluso hace mal a nuestra salud. Ante un inconveniente, más calmos que nunca. Armarse de paciencia, que por algún lado surge la solución, de pronto imprevista, lo que nunca se pensó.

Pero estamos enteros, estamos sanos y salvos, podemos continuar con nuestra agenda, con nuestras tareas, con quien somos. ¡Y eso es lo más importante!

enigma

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