Saturday, May 2, 2009

PACIENCIA


¡Qué don extraordinario!

Admiro a las personas que son pacientes, que saben esperar, que no se sienten urgidas por nada, que no desesperan cuando llegaron al médico a la hora convenida y luego les hacen aguardar hora y media….

Admiro a las personas que son insultadas, son golpeadas, o empujadas, y sin embargo de sus labios no sale siquiera un reproche, y soportan pacientemente la agresión.

Admiro a las personas que una y otra vez son malentendidas y malinterpretadas, y hoy son tratadas bien, y mañana, son tratadas de mala forma, tirando abajo todo lo anterior, y sin embargo persisten en una relación, con gran paciencia, con enorme capacidad de aguantar.

Yo no soy así. Mi tempramento no me lo permite.

Si se acuerda una hora para algo –salvo una razón de emergencia siempre comprensible-- es una absoluta falta de respeto hacerlo esperar a uno. Es robarle el tiempo que uno necesita y tiene para otras actividades y/o compromisos. Eso me molesta profundamente, no lo tolero. Y soy coherente, jamás procedería así con nadie. Y de hecho, yo cambié. Cuando vivia en Uruguay era un irresponsable e impuntual más. Hoy estoy bien adaptado a las pautas correctas de la vida que se desarrolla en Estados Unidos, y la puntualidad es un aspecto muy importante.

Si me agreden físicamente, al menos intento defenderme. Pero difícilmente me encuentre en situación de tener que soportar una agresión física. Primero, porque aún discutiendo algo ardorosamente, nunca voy a perder los estribos para enfrascarme en una agresión física, cuya sola idea me repugna, pues es una expresión de violencia, y como tanto, inferior.

Menos voy a meterme o a participar en situaciones o grupos donde se dé la violencia, y especialmente la violencia de los imbéciles, la de los drogadictos o borrachos que acuden en esas condiciones a un acontecimiento deportivo, a un concierto de rock, o a algún acto público. Eso pasa en el Sur. Aqui en el Norte yo he hido a estadios a ver partidos de fútbol y puedo asegurar que el ambiente es totalmente familiar. Ni siquiera se esuchan palabrotas. Y esto apunta a la diferencia que existe, no en poder económico –como algunos pretenderían—sino en valores que permean a la sociedad, lo que se trasunta en calidad de vida.

Y si hay algo que personamente me fastidia hasta la médula, es ser malentendido y malinterpretado. No que atribuya mala intención a nadie en ello. Pero no tolero las tergiversaciones y las equivocaciones que le hacen decir a uno lo que uno no ha dicho, o que ponen en uno pensamientos que ni siquiera ocuparon un lugar en el cerebro. Francamente eso me resulta deplorable. Muchas veces me he preguntado si acaso mi español no es meridianamente claro, si por ventura uso un lenguaje críptico u oscuro, o expresiones ambiguas que pueden dar margen a más de una interpretación. Pero soy conciente de que me expreso muy claramente, tanto, que la hipocresía no tiene sitio en mi.

Y en una relación humana, y más aún en una relación de pareja, donde se supone que el amor está presente y es el fundamento sustancial de la misma, no debe abusarse de la bondad y la tolerancia de uno, para llegar a límites en que francamente hay que decirle a la otra parte: ¡basta!, o como expresan en la ruleta: ¡no va más! Ya no queda más espacio ni tiempo para apostar, para especular, para aventurarse. Hubo un tiempo, si se jugó mal, es de lamentar, pero se perderá la partida.

Porque en una relación de pareja sensata, nada más que sensata, no se puede estar con marchas y contramarchas, hoy te quiero y mañana te aporreo. Una semejante inconsistencia no resiste el menor análisis.

Por eso, para una situación así, tampoco finalmente tengo paciencia, aunque puedo asegurar que me he disciplinado demasiado, demasiado, y he llegado a tener una paciencia que a mi mismo me ha sorprendido.

Y bueno. Así soy.

Trato de ser justo, equilibrado, y en el acierto o en el error, sincero y honesto.

Pero, --como solía decir Wilson Ferreira Aldunate, uno de los últimos auténticos líderes políticos en Uruguay-- “no es cosa buena” que a uno le tomen por un tonto o que alguien pueda sacar ventaja de una paciencia mal interpretada.

Todo tiene su límite, pero lo más principal para mi, en cualqiuer relación humana es algo que nunca debe perderse: la consideración por el otro/a, el respeto mutuo.

Hay pues que saber atemperar el ánimo, si estamos con hambre o cansados, mejor no iniciemos una conversación, un tema, algo que vamos a escribir. Reconozcamos que no estamos en las mejores condiciones para hacerlo.

¿No es más sabio esperar a sentirnos bien para tratar cualquier tema?, ¿no vale acaso la relación entablada con la otra persona, y la persona en sí como ser humano, que hagamos el honesto esfuerzo por no agredir, por no herir, por darnos cuenta de con quién estamos tratando, de sus valores, de su personalidad toda, y entonces proceder en consecuencia?

¿No es más provechoso edificar permanentemente una relación armoniosa de la que brota alegría, paz, amor, y no enojo, cólera, y ataques verbales que destruyen? Ah, y no destruyen a quien los recibe, primero que nada destruyen a quien los profiere. Esa es una ley tan sólida y verdadera, como que cuando alguien perdona, no se beneficia quien es perdonado/a tanto como quien extiende el perdón.

Lecciones de vida, que le dicen.

enigma


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