Saturday, December 5, 2009

UN RIOPLATENSE MUY ESPECIAL


No me gusta hablar de mi mismo, pero hoy voy a hacer una excepción.

Ya desde el arranque, desde el título que elegí poner a este escrito alguien me diría: “pero si vos sos uruguayo, ¿por qué te decís rioplatense?"

Con mucho gusto voy a contestar ese primer punto. Para mi el Rio de la Plata tiene el claro signo de una cultura diferente a todo el resto de América Latina.

Uruguayos y argentinos, estamos no sólo hermanados por la historia, sino mucho más aún, por lazos de consanguinidad que nos hacen una gran familia.

¿Qué uruguayo no tiene parientes en Argentina, y qué argentino no tiene familiares en Uruguay?

En Argentina comencé por tener un tío, hermano de mi madre, que se radicó allí, formó familia, y ahí viven dos primos y una prima y sus descendientes.

En Argentina tenia un primo de mi padre, un tío segundo, que con su esposa, eran una pareja de porteños formidables, y allí estaban las tías abuelas Vicenta y María, hermanas de mi abuela paterna.

Vivían entonces en un hermoso barrio que cambió pujantemente: Palermo.

Décadas después, allí fue a radicarse con su esposa (argentina) y sus dos hijas, mi hermano (uruguayo), y estando en la Argentina tuvo un hijo, mi querido sobrino Andrés, ahora casado y esperando familia.

Las hijas tuvieron una dos niñas y la otra dos varones, así que allí hay una buena parte de mi familia.

Más aún, en etapa de un tardío pero provechoso estudio, obtuve mi Maestría en Buenos Aires, donde viví dos años.

Fue una época de viajes a Europa, por reuniones internacionales, y cada vez que llegaba a Ezeiza, esa era mi casa.

Argentina me recibió con los brazos abiertos, y como mi esposa es de nacionalidad argentina, pude obtener una residencia permanente, y aún conservo conmigo mi Documento Nacional de Identidad.

Y fue en ese tiempo, cuando nació mi hijo, que por lo tanto, también es argentino.

Asi que compongo una familia realmente rioplatense.

Tengo grandes amigos en la Argentina, especialmente referidos a temas que nos son comunes, y que cuando he ido, se han interesado en organizar conferencias públicas a un alto nivel, y se han reunido conmigo compartiendo inolvidables momentos de camaradería.

Y ¿cómo se siente este rioplatense en Estados Unidos?

Bueno, principio por decir que no me siento tan perdido como aquel “latinoamericano en Nueva York” que cantaba la “negra” Mercedes Sosa.

He podido absorber perfectamente esta cultura, los patrones de vida en esta sociedad, las pautas de convivencia y los valores que la caracterizan, hasta llegara a ser “un estadounidense más”.

Pero como he ido cada año a mi país de origen, jamás me olvido de Uruguay, los grandes amigos que allí tengo, y a quienes aquí extraño enormemente.

Tampoco he perdido los gustos por saborear nuestras comidas típicas, comenzando por un buen asado y parrillada.

De niño me interesaba el fútbol, me sabía la alineación de todos los cuadros, el fixture de quién jugaba con quién en qué campeonato.

Teníamos además un cuadro de fútbol del barrio, en el cual jugaba.

Todo culminó con la gran hazaña de 1950 en Maracaná.

La viví, la llevo conmigo, imperecederamente.

Luego de eso, vi lentamente languidecer el fútbol uruguayo, hasta perder totalmente sus puntos de referencia históricos, y dejar de interesarme por completo.

Me gusta el fútbol, claro, pero el buen fútbol, el que sólo hacen los mejores.
Me gusta ver jugar a Ronaldinho, y a Messi, por ejemplo. Ellos solos valen ir a ver un partido.

De modo que he perdido el interés general por ese deporte.

Otra cosa rioplatense es el tango, la milonga, y (exclusivamente uruguyo) el candombe.

Ah! el candombe, el repique de los tamboriles y las Llamadas, eso sí que me atrae siempre, y para mi es lo más genuino de eso que se sigue llamando “Carnaval”.

El candombe es un auténtico patrimonio cultural nacional, como música y como danza uruguayas.

El tango y la milonga son rioplatenses.

Nunca fui tanguero, pero confieso que escuchar a Gardel me hace salir lágrimas de los ojos.

Es un fenómeno que opera a nivel del inconciente, nunca me he podido explicar por qué, pero ese es el efecto que me hace, y yo creo que se debe a su muy particular timbre de voz.

Fue el genial Wimpi quien dijo que Carlos Gardel cantaba con una lágrima en su garganta, y creo que le pegó (para decirlo en nuestro lenguaje rioplatense). O sea, acertó.

Pero hay tangos de los buenos que son extraordinarios.

Para mi uno de los más inspirados poetas del tango ha sido Enrique Santos Discepolo, y de él y de su vastísima producción, hay uno que fue y sigue siendo profético: Cambalache. Hoy basta cambiarle el siglo, y sigue actualísimo. Y si no, vean la versión del uruguayo Julio Sosa.

Piazzolla me gusta, por esa mezcla sincopada entre tango y jazz, que bien absorbió de su tiempo en Estados Unidos.

Porque ha de saberse que estando en Montevideo, donde nací, fui socio del Círculo Jazzistico del Uruguay, y disfrutaba de las jam sessions, con gente como Pedro Saldkind, “Bachicha” Lencina (que tuvo el honor de tocar en la trompeta de Louis Armstrong), Héctor Caldarello, Pedro Nícoli, el violín de Federico Britos (al estilo del Hot Club de Francia), los Fattorusso, Julio Cuccurullo en batería, y tantos otros.

Pero además, tuve la oportunidad de asistir a conciertos de los grandes que entonces iban a aquel Montevideo culto, seguro y feliz. Y entre ellos, Louis Armstrong y sus All Stars.

También recuerdo a Nat “King” Cole –que actuara en la sala del Cine Plaza--, a Dizzy Gillespie y su trompeta en ángulo de 45 grados; a un cantante con un estilo muy especial, como lo era Johnny Ray (con un concierto en el entonces Cine Trocadero), y más popularmente a Los Plateros, acompañados por la orquesta de Panchito Nolé, en la entonces enorme sala del Cine Censa.

Agréguense a ello películas musicales, y la permanente escucha de discos de buen jazz, desde el hot, con Armstrong, Sidney Bechet, Bix Beiderbecke y la Yerba Buena Jazz Band, pasando por Gene Krupa, Benny Goodman, Harry James, Glenn Miller, y las grandes bandas de la era del swing, llegando al jazz “cool”, que –confieso—ya no me gustaba tanto.

De modo que todo eso constituyó un trasfondo cultural magnifico para venir a Estados Unidos.

Y a ello debo agregar mi gusto por el inglés, mi lectura de muchos libros en ese idioma, y algunas experiencias de traducciones al momento, que me pusieron en el camino de la parte más dificil del idioma.

Y por si todo ello no fuera suficiente, mi inclinación natural hacia los temas espaciales, y por tanto, mi admiración por la NASA y la hazaña de la llegada y reiteradas visitas a la Luna.

De modo que pienso que me puedo considerar un rioplatense muy especial.

No estoy –no estuve— tan apegado a “mis cosas” de allá, como para tener dificultades en adaptarme a las cosas de acá, que ahora son “mis cosas” también.

Pero para cualquiera que decida ir a vivir a otro país y a otra cultura que no es la suya original, ese proceso de adaptación, absorción y adecuación al nuevo lugar de residencia, es fundamental.

Si no se logra, si no se procesa, es como andar a contramano.




enigma

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