Vistiendo todos la clásica túnica blanca y moña azul, que nos iguala y elimina toda diferencia social, así nos educamos en libertad y democracia en aquel país de entonces.
Quiero compartir con ustedes, si me lo permiten, algunos recuerdos de mi época de Escuela Primaria.
Maestras que fueron inolvidables, primero que nada. Verdaderas y consagradas educacionistas, con algunas excepciones.
Comencé mi escolaridad cuando tenia 6 años en la Escuela No.90 de 2do. Grado, que años después pasó a llamarse Pedro Figari, evocando la figura del maestro plástico uruguayo.
Con sólo dos excepciones, de las maestras sólo recuerdo y supe sus nombres de pila. No sus apellidos.
En primer año, una bondadosa y paciente señorita Haydée, con su cabello recogido, y teñido de color rojizo, y sus lentes, pasaba escritorio por escritorio, llamándonos la atención a la escritura, tomando nuestras manos, y moviéndolas para enseñarnos a hacer el trazado de las letras.
En segundo año tuve a la señorita Esperanza. Era muy estricta, le faltaba dulzura, gritaba mucho, y hasta expulsó a un alumno de la clase. Ciertamente no era nuestra preferida, pero nos adaptamos a ella. Igualmente, supo enseñarnos.
En tercer año tuve como maestra a María Amalia. La dulzura hecha persona. Rubia, de ojos celestes, su rostro derramaba bondad. Era suave en sus modales, muy cariñosa. Capaz de abrazar y besar a sus alumnos. Con ella fue un placer aprender. Es alguien que siempre ha quedado en mi memoria y corazón.
En cuarto año, tuve una maestra deficiente, cuyo nombre ni recuerdo. Le llamaré --porque así era-- "la de nariz torcida". Tenía una nariz picuda y torcida hacia el lado izquierdo. Fue un mal año para algunos de nosotros, injustificadamente. Nos mandó a repetir el año. Varios padres estaban enojados con esa situación. Hubo conversaciones hasta con la Directora de la escuela, pero no se podía modificar.
Mis padres decidieron cambiarme al turno de la mañana, en el mismo local escolar. Esa era la Escuela México. Allí donde aprendí a cantar el himno nacional mexicano, y ví bailar a niños de sexto grado el Jarabe Tapatío.
Mi maestra se llamaba María Rosa. Muy buena, aprendimos mucho. Yo me destacaba por mi redacción y mis dibujos. Ella estaba muy satisfecha con mi escolaridad. Tuve muy buenas notas y pasé a quinto.
Mis padres se mudaron de barrio, y me tocó ir a la Escuela de 2do. Grado No.22, "Italia". Comencé quinto año con Ceci Da Rosa de Tanco. Una morocha muy bonita, pero que debido a su embarazo, debió dejar de enseñar, y vino una suplente que siguió con nosotros por el resto del año. Aprobé con las mejores notas, y pasé a sexto.
Me tocó decir un poema en la fiesta de fin de año, --aunque el público me ponía muy nervioso. Aprendí el himno nacional italiano y otras canciones en el idioma de mis abuelos maternos.
Sexto año fue una experiencia estupenda. Tuve una excelente educacionista en la persona de Graciela Bonomi, una maestra joven y ciertamente bonita. A los varones nos gustaba mucho. Fue realmente un placer tenerla de maestra. Nos enseñó a encuadernar libros. En ese año, teníamos una vez por semana clase de francés, y de italiano.
Ella reía con nosotros cuando había una situación jocosa. Nos hizo trabajar mucho en matemáticas y en ciencia. También matizaba la clase con diapositivas o películas documentales sobre algún tema curricular.
Un día encontró la carta de amor que un niño le había enviado a una niña de quinto año. Primero leyó para todos la carta, y luego encaró al niño y a toda la clase, y la lección fue estupenda: no le recriminó haber enviado la carta, y mucho menos, sentir amor por la niña. Pero le recriminó haber copiado un texto de un libro que contenía "cartas de amor", en lugar de haber escrito algo propio, algo surgido de sí mismo y sus sentimientos. No importaba que no estuviera tan bellamente escrito --dijo-- como esa carta. En otras palabras: sé auténtico, exprésate con tus propias palabras.
Todos escuchamos con mucha atención. No fue un rezongo, fue una gran lección de vida. Luego sus compañeros animamos al niño --de apellido Paquero-- que había quedado impactado por las palabras de la maestra.
Muchos años después, tuve el enorme placer de encontrarme con Graciela Bonomi, ya casada, con hijos, en un festival aéreo llevado en el campo de aviación "Ángel S. Adami" en Melilla.
De sexto, por tener Sobresaliente en todas las asignaturas, se me extendió por parte de la Embajada Italiana una beca para seguir mis estudios de Secundaria en el Liceo Habilitado Ítalo-Uruguayo.
También de la Escuela Italia me llevo el recuerdo de dos muy buenas directoras: Viviana Mousampés, que fue la que tuve como alumno, y Graciela Barbot Pou --una estupenda educacionista y persona-- que fue directora cuando mi hermano --cinco años menor que yo-- aún iba a la escuela.
Tal vez, al leer este artículo, alguien en Montevideo, pueda recordar esos tiempos, esas escuelas y maestras o directoras.
Por favor, si ello ocurre, ¡no duden en escribirme!.
Tres maestras me merecen un especial reconocimiento: Haydée de Primer Año; María Amalia de Tercero; y Graciela Bonomi de Sexto.
Eternamente les estoy agradecido por todo lo que ellas volcaron en mi. Su calidad como educacionistas, su vocación, su amor por la tarea y nosotros los alumnos.
Buena parte de quien soy, y de cómo soy, se la debo a ellas.
enigma
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