Hay una serie de enredos y desencuentros de una pareja, donde terminan excluyéndose mutuamente, sólo teniendo contactos formales por cuestiones de trabajo, pero evitándose en el posible el uno al otro.
Una circunstancia, hace que se den cita para un almuerzo, dialogan, entre medio de adornos de Navidad y teniendo de fondo una música propia de la época.
Uno tiene la impresión de que la pareja no puede abstraerse del influjo de todo ese ambiente. Comienzan unas tímidas sonrisas, la conversación se anima, no se sabe todo lo que dialogan, pero al final, cuando salen del restaurante, en la puerta, uno frente al otro se vuelven a mirar intensamente, y la escena culmina con un abrazo y un beso entre ambos, sello de un etendimiento y una reconciliación que a ese punto parecían más que necesarias y lógicas.
Y viendo esa escena, no pude evitar emocionarme, y pensé: eso es Navidad, eso es el espíritu de Navidad: encontrarse, dialogar, entenderse, hacer las paces, y mirar para adelante, juntos.
Es el caso de amigos que se reconcilian luego de mucho tiempo de haber antagonizado por algún tema en particular.
Es el caso de los jueces que reducen las penas o dejan en libertad a presos con buena conducta y por delitos mínimos y no violentos.
Es el caso del matrimonio desavenido, que retoma la buena senda de estar juntos luego de aclarar una larga lista de cosas.
Es el padre que perdona un desvío de su hijo.
Es un país que restablece relaciones diplomáticas con otro con el que de pronto, hubo no sólo antagonismo, sino hasta guerra.
Eso, todo eso, es capaz de impulsar, de alentar, el espíritu de la Navidad.
Es refrescar las cosas, es verlas desde un ángulo más calmo, realmente humano, poniendo ternura y cariño, dándose cuenta de que hay valores fundamentales en juego que vale la pena preservar, y sobre todo, reconociendo en el otro (la otra) a un ser humano, como lo es uno.
Esas diversas y multifacéticas expresiones de buena voluntad, de capacidad de perdonar, de búsqueda deliberada de renovación de vínculos, tal vez sobre bases diferentes pero válidas, todo ello está imbuído del espíritu de la Navidad, que no es otro que el del amor.
Y al decir el amor, no me refiero exclusivamente al amor de pareja, sino al amor en el sentido más amplio y abarcativo posible.
Si el espíritu de Navidad es capaz de anidar en nosotros, y de animarnos, procuremos mantenerlo durante todo tiempo, y especialmente ante adversidades.
Porque después de todo, "de tal manera Dios amó...que dio" así escribe el apóstol Juan refiriéndose a Emmanuel (Jesús)
Darse uno mismo en bien y en pro de otros, en una relación respetuosa y digna, es parte de la respuesta humana a ese amor divino que como dádiva nos fue dado en la persona del Maestro de Galilea.
Para todos pues, ¡Feliz Navidad! que haya felicidad en los corazones, haciendo el bien en favor de otros. Queriendo bien, buscando el entendimiento y la armonía. Porque sólo así, vale la pena vivir la vida.
enigma
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