En un mundo muy materialista, la gran mayoría de las personas tal vez respondería que consiste en tener mucho dinero, para así poder no sólo satisfacer las necesidades básicas, salud, alimentación, vestimenta, vivienda, sino los gustos más refinados que alguien pueda tener.
Y sin embargo, ¿cuántas veces hemos escuchado que el dinero no compra ni hace la felicidad?
Porque la auténtica felicidad se nutre de cosas sencillas. Se nutre del cariño y afecto de la familia y de las personas amigas.
Se nutre de la sonrisa de un niño, del aroma de una flor, de los colores de los árboles, del cielo tachonado de estrellas, y de una luna que nos baña con su luz azul junto a las aguas de una playa solitaria.
Se nutre de ver crecer y progresar a los hijos.
La felicidad se nutre de momentos vividos con intensidad con el ser amado. Intensidad de sentimientos, no necesariamente pasión, sin tampoco excluirla, por supuesto.
Felicidad es creer y confiar en el otro, la otra.
Felicidad es lograr soñar y hacer juntos todo cuanto nos es posible, hasta donde nos es posible, y vivirlo en plenitud.
Felicidad es poder servir útilmente a la sociedad y –si acaso— ser reconocidos por nuestro humilde aporte.
Felicidad es amar esta existencia y experimentarla al máximo posible, pero acariciar la idea de la eternidad hacia la cual viajamos después.
Cosas simples, cosas que se pueden vivir y hacer realidad cada día, esas son las que nutren la auténtica felicidad, y para la gran mayoría de ellas, lo menos importante es el dinero, el poder económico. Lo importante es nuestra personalidad, nuestro compromiso y entrega personal hacia los demás.
Porque cuando vivimos así, descubrimos algo curioso pero fantástico: cuanto más damos, más recibimos.
enigma
No comments:
Post a Comment