Veríamos entonces que el ocio, el entretenimiento, el desarrollo personal, la familia, ocupan pequeños trozos, y el más grande de todos, se lo lleva el trabajo.
Cuando observamos esa gráfica, nos damos cuenta que la mayor parte de nuestra existencia no la empleamos ni aprovechamos en nosotros mismos, sino en hacer cosas para otros. Cosas que pueden ser parte de nuestra profesión y de lo que nos gusta. Pero que otras veces, son hechas por necesidad u obligación, más que porque nos gusten o signifiquen una proyección de nuestra propia personalidad.
Es ahí cuando tenemos que salir al rescate de nuestra esencia, cuando tenemos que buscar quiénes realmente somos, conocernos y reconocernos, y a partir de allí iniciar un replanteo de nuestra existencia, para abandonar cada vez más el que otros nos usen para sus propósitos, y empezar a ser crecientemente nosotros mismos.
Aún en el ejercicio de una profesión que podemos haber abrazado con gusto y con ganas, las condiciones contractuales de un trabajo, pueden ser leoninas, y volver nuestra propia tarea diaria en una pesadilla.
No basta pues hacer lo que a uno le gusta, sino que importa hacerlo como a uno le gusta. O sea, que uno mismo pueda establecer sus objetivos, su plan de cada día, sus horarios, su estilo y manera de abordar la actividad. Que uno no deje de ser el dueño de su tiempo, para administrarlo como mejor parezca y convenga.
Es cierto que hay necesidades que cubrir, y que uno a veces tiene la limitación anímica y mental de pensar que puede ser el dueño de su propia empresa. Que hay que averiguar, asesorarse, conseguir préstamos si es posible, y poner la propia empresa de uno. Donde no haya jefes, sino que el jefe es uno mismo. Donde exista libertad creativa. Donde podamos lograr un producto que nosotros consideremos que vale y que otros apreciarán su valor.
Se me dirá que no es fácil, lo acepto, pero no se puede decir que es imposible.
Lo primero es encontrarnos a nosotros mismos, nuestra esencia, y luego responder a ella, al quiénes realmente somos, en acción.
Muchas personas obtienen un empleo, y se quedan haciendo lo mismo por décadas hasta que se jubilan.
Yo nunca me quedé en un mismo empleo. A lo largo de mi existencia tuve 8 empleos diferentes. Algunos superponiéndose, la mayoría, no.Y dentro de esos empleos, los últimos 4 en el mismo tipo de actividad profesional.
De modo que no soy de quedarme en un lugar, en una institución (privada u oficial) para siempre.
Por otra parte, encontrarse con la esencia de uno mismo al buscar quiénes somos, puede darnos una respuesta que tal vez es sorprendente, y tal vez no tanto.
Una vez, un animador de un programa radial me presentó, y dijo de mi algo que nunca nadie había dicho al aire antes, y nadie dijo después. Señaló que yo era un hombre multifacético.
Y es cierto. Por un lado, soy periodista, investigador, escritor, conferencista, pero por otro lado, me gusta la fotografía, me gusta pintar, y alguna vez he pensado que debería hacer una exposición de trabajos fotográficos y de algunos cuadros. Pero tengo que pintar mucho más.
Es cuestión entonces de cómo administramos nuestro tiempo, de cuánto atendemos y estamos dispuestos a satisfacer nuestra esencia, en último término, a ser nosotros por nosotros mismos.
Porque nuestra existencia es corta, y cuando queremos acordar, nos han “robado” la vida, y no hemos tenido tiempo de ser nosotros mismos.
Pues bien, para que ello no suceda, hay que darse cuenta a tiempo, y con serenidad pero con coraje, tomar las decisiones necesarias para revertir esa tendencia.
Tener muy claro que hay que trabajar para vivir, pero no vivir para trabajar.
Los europeos conocen y practican muy bien, algo de lo que los estadounidenses no tienen ni idea: los italianos lo llaman “il dolce far niente”, la dulzura del no hacer nada. Los franceses lo llaman “savoir faire”, el saber hacer, que se traduce como el saber vivir.
Por esa razón, los estadounidenses viven promedialmente mucho menos que los europeos y otras gentes de otras naciones.
Estar permanentemente estresado, tomando pastillas, yendo a trabajar hasta enfermo, durmiendo 5 horas y media o menos, eso es matarse en vida.
Vivir, extraer lo mejor de esta efímera existencia, es otra cosa.
Tal vez, las vacaciones –cuando las tenemos y sabemos aprovechar—sean los únicos momentos en los cuales realmente vivimos. Cuando nos olvidamos de horarios, y del mismísimo reloj, y el tiempo transcurre lento, y todo es un disfrute, bueno, eso debería darnos una idea de lo que es vivir.
Por supuesto, la existencia no es, no puede ser, una eterna vacación. Pero las vacaciones deberían ser más que el breve período en que dejamos de trabajar.
Deberían ser el período para aprovechar a encontrarnos a nosotros mismos, y al hacerlo, aprender la lección de cómo deberíamos balancear nuestra existencia, para que el trabajo nunca nos llegue a absorber de tal manera que nos enajene.
enigma