A diferentes niveles y con distintos
propósitos, a lo largo de nuestras existencias, nos planteamos metas, y el tema
fundamental es lograr alcanzarlas, hacerlas realidad.
Cuando el logro de esas metas
depende de nosotros mismos casi
exclusivamente, cuando nos hemos fijado un objetivo y damos pasos concretos
para lograrlo, es casi seguro que alcanzaremos la meta que nos hemos propuesto.
Pero es obvio que las situaciones se
complican, cuando lograr esa meta depende también de otros.
En primer lugar porque puede haber
divergencia de objetivos. En segundo lugar porque puede haber un desfasaje en
los tiempos, y junto a ello todo un montón de factores colaterales que
dificultan alcanzar la meta tal cual se desea o en el tiempo que uno quisiera.
Cuando uno
se enfrenta a una situación semejante,
es necesario repensarlo todo, replantearse nuevamente las metas, analizarlas
extensamente, y luego tomar la decisión más acertada, la más posible y viable,
la menos riesgosa.
Un factor
imprescindible en medio de todo ello, es tener claro que la meta sea realizable,
y no perseguir una quimera, una utopía, porque esa no es una meta real, y por
tanto nos podrá angustiar no alcanzarla.
Es menester
medir los tiempos.
No actuar
con criterio cortoplacista, pero tampoco
extender ad infinitum el logro de la meta que se desea.
Si en la
marcha, y a pesar de todos los esfuerzos, se ve que la meta no se va a alcanzar,
--especialmente cuando buena parte de ello depende de terceros— es sabio abandonar esa meta, y fijarse otra.
Vivir
implica permanentemente estar tomando decisiones, planteándose proyectos,
objetivos y metas.
Lo más sabio
es no proceder con criterios rígidos, sino con flexibilidad. Es la forma de
sobrellevar mejor las variantes que se puedan dar y que hacen a la complejidad
de la existencia toda.
enigma
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