Sunday, November 11, 2012

A LA VUELTA DE UN VIAJE

Recientemente me decidí a viajar a Nueva Orleans, cuna del Jazz, la ciudad que diera a Louis Armstrong, y a toda una pléyade extraordinaria de hombres y mujeres del jazz.


Siempre, desde jovencito, amante que soy del jazz hot, quise conocer esa ciudad.

Tenía para mí un encanto especial. ¿cómo era la cuna de tantos artistas de renombre mundial?

¿Por qué Nueva Orleans más que cualquier  otro lugar?

Para comprender eso, hay que internarse en los vericuetos de la negritud. O sea de la vida de los negros desde la esclavitud a la abolición de ese deplorable estado sub-humano. Entender también su peripecia humana luego que quedaron libres, pero siguieron sufriendo la discriminación más rampante.

Comprender su sufrimiento por un lado, sus penas (blues), y por otro lado, una rebeldía que quiere marcar presencia, y lo hace estruendosamente con las notas más agudas que una trompeta pueda dar. 

Es una afirmación de “yo soy quien soy, y así soy”, es una forma de encontrarse entre la gente de raza negra, en lo que es la quintaesencia de su propia manera de ser, y el compartir de sus penurias y alegrías.  Es la vida del ghetto de color, en medio de una sociedad que conoce la opulencia de los poderosos, y la marginalización de los pobres.

Aún hoy, es notoria esa marginalización, esa división social tan tajante, a poco que se vean las casas donde habitan los afro-estadounidenses, y las casas de los blancos educados, finos, europeizados.

Pero sin los afro-estadounidenses, Nueva Orleans sería una ciudad insípida. Con ellos, todo adquiere color y sabor. El de sus comidas picantes, el de las luces de la  noche en la calle Bourbon, el de la lascivia que discurre por los salones donde se baila, en los cabarets y en los bares de mujeres. 

En el entusiasmo artificial provocado por el exceso de cerveza que consumen los turistas que van en búsqueda de emociones fuertes, y sus mujeres, que quieren divertirse y allí, atenúan sus parámetros éticos para zafarse con ganas.

Nueva Orleans tiene restaurantes finos, una calle Royal repleta de galerías de arte con obras de autores famosos y otros menos conocidos, pero buenos, cuyos trabajos pueden venderse desde 5 mil a 30 mil dólares.

Pero aún la intelectualidad se da cita con el jazz, porque esa música surge como de debajo de las piedras,  o de cada baldosa de la ciudad.

Una ribera del Mississippi que recorrí en el Natchez, un auténtico barco a vapor, de esos con las paletas propulsoras a popa, y que da gusto surcar lentamente mientras se va viendo su vida portuaria, desde la de los cruceros turísticos, hasta la de cargueros y buques que transportan petróleo, a una refinería que de pronto, llena el aire con el aroma típico del llamado oro negro.

Y navegando en ese barco, revivir de alguna manera una historia de los años 20s y 30s, al son de música de jazz interpretada por veteranos y exquisitos cultores.

También se divisa la fábrica de azúcar “Domino”, que hace justicia a la producción de caña de azúcar, uno de los principales cultivos de Louisiana.

Y Nueva Orleans tiene sus museos, el de la Guerra Civil, el de la Segunda Guerra Mundial, y la Galería de Arte Contemporáneo (a la que le falta mucho para llegar a ser lo que uno espera cuando la visita) y el Museo Odgen de Arte Sureño, que realmente recomiendo.

Un inmenso e imponente Lago Pontchartrain, que en realidad es un estuario que abarca 69 kilómetros de extensión y 39 kilómetros de ancho, con sus nuevos diques de contención,  para evitar las inundaciones causadas por huracanes, como ocurrió con el Katrina, y su puente doble de más de 38 kilómetros de extensión, el más largo puente sobre agua del mundo, que es atravesado todos los días por unos 42 mil vehículos.

Por otro lado, Nueva Orleans, tiene algunos lugares de renombre que para el visitante son ineludibles, como el French Market –donde por un lado se venden a buen precio frutas y verduras—y por otro lado hay una enormidad de puestos donde se pueden adquirir joyas, sombreros, cinturones, camisetas, carteras, y un sinnúmero de aditamentos para la vestimenta.   

Allí me sorprendió encontrar a un grupo de jazz clásico, llamado Tuba Skinny, integrado por gente joven, en una formación con violín, trompeta, tuba, bombo y tabla de lavar, en la cual la trompeta la tocaba una joven de apenas 29 años, de nombre Shaye Cohn, realmente estupenda en cada una de sus intervenciones.

Otro lugar de obligada visita es el Café du Monde, donde el principal plato son unos bizcochos fritos casi insípidos de origen francés, llamados beignets, que por eso mismo son sepultados en cantidad exorbitante de azúcar impalpable.

Y finalmente, como número uno, el Preservation Hall Jazz Club, en la calle Bourbon, donde se puede escuchar a excelentes conjuntos de jazz que animan cada noche el club.

Mención especial y aparte, merece el parque Louis Armstrong, dedicado a la memoria de quien fuera sin duda la más grande figura contemporánea del jazz. Allí su estatua, y también la de una gran cantante de negro-spirituals, Mahalia Jackson, tras la cual está el teatro que lleva su nombre.

La figura de la ciudad se recorta contra el cielo, por varios edificios de destacada altura (50 pisos), y de formas variadas y llamativas, la mayoría de ellos pertenecientes a hoteles u oficinas.

Además de una gran cantidad de fotos, para recordar distintos momentos, traigo conmigo las emociones de 4 días intensamente caminados y vividos, donde mi avidez por conocer, contrastaba con la adusta presencia de casonas de los 1700s y 1800s, donde habitaron famosos personajes.
 

enigma

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