Como que somos falibles, y sin ninguna mala intención, cometemos errores. A veces nos persuadimos de que estamos en lo cierto, que nuestra manera de pensar o de sentir es la mejor, que nos asiste toda la razón, y perdemos de ver que nuestro/a interlocutor/a es tan humano y falible como nosotros.
Entonces viene el encontronazo, la controversia, y hasta se abrigan sentimientos que nos abajan, que nos destruyen por dentro. Es la rabia, la furia, el rencor y hasta el odio...
Y no debe ser así, no tiene que ser así. Pero muchas veces eso ocurre cuando nos encerramos en nosotros mismos, cuando nos arrollamos como un caracol, cuando sólo cuenta el mundo interior forjado de toda esa infame animosidad que nos transforma en inferiores.
Y entonces hablamos con furia, y actuamos con rabia. Y nos fastidia que las cosas no sean o salgan como queremos. Y siempre proyectamos nuestras propias falencias en los demás. El bien conocido mecanismo de proyección del que nos habla la psicología.
El resultado no puede ser más deplorable.
Es una cadena de situaciones dentro de un proceso de deshumanización, que no hace bien a nadie. A nadie.
¡Cuántos errores, cuántas equivocaciones, nuestras y de otros, podrían evitarse si hubiese diálogo! Si en vez de hablar por teléfono descargando furia, somos capaces de controlarnos, de escuchar al otro u otra, y de disponernos a un discurrir inteligente de ideas, sentimientos, propuestas, planes, proyectos o realizaciones.
Tal vez, y sin tal vez, lográsemos un acuerdo digno para todas las partes. Un acuerdo en que hay avenencia, sintonía, "buena onda" como suele decirse, y donde finalmente reina algo que nos vuelve en lo mejor que somos: paz. Una paz del alma, una paz interior que nos envuelve y enaltece.
Nos sentimos entonces, y sólo entonces, realizados. Hemos tal vez cedido en algo, la otra parte también, pero hemos llegado a un entendimiento, a un acuerdo.
Y en ese acuerdo ambos ganamos y ninguno pierde. Ambos podemos andar juntos, y no divergentes. Ambos podemos entonar un himno a la amistad y haber dejado las miasmas del rencor y el odio.
El diálogo jamás es imposible. Y por el contrario los frutos que produce, son maravillosos.
El diálogo reconstituye por dentro a cada quien. El diálogo nos hace más y mejores.
Mucha cosa que nos disgusta, que nos cae mal, que quisiéramos no fuese realidad, termina siéndolo, porque en el camino, se perdió el diálogo, se perdió la búsqueda intencional de la otra parte, para entenderse, para ponerse de acuerdo, para sentar las bases de un relacionamiento provechoso.
Nunca es tarde para retomar el diálogo, para lograr un acuerdo, y tal vez, para sorprenderse de los resultados, y poderse sentir feliz con los mismos.
Que implica voluntad, sí. Que implica esfuerzo, también. Pero que vale la pena, ¡siempre!
Si en lo personal alguien se siente ofendido/a por algo que he dicho, escrito, o una forma de proceder mía, que no se quede rumiando la rabia o la furia. Que se contacte conmigo y me lo diga con calma, y buena voluntad, expresamente. Que se abra al diálogo. Porque estoy dispuesto a modificar o cambiar aquello que haya podido ser motivo de discordia.
Pero ello sólo es posible si el diálogo y el encuentro se hacen realidad. Es el único camino.
Un ser humano incapaz de dialogar, cerrado en sí mismo, se deshumaniza, se atrofia, vive en la amargura, y probablemente enfrenta situaciones desagradables de las que podría haberse librado de haber dialogado a tiempo.
Pero nunca, nunca es tarde, si hay buena voluntad.
Estén atentos: pronto Compartiendo estará en YouTube. Lectura de los textos de los blogs, prosa y poesía.
enigma
Textos protegidos por derechos de autor
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