Las empresas hacen un
balance anual, lo que suele llamarse balance general.
Curiosamente, las
personas deberíamos hacerlo. No de nuestras finanzas, --aunque ello es
aconsejable—sino de nuestra vida en sí misma.
¿Nos sentimos mejor o
peor –física y anímicamente-- que el año anterior?
Dependiendo de la
actividad que hagamos, ¿hemos ganado o perdido amigos/as, adherentes,
seguidores/as, admiradores/as?
¿Qué retrocesos o pérdidas
hemos tenido, y qué ganancias en todos los aspectos?
¿Cuánto hemos
progresado como personas, qué cosas hemos podido pulir y mejorar de nuestras
personalidades, qué costumbre o vicio hemos abandonado para siempre, cuán
felices nos sentimos, qué cosa aún nos angustia o atormenta, cómo podemos
superar obstáculos y cuántos hemos superado ya?
Todo eso y más
constituyen lo que llamo un balance de vida.
¿Lo hacemos?, ¿nunca,
a veces, siempre, periódicamente, una vez al año?
Es aconsejable que lo
hagamos, y para ello, necesitamos ser despiadadamente honestos con nosotros
mismos. No podemos soslayar, dejar de lado, absolutamente nada. Todo tiene que
ser puesto bajo el microscopio y observado detenida y objetivamente.
Sólo así es posible
superarse. Sólo así es posible ser mejores.
Sólo así se justifica
nuestra existencia y vale la pena que vivamos, no sólo por nosotros, sino en
relación con los demás, con vecinos, colegas, amigos, compañeros de estudio o
de trabajo, y gente en general.
El objetivo principal
del balance es –como vehículo que entra al taller—qué es lo que hay que ajustar
o cambiar, para andar mejor, en nuestro caso, para ser mejores.
Milton W. Hourcade
Textos protegidos por derechos de autor
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