Sunday, March 14, 2010

UN ACTO DE SOBERBIA A SER SUPERADO

“Bienaventurada la persona que siempre teme a Dios;
Mas la que endurece su corazón caerá en el mal” -- Proverbios 28:14

“¡Yo no perdono!” proclamó alguien en forma rotunda….

Desde entonces, me he quedado pensando, azorado, sorprendido en grado sumo.

¿Cómo alguien que se declara de la fe cristiana, puede proclamar cuasi que con orgullo y decir más de una vez “yo no perdono”?

Es sin duda un acto inconsciente, pero lleno de tremenda soberbia.

En primer lugar es colocarse por sobre el Ser en Sí. Es la actitud de “Dios perdona, pero yo no”, como si Dios (el Ser en Sí) fuese una entidad inferior, y por tanto capaz de perdonar, como que puede tener ese “desliz”, cometer ese “error”, pero yo (dice la persona) yo no hago eso, yo estoy por encima de esa debilidad, “yo no perdono”.

¡Ah! ¿qué tal si cuando el Ser en Si disponga que es tiempo de que esa persona deje esta existencia –y ese momento puede ser cualquier momento-- y ella se enfrente al Ser Supremo, éste le dijera “yo no te perdono”?

Porque la arrogancia de esta persona consiste en primer lugar en considerar que está por encima o fuera del alcance divino, y por tanto, no perdona.

En segundo lugar, consiste en que se considera a sí misma al parecer, libre de todo error, de toda confusión, de todo pecado, de todo mal pensar y mal obrar, como para que no viviese cada día del perdón divino y no necesitase de ese perdón.

Y a la vez, por lo visto, esa persona se considera tan perfecta, que ni siquiera necesita del perdón de otros congéneres humanos. Como si nunca hubiese herido a nadie, ofendido a nadie, insultado a nadie, atropellado a nadie.

Hummm, tengo grandísimas dudas de que esa persona no precise el perdón humano y el perdón divino.

Si al menos tuviese un atisbo de sospecha de que tal vez necesita ser perdonada; si acaso pensara que el sacrificio de Jesús (Emmanuel) en la Cruz, fue por esa persona, fue por los pecados que todos cometemos. Si acaso se sintiera tan humana, tan inclinada a equivocarse, a cometer errores y luego a tratar de enmendarlos, se me ocurre, que tal vez, se abriese a perdonar.

Porque ese es un acto que dignifica, ese es un acto de salud espiritual que beneficia primero que nada a quien perdona y por ende también a la persona que es perdonada.

¡Caray! La humanidad no ha andado 21 siglos para que todavía haya gente que no entienda el valor estratégico, fundamental, salutífero, y de salvación, que tiene el perdón.

¿Que es dificil? ¡vaya! Al Ser en Sí le costó la preciosa vida de Emmanuel.

Si, perdonar cuesta quebrantar nuestro ego, es como partirnos por dentro, es hacer un esfuerzo más allá de lo aparentemente lógico o razonable. Pero así nos quiere Dios, así nos humanizamos a nosotros mismos, así es el camino de ascender a estadios superiores de conciencia y de esencia.

Así vamos entendiendo “la mente de Dios”, así nos aproximamos muy lentamente al ideal humano que tendríamos que ser.

El perdón dignifica a quien lo da, y restituye a quien lo recibe. Quien es perdonado no tiene otra palabra que pronunciar desde el fondo de su corazón que un enorme “gracias”, gratitud al Ser en Sí, que fomenta, inspira y alienta a que los humanos nos perdonemos los unos a los otros, y gratitud a la pesona que le perdona.

El perdón después de todo, responde a la regla de oro de amarnos los unos a los otros.

El perdonado está exigido a llevar una conducta y una calidad de relación armoniosa con quien le ha perdonado, y por tanto a restablecer una relación de paz en el más amplio sentido de la palabra. Una relación creativa, de empatía, de respeto mutuo.

De eso se trata, esa es la obra del Ser en Sí entre los humanos capaces de recibirle en su corazón, y de obrar en consecuencia.

No estoy apelando a nada más que a obrar de acuerdo con la fé que se proclama de boca para afuera, para que sea una realidad, de boca para adentro.

Todos los humanos somos imperfectos, todos pecamos, todos nos equivocamos, cometemos errores, pero –como escribí hace poco—hay errores y horrores. Se me hace que en el caso que conozco, hubo errores de todos lados, pero no hubo de ninguna de las partes involucradas el deliberado propósito de hacer daño, de hacer el mal.

Y eso, que tendría que estar diáfanamente claro, facilita restañar heridas, recomponer relaciones, y encontrar la armonía.

¿Será capaz esa persona de cambiar de actitud? ¿Será capaz de perdonar, y de admitir que ella misma ha sido perdonada múltiples veces, porque también cometió errores?

Mis amigas y amigos, si me entero que ello ocurre, se los haré saber. Será justicia.



enigma

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