Wednesday, December 26, 2012

Para después del festejo

Después de festejar la Navidad, no estamos para temas profundos, sesudos, sino más bien para lo anecdótico, leve o curioso.

Y eso me propuse compartir hoy con ustedes.

¿Alguna vez se han puesto a pensar cuánto tiempo perdemos teniéndonos que afeitar o cepillar los dientes?

Y para las mujeres peor, porque una sesión completa de cremas de limpieza, rejuvenecedores de la piel y maquillaje les puede llevar de dos a tres horas diarias.

Ni qué hablar del tiempo que perdemos en el baño cuando nos acucian las necesidades. Es el precio a ser animales...

A veces me parece horrible que tengamos que dedicarnos a estos menesteres, pero bueno, hay que respetar al organismo. Así somos...

Pero estoy seguro que si hiciéramos una suma de todo ello durante todo un año, nos daría un promedio de dos meses perdidos, --en el caso de las mujeres-- y la mitad o un poco más en el caso de los hombres.

Les confieso que a veces me digo: "¡ufff! otra vez tener que cepillarme los dientes!",  u "¡otra vez necesito afeitarme!"....  No me gusta...pero tampco es higiénico no cepillarse los dientes, y es antiestético no estar bien afeitado.

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Dos obras que nunca iría a ver.

En el primer caso se trata de una novela, que Brodaway la tomó para hacer un musical y que como tal recientemente ha velto a la pantalla grande. Se trata de "Los Miserables".

Cuando niño vi una versión cinematográfica en blanco y negro. Me impactó el personaje central de Jean Valjean...pero todo el tema me provocó una gran tristeza, y desde entonces he tenido un rechazo a ver nuevamente la obra.

La otra es una ópera de Carl Orff, en la que el autor recopiló poemas medioevales,  y los plasmó líricamente en lo que se conoce como "Carmina Burana", de la cual lo más utilizado es el fragmento llamado "Oh Fortuna". Más allá de lo irreverente de algunos textos, tengo un rehazo visceral a esa música. A esos  coros....pero  nor por si mismos, sino por el tipo de música que compuso Orff. No la puedo tolerar.

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Un cuadro que me desagrada.

Creo tener un natural sentido de la estética, que me dice cuándo algo es bello y cuándo no, más allá del análisis de técnicas de elaboracion, juegos de luces y sombras, utilización de colores, tercera dimensión, etc.

Así por ejemplo me pasó con el artista Andiveros. Lo conocí de muchacho joven, en una exposicion que allá por  la década de los años 60 organizó el diario "El País" en la plaza Cagancha, de Montevideo, Uruguay.

Vi sus cuadros, abstractos. Aquellos cuadrados, triángulos, círclos, entrecruzándse, formando un todo armónico y hermoso a la vista.Y le comenté a mi esposa: "Este muchacho es bueno. Me encantaría poderle comprar alguno de sus cuadros."

Una década más tarde veo en el "The New York Times" un artículo que indicaba el éxito del pintor Andiveros en la Gran Manzana. Merecido -me dije. Y me alegré por su triunfo.

En uno de mis viajes a Uruguay, visité el Museo Nacional de Bellas Artes, y me sentí muy feliz cuando vi que se habían adquirido para la colección permanente, varios cuadros de Andiveros.

Pues bien, con este acreditado sentido estético, el mismo que me permite valorar a un Dalí,  un Picasso o uno de mis favoritos, el belga René Magritte, hay un cuadro que me causa rechazo, que me desagrada mirar: "El Grito", del noruego  Edvard Munch.  No ha de extrañar que esa imagen que parece deformada por una lente, o diluida verticalmente, haya sido usada en o inspiradora de filmes de horror.
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Mucha gente suele coleccionar cosas. Si una colección tengo, pero simplemente porque se han ido acumulando a lo largo de mi vida, son libros. Se me inculcó desde niño que "un libro es un buen amigo".
Pero coleccionar, por el mero placer de hacerlo, nunca estuvo entre mis hobbies.
Tampoco tengo mascotas, pero tengo dos objetos de mi preferencia. Una fue una pequeña muñequita, de cara bonita y ojos pícaros, llamada "Puqui". La heredé de mi esposa, y la tengo en mi escritorio.
Pero lo otro --insólito si se quiere-- es mi cariño por un peine. 
Un simple peine -no de marca siquiera- de plástico color negro, que me acompaña por décadas, y que si llegase a perderlo me entristecería. Ya hace mucho tiempo que no me peino usándolo, sino que utilizo un cepillo. Pero...ante una emergencia, el peine que siempre va conmigo, me saca de apuros para tener bien el cabello. Tal vez por eso lo quiera tanto. Pero no me vale que sea cualquier peine,  (tengo un par más) sino específicamente ese. ¿Explicación racional? ninguna, por supuesto. Pero así es.
Bueno, espero al menos haberles entretenido. Si alguien quiere hacer algún 
comentraio será más que apreciado. Como siempre, desde este blog abierto a todas y todos, el diálogo está a disposición.
Gracias por leerme.



enigma

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