Entre las personas sucede otro tanto.
A veces por "diplomacia", por "no quedar mal", por "evitar un problema", callamos, o preferimos adoptar palabras, actitudes y poses, que no son sinceras, y a la postre, terminan haciendo más daño que si hubiésemos dicho la verdad.
Una verdad expresada a tiempo, ahorra muchas desdichas posteriores.
Debemos aprender a mirarnos a los ojos, de frente, a no esconder nuestro sentir, nuestro pensar, y a no disfrazarnos de lo que no somos, o a ocultar cómo realmente somos.
Cuando una persona hace eso, a la postre termina por mostrarse tal cual es, y entonces defrauda por completo, crea sufrimiento que habría sido innecesario, y contribuye a la desgracia ajena.
Ser sincero, decir la verdad, cuesta, tiene su precio. Nos puede causar un sinsabor pasajero, la molestia de terceros, el que no se nos quiera dirigir más la palabra. Pero vale más eso, que perseguir en una falsedad que finalmente se desmorona y deja a luz un panorama ahí si, lamentable.
Uno de los aspectos positivos de la sinceridad, es que ella hace que seamos confiables. Guste o no el contenido de la misma, se confía en nosotros por nuestro proceder. Somos abiertos, no ocultamos, no escamoteamos, no disimulamos, decimos las cosas tal cual son.
Sobre esa base, las relaciones humanas a cualquier nivel resultan sólidas. Si no es asi, están en un tembladeral.
Ser sinceros nos puede acarrear momentáneamente problemas, un disgusto, no ser cabalmente comprendidos, pero al final, obra a nuestro favor y de quien recibe nuestra sinceridad. Y por ello, vale.
En lo personal, detesto la hipocresía, la falsedad, el disimulo, la pretensión de posar como lo que no se es.
Prefiero toda vez la autenticidad. Dar de cara con la realidad.
Después de todo, sólo eso nos hace respetables.
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