Y si bien el origen de la historia es bíblico, no obstante la fecha y todos los rituales que la acompañan --los niños que preparan sus cartitas, el desfile de los reyes en un lugar público, los zapatos que hay que dejar, el balde con agua y algo de pasto para los camellos, el juego de los esquives de los mayores-- todo constituye un ritual laico.
Un ritual que repetimos cada año, un ritual que viven con intensidad los inocentes, muchos de los cuales se llevan un gran chasco cuando se enteran de la realidad. Porque la ilusión, esa especial atmósfera que lo rodea todo, es algo hermoso en sí mismo, algo que tiene una pátina de milagro.
Como seres humanos nos gusta maravillarnos, deslumbrarnos, y somos proclives a esperar que lo insólito ocurra, aunque en el fondo, sepamos que no va a ocurrir.
Pero bienvenido sea ese ritual laico, que nos hace pensar más que de costumbre en nuestra familia, en nuestros seres queridos.
¿Acaso pudo haber una madre o un padre que no recibieron algo de los Reyes Magos?, ¿acaso quedó una hija o un hijo sin que los Reyes les hubiesen dejado sus presentes?, ¿acaso una esposa o esposo quedaron con las manos vacías?
Ciertamente no. Porque se es muy feliz dando, generando gratas sorpresas.
Porque hay un río de cariño que fluye generosamente de por medio.
Porque el ámbito es propicio para esas acciones que nos recompensan como humanos.
¿Cuánto vale la sonrisa de un niño que nos muestra con su rostro henchido de felicidad el regalo que le dejaron los Reyes?
Esa felicidad infantil, ¡no tiene precio!.
¿Y cuánto valen los abrazos y besos intercambiados entre los mayores, que nos gozamos de las cosas que hemos recibido y de las que pudimos dar?
Es evidente que toda esta hermosa conjunción de acciones y valores, integra ese ritual laico al que refiere el título.
Felices todos quienes lo pueden vivir. Y hagamos posible que quienes no pudieron vivirlo este año, lo vivan el año próximo.
enigma
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