Pensamientos, sentimientos, reflexiones con sinceridad y profundidad, compartidas abiertamente.
Prosa, poesía (a veces) y música selecta, para un encuentro diferente entre quienes quieren participar de mi blog.
Las dictaduras no son
buenas, no importa el signo que tengan. En la medida en que para funcionar
tienen que coartar las libertades esenciales de que está investido todo ser
humano, en ese mismo instante pierden su legitimidad, no son admisibles.
La historia dela humanidad se encarga de demostrar
fehacientemente que no hay dictadura que dure cien años, y que muchas no
cayeron antes porque hubo demasiada tolerancia por parte de la comunidad
internacional cuando no prohijado, por diversos y mayormente nunca confesados
intereses.
Pero las horas de las dictaduras que se autocalifican de izquierda y de los
regímenes populistas están contadas, afortunadamente.
Si algo es de suma importancia, al salir de las
dictaduras, es mantener criterios adecuados y correctos en el funcionamiento de
un país, sus estructuras democráticas y republicanas, y en la ética y el
relacionamiento de su gente.
No se puede pasar de un régimen represor de la
libertad y los derechos fundamentales del hombre, a una anarquía, donde la
autoridad no tiene poder ni es respetada como tal, donde las leyes se pisotean
o violan descaradamente, donde la Constitución se pone por debajo de intereses
políticos del momento, y donde el ciudadano común se ríe de las leyes y los
reglamentos, y se cree con el derecho de hacer lo que se le dé la gana así que
afecte o no los legítimos derechos de sus congéneres.
Una sociedad anárquica no funciona, se hunde a sí
misma en un fárrago de sinsentido y termina por ser tan liberticida como la
dictadura que le haya precedido.
La cuestión no es: antes no hubo libertad, ahora no
hay restricciones.
La afirmación del valor de la Constitución de una
nación y de su cuerpo de leyes es fundamental para defender justamente el
ejercicio correcto y respetuoso de los derechos humanos y la libertad.
Libertad no es “hacer lo que se me da la gana”, sino
hacer lo que debo. Y si no tengo noción de qué es lo que debo, el Estado tiene
que señalármelo muy claramente, so pena de terminar pagando por mis
violaciones, sean faltas leves, o actos criminales.
La libertad se ejerce en el orden, no en el caos, no
en un vacío normativo y ético.
De ahí que la libertad bien entendida implica
necesariamente responsabilidad. Una responsabilidad ante los otros seres
humanos, ante la sociedad toda y ante un país como tal.
En Uruguay y tal vez
en algunas otras partes del mundo se ha instalado un debate respecto de las
sectas.
Llámase así
genéricamente a una cantidad de distintos grupos, generalmente nucleados en
torno a una figura preponderante, que sostienen creencias, criterios y
conductas, que no se compadecen o acompasan con el “oficialismo” religioso
ejercido por las expresiones de fe mayoritarias.
Suele ocurrir que
estas sectas producen impactos en la sociedad, que aumentan su cantidad de
adeptos, que llegan de alguna manera a influir con su actividad allí donde
actúan; entonces los sectores religiosos tradicionales buscan volcar todo su
peso, su argumentación intelectual, y su capacidad de debate, para hundir a las
sectas en el oprobio y tratar en lo posible de neutralizarlas, cuando no –ideal
no alcanzado— defenestrarlas.
Es cierto que entre
las sectas hay extremos peligrosos. Gente que ha dado sus bienes perdiéndolo
absolutamente todo. Gente que ha perdido su propia personalidad al haber sido
sometida a una verdadero lavado de cerebro, gente que ha sufrido vejámenes y
abuso sexual, etc. Hay de todo un poco en las sectas, hasta los casos extremos
de muertes colectivas.
Pero no todas son así
de riesgosas y peligrosas. El peligro que muchas de ellas plantean es el de
algo que casi ha perdido su vigencia por desuso, en las religiones
tradicionales, me refiero a la apostasía.
Ciertamente la vasta
mayoría de las sectas que a sí mismas se titulan de “crísticas”, hacen
referencia a Jesús, pero añaden prácticas tomadas del yoga, como la meditación,
y a ello le añaden la creencia en los “hermanos del cosmos”, seres superiores
que están “más cerca de Dios”, y que terminan siendo guías para los simples
humanos.
Entre medio se dan
los mensajes telepáticos (en otros tiempos los espiritistas hablaban de
mensajes mediúmnicos) que se supone son recibidos de las “jerarquías
superiores”, y cuando no, se explota la esperanza de poder viajar y conocer
otro planeta, aunque eso está reservado al líder de la secta, y muy
difícilmente un simple integrante de la misma tenga ese “privilegio”.
Por supuesto que en medio de todo ese fárrago
irrespetuoso como “vidriera de cambalache”, se impone orden, cordura, sensatez,
racionalidad, y una fe madura y adulta.
Quien realmente puede
adquirir una fe tal, si está en una secta la abandonará, y si no lo está,
tampoco se sentirá apelado a integrarse a la misma.
Pero la
responsabilidad recae no sobre la capacidad de atracción de la secta, sino de
quienes oponiéndose a ellas tienen que demostrar que son mejores, que tienen
más y genuino para ofrecer, y que lo fundamental es combatir la ignorancia.
Porque muchas personas se afilian a una secta por ignorancia, y luego de una
intensa búsqueda en distintas manifestaciones religiosas tradicionales.
Tal vez el replanteo
que tienen que hacerse esas expresiones religiosas tradicionales, es hasta
dónde hay verdadero compañerismo en la fe, hasta dónde la persona que por primera vez accede a esas religiones
se siente bienvenida, rodeada, apoyada, y sostenida por quienes dicen ser sus
“hermanos”, o por el contrario nota una frialdad y una formalidad excesiva, que
no es capaz de romper la barrera de la incomunicación. Finalmente la persona se
siente excluida, abandonada, dejada a un
lado, en vez de saberse realmente integrada.
Fallan también las
religiones tradicionales en no hacer su mensaje lo más llano, claro y explícito
posible para que sea fácilmente entendible. La Biblia no ayuda en eso, porque
desde palabras tradicionalmente usadas que se originan en el griego, (como
parusía, o apocalipsis) hasta los criterios de salvación, redención,
reconciliación, perdón, propiciación, etc. tienen que ser puestos en vocablos
fáciles de digerir.
Esto, sin dejar de lado algo importante: que hay una enseñanza exotérica (para los neófitos) y una esotérica (para los iniciados). Jesús lo practicó así.
Entonces, esto nos
lleva de la mano a un acto difícil pero necesario, que es el de la
comprensión.
Antes que simplemente
volcar el peso, la influencia, y la locuacidad de las religiones tradicionales,
para denostar a las sectas, atacarlas, y si fuese posible diezmarlas, hay que
comprender por qué están, por qué surgen, qué indican como fenómeno socio-cultural,
qué señal están dando.
En mi opinión, la
cuestión no está en la virtud de una secta dada, sino en las falencias de las
religiones tradicionales que posibilitan su existencia, que las gestan por su
inoperancia, inacción o acción equivocada.
Para ponerlo en
palabras del Maestro de Galilea, antes de ver la paja en el ojo ajeno, hay que
tener el coraje de ver la viga en el propio. Y eso es lo que no está
ocurriendo.
La existencia de
sectas es para mí –hasta cierto punto— un juicio a las fallas y carencias de
las grandes religiones, y en particular me refiero al cristianismo en sus
versiones Católicorromana y Protestante, en Occidente.
Es cierto que el
debate animado sobre el tema vale la pena, y es cierto que hay sectas que sólo
explotan la credulidad inocente del ser humano, y se aprovechan del mismo para
extraerle cuantos bienes les sea posible.
Pero no todas las
sectas son así, y me permito llamar la atención a algo más: el cristianismo
comenzó como una secta respecto del judaísmo oficial, y como tal fue perseguido
y atacado.
El propio Saulo de Tarso (luego devenido en San Pablo) ordenó matar
a seguidores de Jesús, porque representaban una total apostasía de la religión
oficial.
Y la muerte de Jesús
fue decidida por un órgano religioso judío, --el sanedrín— porque atentaba contra la fe correctamente
entendida según los sacerdotes, escribas y fariseos.
Así que más modestia,
y despacito por las piedras.
Cierto que en aras de
una libertad que linda con el libertinaje –a mi modesto entender— se usa el eufemismo de “libertad religiosa” e
“igualdad” para equiparar a todas las expresiones religiosas, donde caben desde
los ritos surgidos en el animismo africano, hasta el mismísimo satanismo.
Un ejemplo más de una
grave distorsión del concepto de libertad.
Pero esta es la
realidad actual con la que hay que vérselas.
Pienso que no es por
mera casualidad que el vocablo amistad comienza con las mismas letras
que la palabra amor.
Y tal vez ello se deba a que en la amistad hay
afecto, cariño, amor. No por supuesto el amor de pareja, sino el amor
sublimado, el amor “ágape” de que hablaban los griegos.
Ese amor que lleva a
ser constante, dadivoso, leal, sincero, confiable, interlocutor válido,
solidario, responsable.
Porque los amigos se
cuidan entre sí, se respaldan entre sí, saben que pueden contar con el otro en
forma mutua y recíproca.
Los amigos no se
dejan, no se abandonan, no se pierden.
Los amigos se
comunican, dialogan, son confidentes, y cuando se encuentran, lo celebran. Esta semana he tenido muestras cabales de ello. ¡Y qué alegría y paz espiritual me proporcionan!
Para los amigos, la distancia no existe.
Cuando la amistad es
verdadera, auténtica, ésta perdura para siempre.
La amistad suele
surgir de afinidades de gustos, de actividades, de intereses, de la confluencia
de pensamiento y sentimiento respecto de diferentes temas, situaciones, etc.
Un amigo sabe que
puede confiar en el otro, respaldarse en el otro, apelar a la ayuda del otro, y
sobre todo, a la comprensión, al perdón, a la superación de malentendidos o de
discrepancias circunstanciales, que no afectan en absoluto la esencia misma de
la amistad.
En estos días, he
tenido muestras de amistad que me resultan maravillosas. Expresiones de una
unión de voluntades capaz de superar cualquier divergencia, porque la amistad
es lo que cuenta primordialmente.
La amistad comprende
también un darse. En esforzarse aún –si ello es necesario--por ver feliz al otro, por ayudarle cuando
necesita, por ofrecerle sugerencias, consejos, contactos útiles, orientación,
opinión que seguramente va a ser escuchada.
A veces me siento
deudor de mis amistades, siento que debo hacer más por ellas, que debo
tratarles con mayor frecuencia, intercambiar más información sobre nuestras
vidas, saber más unos de otros, y por sobre todo, de alguna manera, hacerles
sentir en forma palpable, que sí son importantes para mí, que sí les quiero
mucho, que sí quiero que cuenten conmigo, y que sin ellas, yo no sería quien
soy.
Porque después de
todo, somos nosotros y nuestras amistades.
Entre las cosas que
tengo que decidir llevar conmigo a Iowa City o simplemente desprenderme de
ellas para siempre, hay un conjunto de cartas que –desde que llegué a Estados
Unidos de América— en 1989, envié a mis padres.
Mi querida madre las
coleccionó, y he aquí que las estoy leyendo ahora.
No sólo me sorprendo
de algunas cosas que no recordaba en detalle, sino que verifico que a través de
las mismas puedo ir trazando una línea histórica de cómo fue mi vida, primero
solo y luego con mi familia-hijo y
esposa-durante los primeros años en el
Norte.
Y si algo me impacta,
y en una carta inclusive lo digo expresamente, respaldado en hechos concretos,
es lo bien que fuimos tratados, cuánto se nos ayudó por parte de gente que no
nos conocía para nada, y qué rápido accedimos no sólo a servicios, sino a
empleos, a estudios universitarios, y al desarrollo de la personalidad de cada
quien.
Lo que en nuestro
país de origen habría sido imposible, o llevado décadas, allí fue posible
concretarlo en el término de dos años. Yo tuve un significativo ascenso en mi
empleo, mi hijo con su estupendo talento logró no sólo el reconocimiento
expreso de las autoridades de enseñanza a nivel de Secundaria, sino que esos
triunfos le valieron poder obtener una BecaPresidencial de la American University, y mi esposa, que tuvo que
aprender inglés, también pudo obtener empleo.
Y ya siendo
estudiante universitario, mi hijo pudo lograr un excelente empleo en una
importante compañía, durante el período de vacaciones.
Tuvimos nuestro
primer vehículo y pudimos comprar un apartamento.
Sin duda que todo
requiere esfuerzo, dedicación, responsabilidad, calidad personal. Pero cuando
esos factores están presentes, la sociedad estadounidense permite el avance
rápido de quienes son capaces.
En otros lugares, no
importa cuán capaz se sea, vale más la envidia de los mediocres, o simplemente
el peso de la antigüedad de algunos, para que no se pueda avanzar, cuando no el
acomodo político u otras “razones” más espurias aún.
De modo que tengo
fundados motivos para estar sumamente agradecido a todos quienes hicieron
posible que nuestra vida fuese más plena y disfrutable. Y francamente considero
que eso sólo ocurre en los Estados Unidos de América.