En Uruguay y tal vez
en algunas otras partes del mundo se ha instalado un debate respecto de las
sectas.
Llámase así
genéricamente a una cantidad de distintos grupos, generalmente nucleados en
torno a una figura preponderante, que sostienen creencias, criterios y
conductas, que no se compadecen o acompasan con el “oficialismo” religioso
ejercido por las expresiones de fe mayoritarias.
Suele ocurrir que
estas sectas producen impactos en la sociedad, que aumentan su cantidad de
adeptos, que llegan de alguna manera a influir con su actividad allí donde
actúan; entonces los sectores religiosos tradicionales buscan volcar todo su
peso, su argumentación intelectual, y su capacidad de debate, para hundir a las
sectas en el oprobio y tratar en lo posible de neutralizarlas, cuando no –ideal
no alcanzado— defenestrarlas.
Es cierto que entre
las sectas hay extremos peligrosos. Gente que ha dado sus bienes perdiéndolo
absolutamente todo. Gente que ha perdido su propia personalidad al haber sido
sometida a una verdadero lavado de cerebro, gente que ha sufrido vejámenes y
abuso sexual, etc. Hay de todo un poco en las sectas, hasta los casos extremos
de muertes colectivas.
Pero no todas son así
de riesgosas y peligrosas. El peligro que muchas de ellas plantean es el de
algo que casi ha perdido su vigencia por desuso, en las religiones
tradicionales, me refiero a la apostasía.
Ciertamente la vasta
mayoría de las sectas que a sí mismas se titulan de “crísticas”, hacen
referencia a Jesús, pero añaden prácticas tomadas del yoga, como la meditación,
y a ello le añaden la creencia en los “hermanos del cosmos”, seres superiores
que están “más cerca de Dios”, y que terminan siendo guías para los simples
humanos.
Entre medio se dan
los mensajes telepáticos (en otros tiempos los espiritistas hablaban de
mensajes mediúmnicos) que se supone son recibidos de las “jerarquías
superiores”, y cuando no, se explota la esperanza de poder viajar y conocer
otro planeta, aunque eso está reservado al líder de la secta, y muy
difícilmente un simple integrante de la misma tenga ese “privilegio”.
Por supuesto que en medio de todo ese fárrago
irrespetuoso como “vidriera de cambalache”, se impone orden, cordura, sensatez,
racionalidad, y una fe madura y adulta.
Quien realmente puede
adquirir una fe tal, si está en una secta la abandonará, y si no lo está,
tampoco se sentirá apelado a integrarse a la misma.
Pero la
responsabilidad recae no sobre la capacidad de atracción de la secta, sino de
quienes oponiéndose a ellas tienen que demostrar que son mejores, que tienen
más y genuino para ofrecer, y que lo fundamental es combatir la ignorancia.
Porque muchas personas se afilian a una secta por ignorancia, y luego de una
intensa búsqueda en distintas manifestaciones religiosas tradicionales.
Tal vez el replanteo
que tienen que hacerse esas expresiones religiosas tradicionales, es hasta
dónde hay verdadero compañerismo en la fe, hasta dónde la persona que por primera vez accede a esas religiones
se siente bienvenida, rodeada, apoyada, y sostenida por quienes dicen ser sus
“hermanos”, o por el contrario nota una frialdad y una formalidad excesiva, que
no es capaz de romper la barrera de la incomunicación. Finalmente la persona se
siente excluida, abandonada, dejada a un
lado, en vez de saberse realmente integrada.
Fallan también las
religiones tradicionales en no hacer su mensaje lo más llano, claro y explícito
posible para que sea fácilmente entendible. La Biblia no ayuda en eso, porque
desde palabras tradicionalmente usadas que se originan en el griego, (como
parusía, o apocalipsis) hasta los criterios de salvación, redención,
reconciliación, perdón, propiciación, etc. tienen que ser puestos en vocablos
fáciles de digerir.
Esto, sin dejar de lado algo importante: que hay una enseñanza exotérica (para los neófitos) y una esotérica (para los iniciados). Jesús lo practicó así.
Entonces, esto nos
lleva de la mano a un acto difícil pero necesario, que es el de la
comprensión.
Antes que simplemente
volcar el peso, la influencia, y la locuacidad de las religiones tradicionales,
para denostar a las sectas, atacarlas, y si fuese posible diezmarlas, hay que
comprender por qué están, por qué surgen, qué indican como fenómeno socio-cultural,
qué señal están dando.
En mi opinión, la
cuestión no está en la virtud de una secta dada, sino en las falencias de las
religiones tradicionales que posibilitan su existencia, que las gestan por su
inoperancia, inacción o acción equivocada.
Para ponerlo en
palabras del Maestro de Galilea, antes de ver la paja en el ojo ajeno, hay que
tener el coraje de ver la viga en el propio. Y eso es lo que no está
ocurriendo.
La existencia de
sectas es para mí –hasta cierto punto— un juicio a las fallas y carencias de
las grandes religiones, y en particular me refiero al cristianismo en sus
versiones Católicorromana y Protestante, en Occidente.
Es cierto que el
debate animado sobre el tema vale la pena, y es cierto que hay sectas que sólo
explotan la credulidad inocente del ser humano, y se aprovechan del mismo para
extraerle cuantos bienes les sea posible.
Pero no todas las
sectas son así, y me permito llamar la atención a algo más: el cristianismo
comenzó como una secta respecto del judaísmo oficial, y como tal fue perseguido
y atacado.
El propio Saulo de Tarso (luego devenido en San Pablo) ordenó matar
a seguidores de Jesús, porque representaban una total apostasía de la religión
oficial.
Y la muerte de Jesús
fue decidida por un órgano religioso judío, --el sanedrín— porque atentaba contra la fe correctamente
entendida según los sacerdotes, escribas y fariseos.
Así que más modestia,
y despacito por las piedras.
Cierto que en aras de
una libertad que linda con el libertinaje –a mi modesto entender— se usa el eufemismo de “libertad religiosa” e
“igualdad” para equiparar a todas las expresiones religiosas, donde caben desde
los ritos surgidos en el animismo africano, hasta el mismísimo satanismo.
Un ejemplo más de una
grave distorsión del concepto de libertad.
Pero esta es la
realidad actual con la que hay que vérselas.
enigma
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