Un maestro es alguien
que cursó estudios para serlo, que dio exámenes para obtener su cargo, y que
luego lo ejerce con sapiencia y sobre todo con vocación.
El maestro es un
formador de seres humanos, de generaciones que pasan bajo su efectiva acción educadora.
Pero hay otra
maestría, que es la que otros reconocen en alguien, cuando esa persona se
transforma en un referente preferencial o ineludible de cierta forma de ser, de
trabajar profesionalmente, donde no existe la intención específica de enseñar
algo, sino el firme propósito de hacer la cosas bien y con responsabilidad.
Ocurre que ese
proceder correcto, responsable, con pautas claras y permanentes, va proyectando
una imagen y a su vez va forjando en otros un ejemplo a tener en cuenta.
Entonces de esa manera espontánea, se termina por ser maestro de muchos, sin
tener siquiera consciencia uno mismo de que lo está siendo.
En pocas horas he
tenido dos expresiones de ese respeto y esa apreciación valorativa hacia mi
persona como alguien que ha sido con su actividad profesional un ejemplo para
otros, alguien de quien otros se han beneficiado y aprendido.
Ayer no más, Carlos
Chúman, un eficiente corresponsal que la Voz de América tiene en Washington
D.C. me escribió en Facebook, llamándome “Maestro” y preguntándome si me había
jubilado.
Hoy, un muy buen
técnico operador de grabaciones de CX-44 “Radiocolor Panamericana”, emisora
donde pude desarrollar todas las noches por dos años consecutivos, un programa
que iba de lunes a viernes de 10 a 11:30PM titulado “Siglo XXI”, --que ha sido
hasta el presente la más gratificante experiencia en radio que he tenido--, el señor Daniel Feble, me decía
que estaba muy agradecido a mi persona, que me recordaba con frecuencia, y que
había aprendido mucho de mí, viéndome trabajar.
Confieso que me impactaron sus sinceras palabras, y que
nunca hubiera pensado calar tan hondo en alguien, simplemente por mi trabajo, y
la forma en que lo desarrollé.
Entonces me di a
reflexionar cuánto –sin saberlo—uno puede influir en otras personas, cuánto
puede proyectar en otros que resulta en un aprendizaje, cuánto de positivo se
deja en el paso por la vida, de lo cual uno mismo no lo sabe ni lo imagina.
Es reconfortante
tener la dicha de saberlo, aunque sea de algunas personas, aunque sea
parcialmente. Porque bien cabe la honesta pregunta: ¿para cuántas más habremos
sido benéficos?, ¿cuántas más nos estarán agradecidas por haber compartido
tareas?, ¿en cuántas más habremos sembrado con nuestra forma de ser y nuestro
hacer, una semilla positiva?...
Es imposible que
tengamos el panorama total. No importa. Simplemente somos y hacemos conforme a
nuestros valores, a nuestro proceder, a nuestros conocimientos y a nuestra
idiosincrasia. El juicio de valor, queda para los demás.
En lo que me es
personal, me doy por más que satisfecho. Nunca lo hubiera imaginado si no me lo
hubiesen dicho.
enigma
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