Es por un lado, la hora de las sombras, del complot llevado a cabo, de la multitud manipulada, de salvar a Barrabás (bar-rabba, en arameo) hijo de un rabino acusado de violencia contra el imperio romano, y condenar al inocente Emmanuel.
Es la hora donde la maldad humana se muestra con todo su horror. Las tinieblas ensombrecen la tierra de los hebreos. Es la hora del llanto y la sangre, del quebrantamiento de huesos y el escarnio, de la tortura y flagelación.
Allí va, seguro de su destino, firme en su sacrificio voluntario, dándose en el más grande Amor que la humanidad haya visto, Emmanuel, proclamando al Ser en Sí (Dios) con su mismo ser.
Y ya horadadas las manos y sus pies, alzado en la cruz, desde ella pronuncia las palabras más inconcebibles para la "racionalidad" humana, pero totalmente congruentes desde la perspectiva divina: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".
Y luego se sacudirá la misma tierra, y se rasgará el velo en el templo de Jerusalén, y temblarán los rudos soldados romanos, y alguno de ellos atisbará en su conciencia de que éste al que han crucificado no sólo no es un criminal, sino que es Alguien bien distinto a todos los que ha conocido.
Y mientras su sangre riega la tierra a los pies y en torno a la cruz, su madre, María, y su discípula María Magdalena, velarán al Maestro hasta que la noche cierra la trágica jornada.
En la cruz, Emmanuel envía para la posteridad el mayor mensaje de Amor posible. Dar la vida por los demás, darla en la cotidianidad de nuestra existencia, procurando el bien para otros aún a costa de nuestra comodidad, bienes, planes,etc. Y si llega a ser necesario, poniendo nuestra propia vida por salvar la de otros.
Esta es la senda divina. Este es el llamado del Ser en Sí a cada humano. Vivir en armonía, en paz, vivir el amor al prójimo, procurar el bien para todos en cuanto ello sea posible, y jamás tomar la vida de nadie, y mucho menos, --porque es una blasfemia total-- en nombre de Dios.
¡Bendito por siempre, sea Emmanuel, Jesús!
enigma
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