Tuesday, March 22, 2016

NI LOS APÓSTOLES LE ENTENDIERON

Lo que aquí van a leer, es fruto único de mi mente y mi corazón. Es producto de mi fé.
No deseo escandalizar a nadie, pero sé que a algunos no les va a agradar algo de lo que aquí escribo. Lo lamento. Pero al menos deberán aceptar que les hago el homenaje de ser sincero. Porque además, sé muy bien acerca del tema que abordo.

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Esta es una semana trágica para la humanidad. 

Tal vez el horror del terrorismo que este martes ha asolado Bélgica e impactado en todo el mundo, nos ponga en blanco y negro una realidad innegable: si las religiones no sirven para unir a la humanidad, han fracasado rotundamente en su misma razón de ser.

Tenemos que crear consciencia de que debemos ser una sola humanidad, en el planeta uno que compartimos. Es necesario fomentar un sentido planetario de nuestra existencia.

Pero esta semana --que buena parte de la humanidad llama Semana Santa-- nos evoca acontecimientos muy importantes que el mundo secular de hoy ignora, desconoce o los tiene casi olvidados.

Él, Jesús, era un hombre del Norte, de Galilea, no el Sur, de Judea. Y esta es una distinción muy importante. Una distinción que aún un Evangelio como el elaborado en base a un documento Q, atribuido a Mateo, --el publicano cobrador de impuestos para el imperio romano-- pretende desvirturse, para hacerle un judío y descendiente de David.

Y esta misma distorsión implica en sí misma algo esencial: ni los mismos apóstoles le entendieron.

Comienzo por decir que Jesús --a quien prefiero llamar Emmanuel, esto es: con nosotros Dios-- tenía muchos discípulos que le servían de manera importante y que no estaban y al parecer ni siquiera eran de conocimiento de los apóstoles.

Así por ejemplo, alguien le tiene reservado un burrito que va a utilizar para su entrada en Jerusalén. Y alguien le tiene reservado un lugar donde tendrá la última cena con los apóstoles. Tampoco ninguno de ellos sabía de esos preparativos.

El primer error fundamental de los apóstoles, es llegar a pensar y aclamar que Emmanuel es "el rey que viene", el "Hijo de David":  mientras lentamente, montado en el burrito (y no en un imponente caballo) Él va haciendo su entrada en Jerusalén, como símbolo de paz. 

En tanto la gente bien decía "este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea". 

Emmanuel había dicho muy claramente "mi reino no es de este mundo". En otras palabras: no soy un político, no vengo a ejercer poder de gobierno. 

Pero los judíos esperaban un Mesías (ungido de Dios) que se haría cargo del poder, y que --eventulamente enfrentaría o expulsaría a los romanos. Se equivocaron por completo, y con ellos, los mismísimos apóstoles.

A Emmanuel en cambio le preocupaba seriamente la fé ejercida honestamente, con autenticidad, no la fé explotada comercialmente, lo que ocurría en el templo de Jerusalén, llevada adelante por los sacerdotes.

Y es por ello que viendo la explotación que la gente sencilla del pueblo sufría a manos del dominio y la manipulación sacerdotal, entra y purifica al templo que de "casa de oración" había sido convertido en "cueva de ladrones".

Por supuesto que viendo peligrar su negocio, los sacerdotes se confabularán y trazarán un complot para lograr que Emmanuel sea falsamente acusado ante las autoridades romanas, y que éstas se encarguen de juzgarle y de matarle.

Ellos mismos no tuvieron el coraje de hacerlo, porque temían la popularidad de Emmanuel y que ésta se les volviese en contra.

No, los apóstoles no le entendieron. Como cuando en la transfiguración Pedro quiso quedarse en el monte; como cuando en Getsemaní le dejan solo orando, mientras ellos caen dormidos en medio de esas horas cruciales.

Emmanuel se llama a sí mismo "el Hijo del Hombre", nunca "el Hijo de Dios", y el episodio de la confesión de Pedro es notoriamente un agregado posterior al texto bíblico, tan absurdo como el juego de palabras de "Petros" (Pedro) y "petra" (piedra) que sólo tiene sentido en lenguaje griego, pero...¡Emmanuel hablaba arameo!.

No ha de extrañar que luego Pedro mismo le niegue tres veces.

Definitivamente, los apóstoles no entiendieron la persona que era Emmanuel, su misión, su proclamación fundamental, y su pasión, jugándose entero hasta la misma tortura y muerte en la cruz.

Tal vez, si nos damos cuenta de todo esto, estemos a tiempo de iniciar una experiencia de fé, o de renovar nuestra fé sobre bases sólidas, teniendo en cuenta que --contrariamente a lo que sostienen los fundamentalistas-- la Biblia atestigua al Ser en Sí (Dios) a través de la labor de hombres, y como tal es falible y contiene errores.

Teniendo en cuenta que el Nuevo Testamento se gestó siglos después de la vida de Emmanuel, y fue objeto de discusiones en sínodos donde finalmente prevaleció aquello que convino al poder político con el cual se asoció la institución humana llamada iglesia.

Aprovecho de paso a decir, que Emmanuel no vino a fundar ninguna iglesia, ni a institucionalizar la experiencia de fé.Que eso es principalmente el fruto de la tarea de alguien cuya vida conocemos como no conocemos la misma vida de Emmanuel. Alguien que escribió y viajó, alguien que nunca convivió con Emmanuel. Alguien que persiguió y mandó matar inclusive a sus primeros seguidores: Saulo de Tarso, más tarde conocido como Pablo, el postrer apóstol.

Fariseo de formación, es quien escribirá la mayor parte de cuanto encontramos en el Nuevo Testamento. Sus epístolas (o cartas) dirigidas a las iglesias que él fue fundando. 

A consecuencia de lo cual no tenemos en realidad un Cristianismo sino un Paulinismo. 

A Emmanuel lo vamos a encontrar y rescatar en sus parábolas, en sus enseñanzas y en los milagros que realizó. 

A Emmanuel le vamos a encontrar en su prescindencia de toda institucionalidad y todo templo, para reunirse con la gente en lugares públicos, en las calles, en un monte, junto al mar de Galilea...en la oración, el ayuno, el amor al Ser en Sí y al prójimo, y en darse uno mismo sacrificialmente en bien de otros, aunque ello implique la propia muerte.

A ese Emmanuel es al que damos la bienvenida en su entrada pacífica a la atribulada ciudad de Jerusalén. A ese Emmanuel le reconocemos como el Maestro que guía nuestras vidas, y que nos conduce al conocimiento del Ser en Sí.  A ese Emmanuel le queremos, le abrazamos y le recibimos emocionados.

enigma
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