El esfuerzo de científicos y técnicos laboratoristas, la inserción de millones de dólares, todo ha contribuido para el desarrollo de vacunas anti Coronavirus en varios países.
Es maravilloso que ante el enorme peligro de la pandemia, que podría haber acabado con buena parte de la población mundial, ésta siga existiendo gracias a las vacunas que se están dando por miles en los países. Y que las mismas hayan sido elaboradas, probadas y aprobadas en tiempo récord.
La respuesta a la pandemia no podía ser otra.
Antes de disponer de vacunas, médicos, enfermeros, personal auxiliar, todos merecen el más grande homenaje por su esfuerzo al límite, para salvar vidas mediante tratamientos con antivirales, cuidados intensivos, etc.
Pero una vez que se dispone de vacunas y éstas se están aplicando, la cantidad de enfermos diarios en cualquier parte del mundo tendría que reducirse al mínimo hasta desaparecer, y así con la cifra de muertos.
Sin embargo, en muchos países, y especialmente en Latinoamérica, me preocupa el hecho de que las cifras de enfermos siguen siendo alarmantemente altas.
En general no es por descuido de las autoridades –aunque en algunos países la ignorancia de ellas o la corrupción— han trabado una vacunación masiva a la población.
O bien han decidido que la gente no use máscaras, no mantenga distancia social y que locales como los bares abran normalmente y trabajen al 100%.
Pero el principal aliado del Coronavirus y el peor enemigo de la vacuna (cualquiera sea ella) es el comportamiento humano.
Más que asombrarme, me indigna y desespera que haya gente tan pusilánime que no entienda los peligros ciertos que entraña esta pandemia. Las cifras de enfermos y de muertos cada día son contundentes.
Sin embargo, hay quienes siguen pensando que es una gripe fuerte no más, y lo peor, se siguen reuniendo familiarmente, deportivamente o políticamente, sin guardar distancia, sin máscaras, o sea, en una verdadera fiesta pro-virus, donde el contagio está asegurado.
A la gente en occidente le cuesta hacer consciencia, le cuesta acatar órdenes, le cuesta tener disciplina y sentido de responsabilidad propios.
Confunde libertad con “yo hago lo que se me da la gana”. Es no es libertad. Simplemente es ser antisocial, irrespetuoso de los demás, ignorante, inconsciente y bruto a más no poder.
La Democracia tiene muchas virtudes, pero su principal talón de Aquiles es confiar en que la gente va a tener una conducta adecuada ante cualquier situación.
Esta pandemia ha demostrado hasta el hartazgo que –lamentablemente—no es así. No se puede confiar en la gente, que en su gran mayoría no está dispuesta a cambiar su estilo de vida cuando todo es normal, ante una situación de riesgo de vida.
Acelerar la vacunación, hacerla obligatoria para ciertos sectores, y por todos los medios posibles evitar reuniones, marchas, aglomeraciones, gente en parques y playas, hasta que la pandemia sea finalmente vencida es lo que indica un elemental sentido común.
¿Y cuándo volveremos a la normalidad que todos queremos?
Justamente cuando todos sigamos las orientaciones de conducta dadas por los científicos, cuando la cifra de vacunados alcance una masa crítica, cuando el virus sea entonces derrotado.
Pero si nuestro comportamiento facilita la diseminación del virus, entonces volver a la vida normal que queremos, se trasladará cada vez más lejos en el tiempo.
La opción es nuestra. ¿Tú cuál eliges?
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