Pero otras se viaja
por trabajo, por una obligación contraída que surge del quehacer diario como
profesionales.
Y entonces se parte,
y se dejan atrás seres queridos, que quedan esperando el regreso, y que
mientras tanto, están anhelantes cada día que pasa, de saber cómo están viviendo
quienes han viajado.
Si el viaje es en
avión, y les lleva lejos, con más razón aún se les extraña, se les echa de
menos, y sobre todo, se está pendiente de que les vaya bien en todo, de que no
tengan ningún inconveniente, ningún percance, y que regresen tal cual les vimos
ir, sólo que con una experiencia más en sus vidas, y una anotación más en sus currículos
profesionales.
Es parte de la vida
y de la dinámica actual.
¡Dichosos quienes
estando activos lo pueden hacer y lo tienen que hacer!
Después de todo, es
consecuencia de la profesión que ejercen, de la carrera que una vez eligieron,
y de las demandas que la misma tiene.
De paso se nutren de la experiencia de la actividad en la cual han de participar, de conocer nuevas ciudades, nuevas personas, culturas diferentes, etc.
En tanto, quienes les
hemos despedido, y oramos por ellos mientras están ausentes, debemos confiar en
que estarán protegidos, que se sabrán cuidar, y que volverán a nosotros, y
tendremos la alegría de abrazarles nuevamente, y de sentir más fuerte que lo
habitual, todo el cariño que nos une permanentemente.
Si algo queda como
corolario de todo esto, es que cuando existe un auténtico y legítimo
sentimiento de afecto, de cariño, de amor, de pertenencia, ¡no hay nada más
gratificante que el reencuentro!.
Nada más hermoso que
volverse a ver, estar juntos, escucharse mutuamente, dialogar, oír las
anécdotas de viaje que nos traen, y ver sus rostros felices de que estamos
reunidos.
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