Ah! cómo me divierte
silentemente ver a religiosos hacer piruetas verbales, y sobre todo de ideas
para muchas veces –lamentablemente— lanzar sobre las congregaciones sus propias
dudas o su falta de fe.
Porque la
Resurrección de Emmanuel (Jesús) les hace problema. Del mismo modo que les hace
problema el nacimiento virginal, del mismo modo que varias otras cosas les
rechinan, porque ignoran, porque
sus seminarios no les han preparado adecuadamente, y sobre todo, porque
están faltos de fe.
De una fe robusta, de
una fe que va más allá de las palabras escritas en la Biblia, para aprender a
interpretarlas a la luz de la ciencia
actual y encontrar respuestas a múltiples interrogantes que son proclamadas
como verdades teológicas, y se aceptan por fe, pero que en el fondo, la mente
escrutadora y exigente de explicaciones racionales del mundo actual, se niega a
aceptar.
La Resurrección, no
es algo que gestó el propio Emmanuel, sino que es algo que hicieron los ángeles que entraron en su
tumba.
La regeneración del
cuerpo luego de decretada la muerte implica tener una tecnología superior capaz
de lograr ese “milagro”.
Y eso ni más ni menos
es lo que sucedió en este estupendo episodio de la vida del Maestro de Galilea.
Una regeneración que
se va produciendo de a poco, porque cuando María Magdalena le reconoce y va a
abrazarle, Emmanuel le dice en forma tajante e imperativa: “No me toques:
porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos y diles: Subo a mi
Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.
Recién resucitado,
Jesús se encontraba en lo que un autor alemán llamó acertadamente, un estado de
“mesoidad”, o sea a medio camino de su materialización total.
La Resurrección es
pues la confirmación de su carácter divino-humano, y a su vez el punto de
partida del gran impulso que tomarán sus discípulos para salir al mundo de
entonces a proclamarle como el Señor.
Sin la Resurrección,
y luego de los terribles acontecimientos de su tortura y muerte, el miedo que
cundió en sus discípulos habría hecho imposible la proclamación de las Buenas
Nuevas (lo que debido a la palabra en griego se llama Evangelio).
Sólo el hecho de la
Resurrección, de Emmanuel que va a estar con ellos, que le mostrará sus manos
horadadas a Tomás acuciado por sus dudas, que comerá con ellos pescado en la
playa, y la llegada del Espíritu Santo, prometido por Él, hará posible que aún
hoy haya seguidores.
Si alguien no
entiende, tiene que buscar, plantearse interrogantes inteligentes y comprender.
Tiene que aceptar que fue un tiempo de acontecimientos extraordinarios, extra-humanos.
Tiene que entender
que “el Dios viviente”, el “Dios que actúa”, ese Dios que no era una imagen de
madera, piedra o bronce como tenían otros pueblos, ese que acompañó el pueblo
hebreo durante su peregrinar por el desierto, ese que se comunicó desde el Arca
del Pacto, ese que envíó al ángel Gabriel, y proyectó una sombra sobre María
luego de anunciarle que tendría un hijo, ese que se aparece en lo alto, en las
montañas, y a quien Ezequiel vio estupendamente en su “shekinah”, ese es quien
a través de los ángeles (enviados) hizo posible la Resurrección.
Por eso yo digo y
proclamo lo del título: ¡viva la Resurrección!
Porque es la puerta
que nos deja entender que luego de esta existencia, nuestra vida misma no se
acaba, sino que continúa, despojada del cuerpo físico que nos permite existir
en la biósfera.
Celebremos pues la Resurrección, con fe, con sencillez, y con alegría.
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