Siempre digo que luego del amor de pareja, la amistad es el vínculo más hermoso y más fuerte que los seres humanos podemos tener.
Tengo unas cuantas amigas. Están esparcidas por el planeta. En Europa las tengo en España e Italia. En Estados Unidos las tengo en Virginia, Maryland y Florida. En América Latina, tengo amigas en México, en Colombia, en Ecuador, en Perú, Chile y Argentina. Aquí en Iowa City por el momento conocidas, y nada más.
Pero la mayor cantidad de amigas las tengo --como es lógico-- en Uruguay. El Uruguay que dejé pero del que nunca me desprendí. Ese que llevo muy dentro en mi corazón, ese que viene de darme una alegría muy grande.
Allí tengo amigas de años, de muchos años.
De entre ellas, hay una con la que nos conocimos cuando iniciábamos nuestra vida de jóvenes. Mis estudios me llevaron a Argentina, y luego volví a Montevideo.
Viviendo en EE.UU. cada vez que iba a Uruguay, siempre la visitaba, llevaba unas masitas y tomábamos un té o un refresco mientras nos poníamos al día.
Nuestra relación fue creciendo a medida que mis visitas no fueron puntuales, de un solo día, sino de más días, al pasar yo meses en Montevideo.
Ha sido así que de ser una querida amiga más, ha pasado a ser una gran amiga, con la que tengo la mayor confianza, con quien intercambiamos confidencias, con quien nos apoyamos mutuamente a pesar de los miles de kilómetros que nos separan.
Con Whatsapp, no exagero en decir que compartimos el día a día de cada uno. Ciertamente es una expresión máxima de amistad, como entiendo que amigos sinceros, transparentes, que se respetan y sobre todo que se quieren mutuamente, deben relacionarse.
En la amistad verdadera no caben los misterios, los ocultamientos, las cosas escondidas, porque o hay confianza, o no la hay. O hay comunicación abierta, amplia y sencilla, o no la hay.
Eso es lo que mutuamente disfrutamos esta amiga y yo.
Por eso la distingo. No es una amiga más. Eso en parte es así, porque es una excelente persona. Buena a carta cabal.
Honesta al 100%. Alguien en quien se puede confiar totalmente. Y esas son virtudes no muy comunes en la generalidad de las personas.
A su vez, es discreta. Otra cualidad muy especial.
Y ese cúmulo de cualidades me obliga a mi a estar a su altura --lo cual no es facil-- porque como amigo, no le puedo fallar.
Pero ella sabe cuánto la valoro, cuánto me importa su vida, y cómo me preocupo por sus asuntos.
Realmente es una satisfacción grata al espíritu vivir una amistad de esa calidad.
Bien puedo decir entonces lo del título: una amiga sí, pero ¡qué amiga!
A mis lectores y lectoras les deseo que entre sus amistades tengan un amigo o amiga como es ella.
Aún nuestros problemas, nuestras angustias y pesares, hallan en una persona así un remanso de comprensión y acompañamiento que valen oro.
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