La palabra “amigo”, o “amiga” para mi tiene una fuerza tremenda, y especialmente, convoca lo mejor de mi para la otra persona.
A veces la palabra se usa desaprensivamente, o muy genéricamente. Entonces uno dice a alguien “hola, amigo!”, y realmente no es un amigo, sino una forma protocolar de referirse a alguien con simpatía.
O a veces decimos “fulana es mi amiga”, y no es más que alguien conocida, tal vez una compañera de estudio o de trabajo.
La amistad supone una relación larga entre dos personas, en la que se llegan a conocer bien o suficientemente bien, en que se tienen mutua e indisputable confianza, en que comparten cuestiones personales, y hasta secretos, en que se respaldan mutuamente, se ayudan todo cuanto pueden, y pueden contar recíprocamente una con la otra.
Un amigo, una amiga, es alguien en quien confiamos, y le sabemos a nuestro lado en las buenas y en las malas.
Un amigo, una amiga, es alguien que de pronto asume responsabilidades más allá de las que uno esperaría, simplemente porque nos quiere bien, porque somos para esa persona alguien importante en su vida, así como esa persona lo es para nosotros.
No cualquiera entonces es –al menos para mi— un amigo, o amiga.
Y eso no quiere decir que entre los amigos no tengamos puntos de vista diferentes, y discrepemos en el deporte, la política, la religión, o algún otro tema más o menos candente. Pero ninguna de esas diferencias es capaz de hacernos olvidar ni por un segundo, que todo lo que nos une está por sobre todo eso.
Y entonces, hasta celebramos recíprocamente las diferencias, cuando en discusiones amables, y a veces entusiastas, terminamos con un abrazo.
Eso es lo hermoso de la amistad. Para mi, mis amigos y amigas son un tesoro de vida. Porque no nos vienen dados –como la familia—sino que van surgiendo y se van haciendo a lo largo de nuestra existencia.
Son ellos los que nos rodean cuando nos sucede una desgracia, son ellos los que van a suplir nuestras necesidades cuando nos enfermamos, son ellos quienes van a darnos el aliento para continuar luchando por la vida cuando circunstancias aciagas podrían derrotarnos.
Los amigos y amigas son como flores que adornan la vida. Sin ellos y ellas no podríamos ser. Y justamente, por ser como flores, hay que cultivarlos, hay que saberles tratar, hay que tenerles siempre presentes, hay que atender sus necesidades, hay que acompañarles, visitarles, hacerles regalos, porque son todas expresiones de nuestro cariño hacia ellos y ellas.
Yo hago eso toda vez que puedo, y las amistades que he cultivado a lo largo de años, se expandieron desde el núcleo pequeño del barrio, al de la ciudad, al del país, y al ámbito internacional.
Y dentro del núcleo –permanentemente en expansión- de amigos y amigas, hay quien resulta o deviene en una amistad muy especial.
Lo distinto con esa persona, es que se comparten mucho más cosas personales de lo habitual con otros amigos y amigas. Se comparten más secretos, más sentimientos, más verdades, cosas que la familia suele no conocer. Cosas que otros amigos y amigas no llegan a saber nunca.
Esa amistad especial, tiene algo de compinche, de confidente al máximo grado, de socio/a en la aventura de vivir, tiene un plus sobre los restantes amigos y amigas, que le hace totalmente diferente.
Esa amistad especial es promisoria de algo más profundo y diferente, que puede darse o no, según las circunstancias, pero que está ahí, latente, como esperando el momento de hacerse realidad.
Y eso está rodeado de una calidez humana enorme, de una atmósfera muy especial, que sólo tal vez quienes están involucrados en ese tipo de relación, pueden comprender cabalmente, en su totalidad.
Navegación de aguas profundas, que diría alguien, es esa amistad especial, donde encontramos al “ángel” que vela por nosotros, y al ser que comparte con nosotros lo que no haría con nadie más, a ese ser que es nuestro “interlocutor válido”. Y eso es recíproco, claro está.
Son las propuestas y lo que el Ser en Sí nos ofrece en medio de nuestra existencia, porque estoy convencido que es el Ser en Sí quien en sus planes, es capaz de ponernos en un contacto inicial, de inspirarnos luego para mantener nuestra amistad y de posibilitar que la profundicemos y ampliemos todo cuanto es posible.
Los designios divinos son inescrutables, pero si estamos atentos, podemos apreciar y valorar sus efectos.
Y ahora les dejo con palabras de Jorge Luis Borges, y música de Ernesto Cortázar.
enigma
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