“Su sangre sea sobre nosotros y
sobre nuestros hijos” (Evangelio según San Mateo, Cap.27, versículo 25)
Si algo proclamó
Emmanuel (Jesús) durante su breve ministerio, fue el Amor del Ser en Sí (Dios)
por toda la humanidad, pero a su vez el juicio severo contra los explotadores
comerciales de la fe inocente del pueblo.
Por otro lado,
promovió la fe mediante actos milagrosos que revelaban que en él actuaba un
Poder especial, el Poder de la Divinidad.
Esto hizo que buena
parte del pueblo –especialmente pobres, desvalidos, aquellos marginados de la
sociedad, las mujeres—le siguieran, le buscaran, le escucharan y aprendieran de
él.
Pero esto disgustó
tremendamente a quienes manejaban la religión que se suponía el pueblo debía
seguir.
Fueron esas
autoridades las que se sintieron desafiadas desde la raíz misma. No era lo que
ellas practicaban y hacían vivir a otros la verdadera esencia de la fe. No era
una Ley dura, que mandaba a matar por apedreamiento a quien supuesta o
realmente la violara. Tal crueldad no era compatible con la voluntad del Ser en
Sí, y la esencia del mismo que es Amor, perdón, reconciliación, y una vida de
fe con gozo espiritual y paz en el corazón.
Entonces ocurrió el
hecho culminante de toda la aversión que le tenían a Emmanuel, cuando éste
entró al templo, y volcó las mesas de los cambistas y de todos los que vivían
del negocio de la religión, o de la religión como negocio.
Entonces el
Sanhedrín, el consejo de los sacerdotes, se reunió y conspiró para matar a
Emmanuel. Pero…sabían que si lo hacían apedreándole, o intentaban hacerlo de
esa manera, posiblemente tuviesen dificultades con buena parte del pueblo
creyente, que se volvería en contra de ellos.
Había que buscar
quien lo hiciera. Quien les “sacara las castañas del fuego”, y no encontraron
mejor personaje que Pilatos. Un hombre que quiso hasta el último minuto, evitar
la muerte de Emmanuel (Jesús), pero se sintió presionado por la multitud
regimentada y azuzada por los sacerdotes, que a gritos pedía la liberación de
un preso por sedición, que era hijo de un rabino (bar =hijo; rabbas= de rabino,
en arameo, el lenguaje de entonces).
De paso vale señalar
la hipocresía de estos sacerdotes que acuden a la autoridad romana –a la que repudiaban—
pero ante la que declaran su adhesión pública al César, mientras por otro lado
piden la liberación de un sedicioso que buscaba mediante la violencia quitarse
de encima al gobierno colonizador de Roma, que les obligaba a pagar dolorosos
impuestos.
La multitud azuzada
por los sacerdotes, manipulada por éstos, pide que le crucifiquen a Emmanuel y
liberen a Barrabás.
Y Pilato queriéndose
evitar todo problema con el César, accedió al grito de la muchedumbre.
Así, entre el complot
de unos para preservar sus propios intereses y la pusilanimidad de un
gobernante colonizador, se decide la tortura y horrenda muerte de Emmanuel en
la cruz.
La soldadesca romana,
entre escupitajos y burlas a Emmanuel, se encargó de cumplir la infame tarea de
castigarle con látigo hasta dejarle exánime, luego colocarle en su cabeza una
corona de espinas para herirle de ex profeso, y posteriormente hacerle cargar
la pesada cruz hasta el Gólgota, donde sus manos y pies habrían de ser
atravesados por clavos, antes de elevarlo para que allí pasando las horas,
fuese agonizando hasta morir.
Este es un ejemplo
cabal de lo que hace el fanatismo religioso. La aplicación de leyes cuya dureza
es deshumanizante. Y la ejecución ciega de esas leyes al grado de la violación
al principio fundamental que es el del Amor.
Las formas religiosas
que exigen acatamiento y obediencia sin razonamiento ni disquisición, son
verdaderamente la negación de la quintaesencia misma del Dios Viviente, del que
está dentro de cada uno de nosotros y del que formamos parte, consciente o
inconscientemente.
Cuando el Amor y el
Poder de Dios (el Ser en Sí) despierta conscientemente en nosotros, mediante el
Espíritu Santo (Su Espíritu) no vivimos de acuerdo a leyes, sino al único y
mayor mandamiento que es el Amor, el Amor al creador y sustentador de todo
cuanto existe, y el amor al prójimo –el otro ser humano-- para tratarle como nosotros queremos ser
tratados.
En la actualidad,
vemos en los grupos llamados terroristas, el ejemplo más claro una vez más de
lo que significa la distorsión del verdadero sentido de la fe, en el fanatismo
religioso que les lleva a declarar herejes a todos quienes no se someten a su
misma forma de entender a la Divinidad y Su voluntad.
Entonces vienen las
decapitaciones, las violaciones, las muertes masivas por incendios provocados,
y todo el horror que se verifica en estos días.
Por sobre toda esa
infamia moral, por sobre toda esa chatura total, se yergue hermosamente limpio,
puro y de grandeza incomparable, la persona de Emmanuel. Jesús, el Maestro de
Galilea, el rebelde de Galilea.
Su Resurrección, su
vivencia allí donde dos o tres se reúnan en su nombre, su vida allí donde su
Amor es vivido y compartido, nos llega hasta hoy y sigue vigente.
La miseria moral de
aquellos que conspiraron su muerte, el error garrafal de quienes gritaron “su
sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos”, todo es superado por el
Amor. Emmanuel (Jesús) mismo, en la cruz oró y dijo: “Padre, perdónalos, porque
no saben lo que hacen”.
Y en ese Amor,
Emmanuel (Jesús) reina.
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