Así, en cuanto a las personas, las hay de corazón duro, y otras de corazón tierno.
La persona de corazón duro, es insensible al dolor, la penuria, la angustia, el sufrimiento ajeno.
Anda por la vida centrada en sí misma, en sus asuntos, en su persona, y sólo se vale y sirve de los demás, pero dejará morir sin piedad al malherido, o pasará rápido para ni mirar a quien pide ayuda.
La persona de corazón duro no se conmoverá ni cuando expresamente apelen a ella para que haga algo que está dentro de sus posibilidades, para mejorar la vida de un tercero.
Continuará impasible con sus cosas, sin preocuparse ni pensar en la apelación que le han hecho. Seguirá como sorda y ciega ante una realidad, como pisoteando cadáveres a su paso.
En cambio, la persona de corazón tierno, se compadece de quien sufre, se pregunta a sí misma cómo podría ayudar, qué hacer.
Acude presurosa a tender una mano, a dar una ayuda, a levantar al caído, a restaurar un espíritu abatido.
La persona de corazón sensible es solidaria, siente al otro, se preocupa por su prójimo. Está pendiente de lo que ocurre a su derredor, y mucho más si acuden específicamente a ella en procura de una palabra de aliento, de consuelo, o de compasión.
La persona de corazón tierno, no es enfatuada, no es egoísta, no se encierra en sí misma para no ver, no sentir, no preocuparse, y aislarse de los demás.
En nuestra existencia, nos vamos a encontrar con estos dos tipos de personas.
Las de corazón duro, traen desdicha, dolor y hasta pueden causar la muerte.
Las de corazón tierno, traen alegría, felicidad, gozo y paz.
Amiga, amigo lector/a: pregúntate, ¿qué clase de corazón tienes tú?
enigma
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