Porque nos permite conocer otras geografías, grupos humanos, costumbres, comidas, formas de vida, música, y el espíritu de otros pueblos.
Siempre he dicho que una de las mejores formas de gastar el dinero que tenemos es viajando, conociendo este planeta nuestro.
Y para un uruguayo, el primer viaje, es ir a Buenos Aires, Argentina. Una de las grandes ciudades de América del Sur.
Recuerdo en forma inolvidable lo que fue mi pimer aventura en Buenos Aires, con un buen amigo lamentablemente ya fallecido.
Fuimos en una excursión. Y pasó casi de todo. Tanto como que en un viaje a Luján, los del autobús de excursionistas apuraron tanto la visita, que nos dejaron de a pie.
Cuando un par de horas más tarde llegamos al hotel, los otros excursionistas nos miraban casi como si fuésemos fantasmas. Éramos muchachos de apenas 18 años, los más jóvenes de toda la excursión.
Luego nos enteramos que hubo discusiones con los conductores de los autobuses, y una preocupación enorme por qué nos habría pasado, y cómo iban a dejar a dos jovencitos solos, perdidos...
Recuerdo que una cosa que nos había impresionado en la zona aledaña al Congreso, era una luz blanca muy potente que iluminaba las plazas circundantes y la Avenida de Mayo. Nosotros no conociamos esa iluminación en Montevideo.
Luego supimos que utilizaban lámparas de mercurio halogenado y de vapor de sodio. Estas últimas daban una luz anaranjada.
Caminamos por las calles céntricas, Florida, Lavalle, las diagonales, Sáenz Peña, la 9 de Julio, los alrededores del Congreso y de la Casa Rosada.
Un día que no teníamos programa se nos ocurrió ir a Ezeiza. Llegamos al Aeropuerto Internacional, anduvimos por unas escaleras porque queríamos ver unos aviones militares. Ni pensamos que el gobierno de Arturo Frondizi había decretado un estado de emergencia, y que la policía y/o soldados podían tirar a matar si había un peligro. Así decían inclusive carteles puestos en las estaciones de subterráneos.
Y llegamos a una terraza, y vimos los aviones militares, y yo con mi manía de sacar fotos estaba listo para hacerlo, cuando un soldado con su arma pronta, nos grita qué estamos haciendo, que ahí no se puede estar. Salimos corriendo no sin antes aclarar que éramos turistas.
Estuvimos en la ciudad de La Plata, visitamos la ciudad de los niños construida por Juan Perón en su primera época de gobierno.
Volvimos felices de la experiencia, en el piso más bajo de un barco que aún utilizaba paletas de costado para desplazarse por el Río de la Plata, y demoró como dos horas para hacer un cruce desde Colonia al puerto bonaerense.
En otras excursiones nos llevaron a la Boca, un barrio muy característico de casitas todas pintadas de colores, que exhibe orgulloso los cuadros del artista plástico Benito Quinquela.
Pero no hubiese podido siquiera suponer que entre los años 1974 y 1975, iba a radicarme en Buenos Aires, y vivir como un argentino más. Teniendo que aprender ciertas palabras que utilizan para cosas que los uruguayos llamamos de otra manera. Cuando en esos años, me tocó viajar a Europa más de una vez, volver a Buenos Aires era volver a mi hogar.
De toda la experiencia más que de visitas, de vivir en Buenos Aires, extraje algo muy importante como conocimiento: el argentino --y particularmente el porteño-- se comporta de manera muy diferente cuando está en el exterior que cuando está en su casa, su país.
De Argentina para afuera, saca pecho, parece llevarse a todos por delante, y aburre con aquella manida frase que comienza diciendo "allá en Buenos Aires..." donde todo es mejor. Pero cuando está en su suelo, el porteño es un discutidor empedernido. Había que ver las tertulias frente a las carteleras de los diarios, discutiendo desde cosas del momento hasta cuestiónes históricas, que Uriburu, que Yrigoyen....
Sí, se quejaban de cantidad de cosas. Pero al estar en otras tierras se llenan de un orgullo que llega a ser patriotero, y esa inmodestia les ha ganado la calificación de pedantes.
Es una pena, porque es gente sensible, y en su gran mayoría comparte los problemas de todos los latinoamericanos.
De cualquier manera, hay que recorrer las galerías comerciales de Buenos Aires, y convencerse de que se está en América, porque parecen sacadas de París o Berlín. ¡Qué categoría y calidad de presentación!, ¡qué variedad de productos y articulos!
Un magnífico Teatro Colón, una zona portuaria totalmente
renovada y reformada en lo que ahora se llama Puerto Madero, su Obelisco y la Torre de los Ingleses....En fin. Buenos Aires tiene ese "qué sé yo" que la hace diferente.
Su sistema de transporte colectivo de pasajeros es excelente comparado con el de Montevideo. Estando en Buenos Aires uno no se preocupa de perder un autobús, porque enseguida viene otro de la misma línea.
Y en materia gastronómica hay que sacarse el sombrero. Se come bien, abundante, y no se paga caro.
Con esto que escribo ya imagino que muchos que me leen y no conocen Buenos Aires lo estarán considerando como un futuro destino turístico. Háganlo, no se van a arrepentir.
Pero además desde Buenos Aires, --como yo lo hice-- pueden ir a ciudades aledañas como San Miguel, a alguna provincia como Entre Ríos o Corrientes. O más lejos, a la docta Córdoba, famosa por su universidad y sus alfajores. Subirse a cerros, ir a Cosquín, famosa por su festival folklórico anual, y verificar la picardía natural de los cordobeses.
Visitar Villa Carlos Paz, una ciudad muy pintoresca, con su aerocarril y su represa. Ir hasta una cima llamada "La Puerta del Cielo" desde donde se divisan las Provincias de Mendoza y San Juan. Toda una aventura.
Y al volver a Buenos Aires, quedar impactado por el Cristo crucificado que está entrando en la Catedral a mano izquierda.
enigma
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