E.R.H.
Alguien me decía hace poco que yo era filósofo.
Me reí de buena gana.
Sí, como todo estudiante tuve la materia de Filosofía, a distintos niveles de mis estudios, y me tocó vérmelas con Psicología (que disfrutaba), con Lógica (que no me agradaba) y con Metafísica (que me apasionaba).
Luego profundicé en estudios de Psicología.
Y uno tuvo que familiarizarse con Platón, Sócrates, Kant, Nietzche, Stuart-Mill, Descartes, Marx, William James, Freud, Jung, Windelband, Rickert, Sartre y tantos otros.
Ávido lector, sin embargo, hurgué en otras fuentes, como autodidacta, para formarme mis propios niveles de aprendizaje, experiencia y conciencia.
Hay una persona que repetidamente me dice “tú eres detective”, porque me gusta investigar, porque me gusta razonar las cosas y hallarle su lógica, porque tengo intuiciones a veces, que me permiten descubrir algo. Porque me gusta averiguar.
Pero no, no soy detective, y jamás hice un curso para serlo. Hay cosas que son parte de la personalidad de uno, que vienen dadas.
No ha faltado quien por lo disciplinado que soy, haya pensado que he tenido alguna formación militar.
Jamás la tuve, no hay tal, y lo peor, sería terriblemente indisciplinado, porque nunca podría aceptar acatar órdenes sin una explicación de por qué me las dan, y cuál es el objetivo a perseguir. Habría sido un permanente rebelde. Y además, jamás mataría a alguien.
Pero volvamos a lo de filosofar. Sí eso me gusta. Me gusta reflexionar. Ver las cosas lo más objetivamente posible, tomando distancia de ellas. Es aquello de ver el bosque en lugar de ver sólo el árbol.
Y entonces es cuando puedo decir primero que nada, que diferencio existencia, de vida.
Solemos hablar diciendo “la vida es tal cosa..o tal otra”, o “en la vida…” pero es un error, desde mi punto de vista.
Esto que llamamos vida, es una etapa de nuestra vida. Tuvimos una vida anterior, intrauterina, tenemos esta vida, extrauterina, y tendremos otra, extra-biológica. La vida es un continuum. Esto que tenemos es existencia.
Tal vez esto enraba muy bien con el brillante pensamiento del gran teólogo Paul Tillich, quien expresara para sorpresa inicial de muchos: “Dios no existe” –y los creyentes simples se arrugan, ponen caras de extrañeza o de claros opositores a semejante afirmación. Pero aquí viene la complementaria, pues Tillich dice: “Dios es”.
La existencia tiene un principio y un fin. Un inicio y una terminación.
Así como hay un punto de gestación, y nos desarrollamos, lloramos, alimentamos, todo en el útero materno, así también abandonamos esa existencia, morimos a la misma, para pasar a existir en la biósfera, para lo cual se nos prepara, y tenemos un cuerpo que interactúa con ella. Abandonamos este cuerpo, --lo que llamamos desde esta existencia “muerte”—para seguir viviendo, pero en un ámbito que ya no necesita de nuestro cuerpo. El despojo mortal de nosotros es como una ropa que nos quitamos.
Para interactuar en sociedad, para protegernos del frío, para cubrir nuestras partes pudendas, usamos ropa. Pero nosotros no somos la ropa, nosotros somos sin ella.
Y cuando abandonamos el cuerpo que nos permite interactuar con la biósfera, no dejamos de ser.
Por eso vale la pena diferenciar –a mi criterio—lo que es vida, de lo que es existencia.
La existencia tiene un comienzo y un fin, es limitada, la vida no. Ser –es una cosa—existir, es otra.
Y bien, hecha esta primera disquisición, acerca de la diferencia entre vida y existencia, paso a la segunda que es la que me insinuó ocupar hoy mi pensamiento y esta página escrita.
La existencia, amigos, es un cúmulo de experiencias.
Y ¡cuidado!, porque a veces las que podemos llamar “malas” experiencias, no son malas en sí. Podrán no gustarnos, podrán dolernos, pero finalmente nos dan una lección. Si la aprendemos, son buenas experiencias, porque las hemos podido entender y superar.
Y claro, están las experiencias felices, hermosas, tiernas, dulces, apasionadas, delicadas, exquisitas, gozosas, alegres.
Pero siento desde el fondo de mi alma, que hay que dar gracias al Ser en Sí (Dios) por todas las experiencias, las “malas” y las “buenas”. Las “feas” y las “lindas”. Si no tuviésemos ambas no las podríamos comparar, y no podríamos distinguir valores. Sólo del contraste de unas y otras, surge la búsqueda de lo mejor y el aprendizaje de vida.
Y cuando miramos ciertos momentos de nuestra existencia, que quisiéramos que se prolongaran, pero que ya han ido dejando de ser, y no serán tal vez nunca más, si bien sentimos nostalgia, si bien quisiéramos que continuaran, si bien que nos gustaría que se repitieran periódicamente, sin embargo, los miramos con cariño, con benevolencia, y decimos ¡qué extraordinario lo que vivimos! ¡qué maravilloso lo que nos pasó!.
Insólitamente –de pronto— nos ocurre una realidad que no conocíamos, que nunca sospechamos iríamos a vivir, y fue, se dio. Y eso queda indeleble, no se borra nunca más en nuestra existencia, como una fantástica experiencia.
Yo vengo de tener una experiencia así. Y siento una gratitud eterna por ella.
Hasta el día de hoy, ha sido la experiencia más maravillosa de mi vida.
Eso no quiere decir que no aguarde otras aún mucho mejores, pero esa, permanecerá fuertemente conmigo, para siempre.
enigma
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