William y Kate este viernes 29 de Abril se ganaron el mundo.
No se lo ganaron tan sólo porque los medios transmitieran su boda, se lo ganaron por sencillez, por simpatía, porque ambos lucen muy bien como personas, él un apuesto varón, ella una hermosa mujer.
Ver su boda, a mi me hizo recordar a mi propia boda. Y cualquiera puede haber recordado la suya.
"Todas las bodas son reales. Siempre hay un rey y una reina..." dijo quien predicó en la unión matrimonial de William y Catherine.
Y efectivamente es así. Cualquier boda tiene mucho en común con esta boda en particular.
Los aprontes para la boda, las cosas de último momento, los apuros por resolver asuntos, y los nervios cuando todas las miradas están puestas en la novia, al hacer su entrada a la iglesia, y luego en la pareja cuando su matrimonio ha sido consagrado.
¿Quién no recuerda esos momentos?
Seguí con atención la liturgia de la boda, más o menos como todas las liturgias en cuanto a las palabas empleadas.Las promesas intercambiadas. Los anillos bendecidos. Entre medio, hubo la música de un himno que conozco muy bien...
Y me quedé reflexionando.
Todo eso en ese momento es tremendamente emotivo, y feliz, hermoso.
Pero luego viene el convivir, la vida diaria, los problmeas que la existencia enfrenta.
Vienen los hijos, que terminan con aquel idilio de dos, y que absorben casi totalmente la atención y la dedicación de la pareja hacia ellos, y la pareja misma se pierde casi inconscientemente como tal, en su vivencia de dos llamados a ser uno.
Y el trabajo, y la rutina diaria, y el cansancio, y tantas cosas que se acumulan y que a lo largo de los años pueden ir haciendo mella.
No. No bastan los buenos augurios, ni todas las bendiciones y oraciones hechas en la ceremonia de la boda. Eso no asegura el éxito de un matrimonio.
Hay matrimonios que logran una permanente felicidad. Pero creo que hay que reconocer que son los menos.
Otros, tratan de sobrevivir no obstante las circunstancias, más que nada, haciendo un sacrificio por la felicidad de los hijos, pero la felicidad, la alegría del vivir juntos, la han perdido hace mucho.
Se soportan, conviven, pero no se aman como debieran. Y después de todo, aunque no se den cuenta ellos mismos, los hijos lo perciben.
Y nadie puede obligar a nadie a amar al otro o la otra. Eso se da o no. Y así como surge, también se puede perder.
No todos pueden decir que tienen o han tenido matrimonios felices.
Y en medio de esas situaciones específicas, concretas, no imaginarias, es cuando muchas veces, surge el hambre y la sed de volver a amar y ser amado. De sentir profunda y conmovedoramente.
De ser partícipe de una experiencia intensa, sacudidora, que nos abarca por completo: el romance, la renovación del amor.
Esto no es una oda a la infidelidad conyugal, es simplemente una constatación de vida.
Es ser conscientes de que hay un momento en que hay que asumir el coraje existencial de decir: basta, no va más, hasta aquí llegué.
Y entonces es mejor la separacion y el divorcio, por ser algo digno y honesto, que simular una unión ya sin bases, ya inexistente.
Y abrirse al futuro, un futuro diferente y distinto, con una persona diferente, en circunstancias muy diferentes a las iniciales.
Pero...¡cuidado!, a no equivocarse de nuevo. A no errar en el objetivo a perseguir, y especialmente en la persona con la que se anhela la nueva vida.
A sopesar y examinar bien pros y contras, y plantearse muy honestamente la pregunta: ¿es ésta la persona adecuada para el resto de mi vida?
Que cada quien haga su propio análisis.
enigma
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