Escribía ayer acerca de los sinsabores que a veces debe enfrentar un matrimonio.
Si no hay una fe que los mantenga unidos, orando a diario, perserverando en entenderse, perdonándose mutuamente errores, y sobre todo, dialogando, es posible que estén echadas las bases para un fracaso de la pareja.
Y si la pareja está sola, es más facil dejar de ser pareja, y que cada quien siga su vida por su lado, divorcio mediante.
Pero cuando hay niños, y niños pequeños de por medio, la situación cambia radicalmente.
Porque los niños han sido frutos del amor que hubo. Porque se supone que ambos progenitores no tuvieron los niños por casualidad, sino porque sintieron la fuerza y el llamado que está en sus mismísimas raíces humanas, de querer trascenderse, de tener hijos.
Y esos hijos así traídos al mundo, con amor, con ganas de tenerlos, son preciosos, más que cualquier otra cosa que el mundo pueda ofrecer.
Son seres humanos en formación por los cuales hay que velar, a los cuales hay que cuidar, proteger y educar, formar en valores, darles pautas de vida, y hacerles sentir sobre todo, que no están solos, que papá y mamá están con ellos, que les aman que les acompañan.
Para las madres, especialmente para ellas, que les han llevado nueve meses en sus entrañas, los hijos son siempre niños, son siempre necesitados del cuidado maternal.
¿Qué puede sorprender que haya madres que llamen a sus hijos de 40 y más años "nene", como si aún fuesen pequeños?
Es que para una madre, los niños siempre son "sus pequeños", y sólo un mal hijo o una mala hija puede disputar esto o no entenderlo.
Entonces, cuando la pareja de pronto se ve enfrentada a serios problemas de relación, sin embargo, y a pesar de todo, la presencia de los hijos tiene el poder de frenar una separación o un divorcio, y en cambio tiene la fuerza de cohesión, que hace que la pareja haga el deliberado sacrificio de continur junta, de la mejor manera posible, para que esos hijos crezcan en un hogar estable, al menos completo, con su padre y su madre.
Claro está que lo de hogar "estable" termina por ser una entelequia. Realmente es estable, cuando está estabilizado, cuando hay serenidad, cuando hay paz, cuando hay una relación feliz entre todos. Ese es un hogar estable.
Un hogar con drama interior, con disputas acalladas, con desconfianzas mutuas, con reproches no dichos, no es un hogar estable aunque por fuera tenga la apariencia de tal, y para el resto de la famila o los amigos, se quiera por parte de la pareja, dar esa imagen.
La imagen pierde credibilidad en la cotidianidad, cuando nadie mira, cuando la pareja vive su realidad, y aún la oculta --hasta donde puede-- a sus hijos, que siempre captan hasta intuitivamente mucho más que lo que los mayores creen.
Un día, un niño de unos diez años, puede sorprender a su madre preguntándole ¿te vas a divorciar de papá?... Y si el niño hace esa pregunta, es porque algo captó.
Alguien más pequeño/a puede no darse cuenta, pero en cuanto crezca lo captará de igual forma.
Será entonces tal vez, llegado el tiempo del sinceramiento total, y de echar nuevas bases para una nueva realidad, necesariamente diferente, distinta a la que se vivió hasta ese momento.
Porque no se puede vivir en hipocresía, ni se puede prolongar una mentira por mucho tiempo.
La realiad de una familia que está partida al medio, habrá de surgir en algún momento con claridad meridiana. Y allí el diálogo tiene que ser abierto, franco, respetuoso, inteligente, y las resoluciones que se tomen, no apresuradas, pero sí seguras, firmes y definitivas.
Que cada quien analice su situación.
enigma
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