Fué llamado --y con justicia-- el Rey de Rock-and-Roll.
Toda una generación bailó, cantó y vibró con su música. Desde la agitada de los "rocks rabiosos" como les llamábamos (Hound Dog), a las cálidas y calmas, de las baladas románticas (Love Me Tender).
Su voz, por momentos grave y en otros aguda, hacia estallar en emociones las plateas. Era difícil escucharle y estarse quieto.
Elvis se transformó en un hito, en plena juventud.
Le arruinaron las exigencias de una carrera que le imponía un ritmo brutal de presentaciones, y Las Vegas fue en cierta medida, su tumba.
Su imagen cambió. Desde aquel muchachito delgado, algo desgarbado, de Memphis, Tennessee, al hombrón ya obeso, que se aguantaba a base de medicamentos, y alcohol para seguir haciendo presentaciones, vestido estrafalariamente, con anillotes, enormes relojes, trajes blancos cuasi ridículos por lo exagerados.
Prefiero la imagen del Elvis muchacho sencillo, que grabó sus primeros simples en 78RPM por unos centavos. El Elvis más auténtico, el menos comercializado.
Hoy, en un nuevo aniversario de su fallecimiento, le recuerdo como millones en todo el mundo. La semilla que plantó no murió. Su música sigue vibrando. Elvis se ganó la inmortalidad.
enigma
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