Definida como drama, misterio y romance, es una película argentina de 2009, ganadora de premios internacionales.
Los papeles protagónicos principales están a cargo de Ricardo Darín y Soledad Villamil.
Hoy, gracias a la gentileza de una amiga que vino a visitarme, pude verla en casa.
Es una excelente producción cinematográfica, si se dejan de lado la coprolalia muy típica de los argentinos de hoy, y algunas imágenes que sorprendentemente son autorizadas a que las vean mayores de apenas 13 años, lo cual hace pensar en lo denigrada que está la sociedad argentina.
Excepto esas puntualizaciones que se me hacen necesarias, la película tiene una trama tensa muy bien desarrollada, los actores están muy bien en sus papeles, y hay una muy buena fotografía acompañando toda la labor.
Pero no es mi cuestión hacer el comentario a una película, sino –a partir del título mismo—rescatar lo más importante, lo que flota a lo largo de todo el film, y se va a dar recién al final, en la última escena.
Aquello que sólo los ojos, --que se hablan entre si— son capaces de revelar. El silente, callado, sobreentendido, y paciente romance entre el ex-funcionario judicial Benjamín Espósito (Ricardo Darín) y la jueza Irene Menéndez-Hastings (Soledad Villamil).
Él, jubilado, escribiendo una novela, con un matrimonio breve y fracasado entre medio. Ella bien casada con un acaudalado individuo y dos hijos.
Pero a pesar de todo ello, el amor subsiste en ambos, y finalmente, finalmente se impone y triunfa.
Porque los sentimientos auténticos, profundos, genuinos, no se pueden disimular, ni asfixiar.
Porque necesitan del oxígeno de la sinceridad, y del coraje de vivir para manifestarse en toda su expresión y con toda su fuerza, su ímpetu.
Y sí, nuestros ojos hablan más que nuestros labios. Son capaces de transmitir y recibir elocuentemente mensajes.
Y esa para mi es la mayor gloria de esta realización.
Les invito –de paso-- a que no dejen de ver esta película.
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