Friday, September 23, 2011

LA PAZ COMIENZA EN EL CORAZÓN

La paz. No la paz de los sepulcros, sino la paz hermosa, la paz activa de los espíritus inquietos y dinámicos. A esa paz me refiero.

La paz mundial debería ser el desafío de toda nación, y de cada persona en particular, entre tanto.

Pero cuando hay mercaderes del crimen, mercaderes de armas, --que negocian con la muerte de miles y miles—habrá guerras, habrá narcotráfico, habrá venta de personas, habrá esclavitud de niños, habrá las más horrendas miserias morales sobre el planeta.

Entonces lo primero que debería detenerse es la compra y venta indiscriminada y abusiva de armas, a particulares, a organizaciones, a países. Porque más allá de lo que sea necesario a su legítima defensa, ¿por qué armarse hasta los dientes, haciendo que los presupuestos de defensa pesen más que los de educación o salud? ¿No constituye eso mismo una perversión?

O ¿por qué alguien tiene que tener en su casa particular, o en su vehículo un verdadero arsenal, de armas de combate del tipo más letal imaginable, si de lo que se trata es en caso extremo, de defenderse ante una agresión armada donde esté en verdadero peligro la propia vida?

En otro orden, los nacionalismos exacerbados y los radicalismos dentro de cada país o área geográfica, fomentan la discordia, la confrontación, el enfrentamiento fratricida, y la destrucción de unos con otros. Y ¿qué gana el mundo con eso? ¿qué ganan las sociedades y los pueblos, sino bestializarse cada vez más?

La guerra es el peor de los flagelos del mundo porque ella presupone la automática cancelación de todo derecho humano.

Y el otro gran flagelo que hasta lleva a la guerra, y al crimen, y a la corrupción, y a la decadencia de las sociedades, es la pobreza, la indigencia, la miseria. Porque ese es el caldo de cultivo de los peores especímenes humanos. Porque allí nacen, se crían y crecen los futuros criminales, los analfabetos con armas a disposición, los inservibles que ni estudian ni trabajan, la resaca social.

A mi no me vengan con eufemismos ni con palabras edulcoradas. Yo llamo a las cosas por su nombre.

Nadie tiene la culpa de que sus padres, irresponsables, inconscientes, ignorantes, brutos, drogadictos o borrachos, les traigan al mundo. Pero hay una sociedad responsable que tiene que hacerse cargo desde la cuna de quienes nacen en medio de esas circunstancias, para rescatar, resguardar, proteger y educar a ese ser humano concreto, extrayéndolo del ambiente en que será mañana –si no-- un económicamente y socialmente costoso problema para toda la sociedad a la que pertenezca.

No hay paz sin amor, sin sentido elementalmente solidario, sin afligirse seriamente por la pobreza, la desnutrición, el analfabetismo, la bestialización de los que de humanos sólo les queda el aspecto exterior.

La tarea es ardua y urgente, pero sin ella, naciones enteras están sucumbiendo y van a sucumbir. Sin población joven capacitada para competir en un mundo cada vez más tecnificado y exigente. Sin futuros gobernantes con capacidad real de ser tales, y no por los vericuetos de pasiones políticas o ideológicas exaltadas al grado del fanatismo o el acatamiento cuasi-religioso, no habrá un mañana.

El desafío es grande, pero la paz lo vale. Y la paz comienza en el corazón de cada uno de nosotros.



enigma

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